Revista Opinión
Conservo la jaula en mis manos, les abrí la puerta para que pudieran volar. Yo misma había tejido sus alas, fuertes, brillantes y vigorosas y les había inculcado un sueño, el sueño de la libertad. Las he visto alejarse volando con la ilusión de la juventud recién estrenada. El atardecer me descubrió inmóvil, con la mano levantada, contemplando su silueta hasta convertirse en un punto en el infinito.
Fuera del nido en el que nacieron ¿qué peligros les pueden acechar? Tejo esperas ilusionadas que se me mezclan con hilos de decepción, oteo el horizonte ojo avizor, creo verlas en otros perfiles que siempre me engañan y he aligerado mi equipaje siempre dispuesta a una llamada.
Quisiera ser el faro del puerto que guíe su camino, quisiera ser la brisa que mueve y acaricia sus alas, quisiera ser el fuego que aniquile a todos que se les acerquen para hacerles daño, quisiera ser el consuelo a sus suspiros, quisiera ser… quisiera ser…
Ya no habrá quien me calme en mis desvelos, a quien le descubra mis inquietudes y tristezas, porque las encerraré en un lugar oculto bajo siete llaves forjadas con lágrimas y silencios. La noche se convertirá en juegos de memoria y al amanecer, le sonreiré al viento que es un gran mensajero, le sonreiré y le gritaré: “¡qué bien lo estáis haciendo!” y en su retorno, me traerá aromas conocidos de tierras extrañas.