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La muerte siempre nos sorprende. Las palabras suelen perder entonces su eficacia y sólo la cercanía y las miradas que se intuyen tras las lágrimas nos sirven para intentar comprender. Hoy, ella está repasando toda una vida, ahora extinguida. Para ella, para los suyos, estas ineficaces palabras.
Un momento, un segundo. Y el horizonte desaparece.
Una alarma madrugadora y oscura
conquista atronadoramente tu consciencia
arrancándote la noche de sus cimientos,
derrumbando la serenidad cotidiana.
Y el horizonte desaparece.
Este dolor de hoy es alimento para la continuidad.
Pero, ¿quién quiere comprender, ahora,
lo quebradizo de la línea del tiempo?
Sólo importa en estos días buscar el silencio
para convertir el recuerdo en lo tangible,
tocar las manos,
besar los labios,
abrazar los cuerpos.
Sentir la vida.
Ha de llegar. Debe llegar. Y nos toca ser testigos.
Seremos también protagonistas.
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