Si les pidiera que contestaran a la pregunta: ¿cuál es su misión en
la vida? Seguramente no me darían una sola respuesta, sino muchas. Todas
las personas tienen objetivos diferentes relacionados con su vida
familiar, personal, social y laboral. Pero hay un deseo que nos une a
todos, y ese es el de ser feliz. Todos anhelamos equilibrio interior,
paz y tranquilidad.
El bienestar no viene genéticamente predeterminado, sino que se
busca, se entrena. Las personas se rodean de circunstancias, de otros
compañeros de viaje y de momentos que les aportan felicidad, buscan la
seguridad y tratan de desprenderse de todo lo que les incomoda y provoca
dolor. De hecho, vivimos en la era de la felicidad. Se cultiva y
practica una filosofía dirigida a cuidarse y mimarse, y muchas personas
dejan de salir de su zona de confort para evitar enfrentarse a sus
miedos y no sentir la incomodidad del sufrimiento. Pero la envidia, la
culpa, el remordimiento, la inseguridad, la frustración, la
vergüenza…todos esos sentimientos forman parte nuestra evolución. Lo
inteligente es saber dosificarlos para que cumplan con su función y no
dejar que nos bloqueen.
Todo tiene su razón de ser y una explicación lógica. Los sentimientos
negativos funcionan como un termómetro, nos indican que algo no
funciona y se manifiestan a través del malestar. Pero tienen su parte
positiva: educan, permiten evolucionar y generan aprendizaje. ¿Si no
sintiera culpa, cómo sabría que ha herido a alguien? Si no sintiera
frustración, igual no le daría valor al esfuerzo cuando consigue su
objetivo. ¿Y qué me dice de la inseguridad?…También tiene un sentido
evolutivo, le protege de las amenazas, aunque muchas de ellas no sean
tan aterradoras como imagina. Ahora, deje espacio a sus sentimientos y,
cuando estime que han convivido con usted el tiempo suficiente, ábrales
la puerta y déjeles marchar.
Siente envidia porque anhela aquello que desea y que sí tienen otras
personas. Siente envidia porque valora el mundo como un lugar injusto en
el que usted no está ni tiene lo que desearía. Una de dos, o acepta su
realidad o se implica en modificarla. Pero sufrir sin invertir tiempo y
esfuerzo, no.
Para abrir la puerta de salida a la envidia:
Reconozca su sentimiento. La envidia es un
sentimiento que, además de hacerle sufrir, es feo. Dígase a sí mismo:
“Tengo envidia”. Si no lo hace, siempre tratará de justificar su
malestar, pero no llegará a vencerlo.
Analice por qué. Esfuércese y acepte lo no
controlable. Las personas suelen tener envidia porque perciben una
situación como injusta. Los motivos por los que no tiene aquello por lo
que suspira (tipo, inteligencia, dinero, poder…) pueden ser muy
variados, pero sean los que sean tiene dos opciones: la primera,
implicarse y trabajar en lo que dependa de usted para conseguirlo, la
segunda, aceptar lo que no puede gestionar.
Si es de los “envidiosos buenos”, compórtese como si
no tuviera envidia. Pregunte a su amigo qué tal le va en ese trabajo en
el que está triunfando y escúchele; dígale a su amiga que la ve más
delgada y esbelta, alégrese de forma sincera por el viaje de vacaciones
que va a hacer esa pareja de conocidos o familiares. Y refuércese por
haber superado una situación difícil. Dígase a sí mismo: “Ves, lo haces
muy bien, ahora te sientes mejor por haberte interesado por ellos”.
Céntrese en usted mismo. El valor no está en la
comparación, sino en su propio yo. Plantéese un objetivo y piense en qué
medida puede involucrarse para alcanzarlo. A veces pierde más tiempo
criticando, desprestigiando y deseando lo de otros que invirtiéndolo en
su mejora. Esa energía sería muy productiva si la gastara en
evolucionar.
Pida perdón para vencer a la culpa y el remordimiento. Usted siente
culpa cuando sabe que ha herido a otra persona, con intención o sin
ella. Ver que otro sufre por algún comportamiento que ha tenido le hace
sentir mal. Ese malestar es el motor que le lleva a reflexionar para que
la próxima vez tenga más cuidado. Gracias a esta sensación incómoda
conseguimos aprender. Si cada vez que hiriésemos a alguien no
sintiéramos ese dolor, estaríamos hablando de una persona sin empatía,
incapaz de ponerse en el lugar de otros, y esto le dificultaría mucho
sus relaciones sociales. Nadie quiere convivir, ni trabajar, ni tener
como amigo a una persona que hace daño y que no es consciente del mismo.
Pero sentir culpa no significa que tenga que machacarse toda la vida.
