Este fin de semana, después de informarnos de que el tsumami proveniente de Japón alcanzó el impactante tamaño de 5 centímetros, decidimos irnos a la playa para estar tranquilos. Entre unas cosas y otras y mediante contactos que no explicaré porque serían aburridos para ustedes, lectores ajenos a mi entorno salvadoreño, acabamos en un rancho a orilla de acantilado. Pudimos reposar en las piscinas saladas que se rellenan con las olas del mar y leer con unas preciosas vistas de fondo, mientras corría la brisa y no se escuchaban más que los ruidos de las olas y las chicharras. Me he sentido durante dos días como un cafetalero completamente afortunado.
PD: Felicidades a mi querido hermano, ojalá pudiese regalarte un viaje para estos lugares lejanos...