La culpa le permite pensar qué haría de forma diferente la próxima vez,
y a partir de ahí, borrón y cuenta nueva. Siga estos pasos para
deshacerse de su malestar.
Pida perdón de forma sincera. Pero no lo haga de
forma cobarde, no utilice el whatsapp, dé la cara. Pronuncie el nombre
de la persona y acompáñelo diciendo que lo siente y por qué.
Repare el daño. Pedir perdón es el primer paso, el
segundo es tener un detalle. Si ha roto algo, repárelo; si ha sido
borde, tenga el gesto de llevar unos bombones, si no ha sido atento con
algo que era importante para esa persona, mande un correo, una canción o
algo gracioso que haga sentir especial a la persona herida.
Sea el de siempre. Haberse equivocado una vez no
le obliga a convertirse en alguien sumiso con esa persona, como si
tuviera que estar avergonzado toda la vida. Todos cometemos errores. Si
el desliz entra dentro de lo razonable y, sobre todo, si no ha tenido
una mala intención, tendría que poder perdonarse. El rencor y la
soberbia de las personas heridas a veces superan su buena intención.
Cuando haya hecho todo lo que podía, deje que la otra persona tenga su
tiempo. Y si le parece excesivo, decida cómo comportarse usted a partir
de ahora con esa persona que no tiene capacidad para perdonar y cerrar
heridas.
Enfréntese con valentía a su inseguridad y su
vergüenza. La inseguridad, la vergüenza y el miedo son sentimientos y
reacciones del cuerpo y de la mente ante lo que usted interpreta como
una amenaza. Siente inseguridad cuando no controla el ambiente, cuando
lo que le rodea no es predecible. Siente vergüenza cuando percibe la
posibilidad de no estar a la altura, de perder, cuando las expectativas
le superan. Y el miedo se apodera de usted pensando que puede pasarlo
mal, puede contagiarse, darle un infarto, perder el trabajo o ser
rechazado por esa persona que le atrae. ¡Qué más da el miedo que sienta!
El verdadero peligro es dejar escapar las oportunidades, no luchar por
ellas, porque ahí es donde está la derrota.
Aprenda a convivir con el fracaso y con las emociones negativas,
forman parte de la evolución y de la vida. ¿Alguna vez le dijo alguien
que esto sería fácil? Cometer errores, ser criticado, sufrir… es parte
del camino. Coexisten con la felicidad, la recompensa y el orgullo.
Si quiere conseguir salir de su zona confortable:
Busque un motivo. Seguro que lo tiene. Póngalo ahora por escrito, en grande y en un lugar visible.
No piense que puede fallar y centre su atención solo en lo que desea hacer y cómo. Describa su plan de actuación.
Es válido, bueno y fuerte. Tiene ejemplos en su
vida que lo demuestran. ¿Qué tiene en la cabeza, lo que le debilita o
sus fortalezas? Son sus puntos fuertes los que debe potenciar, no los
que restan.
Pensar en el éxito. ¿Qué hace pensando en lo que
puede fracasar o en lo que no desea que ocurra? ¡Menudo gasto de energía
inútil! El tiempo es limitado, inviértalo en pensar en lo que ¡sí!
desea que pase. Prepárese con la palabra y con el pensamiento para
conseguirlo. Repítase: “¡Yo puedo! ¡Estoy preparado! ¡Me lo he
trabajado!”.
No a las emociones negativas. No es el único que las
tiene, las tenemos todos, pero muchos de nosotros hemos decidido dejar
de escucharlas. Es lo que nos diferencia. Su vida no es más difícil, ni
tiene menos suerte que otros. Solo que los otros, en lugar de escuchar
el peligro, lo valoran, y luego deciden enfrentarse a él. No se trata de
ser temerario, solo valiente.
Actúe. Los cinco puntos anteriores son geniales sólo si los pone en marcha. Los propósitos sólo tienen sentido si se materializan.
Los sentimientos negativos le permiten ver el mundo desde otro punto
de vista, pero no significa que le tengan que paralizar. Analice y saque
una lectura positiva de su emoción y de su presencia. Aproveche lo que
le pueden aportar y, luego, desármelos.
Hay muchas personas con miedo a ser felices. Hacen extrañas
deducciones, como que si se entregan al placer recibirán un castigo.
Cuando cometen un error se lo reprochan una eternidad, para tomar
consciencia del tremendismo de lo que han hecho. Ser sufrido, negativo,
sumiso… no es la pócima de la felicidad. Nadie le va a recompensar en
otra vida por haber sufrido en esta de forma gratuita. Atrévase a ser
feliz y a tener recuerdos de esos que vale la pena almacenar.
Fuente: elpaís.com