Revista Sociedad

#SeparaciónDePoderes - PROCESO CONSTITUYENTE II. Elecciones a doble vuelta

Publicado el 16 enero 2014 por Reddeblogscomprometidos @redblogscomp
#SeparaciónDePoderes - PROCESO CONSTITUYENTE II. Elecciones a doble vuelta
LOS ANTECEDENTES: La Revolución francesa, una explosión de energía en estado puro... La imagen define la política exterior de Francia a finales del siglo XVIII. Corresponde a  “Madame Déficit” que era el alias por el que la reina María Antonieta era conocida en determinados ámbitos del mundo político parisino a causa del descomunal volumen de los costos que se generaban en su corte. En cuanto al estrambótico tocado del pelo, ese era el atuendo que usaban las cortesanas más casquivanas de Versalles de la época para lisonjear a Luis XVI y a su política exterior, consistente básicamente en enviar grandes galeones cargados de tropas, armamento y suministros, a la guerra de independencia norteamericana. ¡Vivre la Guerre! Parecían estar gritando las cortesanas de esta guisa, como si el "dinero para pagarla no fuera de nadie".
En el ámbito interno, las relaciones sociales en Europa se basaban en que los hombres tenían que obedecer al rey por mandato de la Santa Madre Iglesia, bajo amenaza de excomunión, martirio y fuego eterno;  al tiempo que el soberano decía de sí mismo que había sido coronado por la gracia de Dios. Un pérfido complot con estructura de círculo vicioso que, pese a lo burdo de la falacia, fue el régimen político que avasalló a los europeos durante más de mil trescientos años (desde la caída del imperio romano, en el año 476; hasta el estallido de la revolución francesa, en 1789); toda una constatación histórica de que la política y la religión son dos disciplinas, quizás las únicas que, conjuntamente o por separado, son capaces de generar el caldo de cultivo idóneo para que unos pocos en su propio beneficio mantengan engañados indefinidamente a todos los demás.

Una monarquía derrochadora, que tuvo que endeudarse “por encima de sus posibilidades” para atender la campaña de ultramar, no fue capaz de mantener la mentira más grande jamás puesta en práctica (se han contado mayores), aunque para desmontar aquello fue preciso que un factor exógeno provocara una explosión social que no dejaría en Francia títere con cabeza, dicho sea esto último en su acepción más literal. Dicho factor consistía en la actitud intelectual renovada que adoptaron Lafayette, Voltaire, Newton, Rouseau y otros muchos, cuyo punto común era que, cada uno en la disciplina en que se desenvolvía, fueron capaces de enfrentarse en aquel contexto a la iglesia católica y de denunciar su connivencia fraudulenta con las clases más poderosas; de definir la Ley de gravitación universal a partir de observar la forma de caer de una manzana; o de redactar un “Contrato Social” que definiera el republicanismo clásico; y de hacerlo, todos, conforme al método científico que se obligaban a respetar al establecer sus premisas y al alcanzar sus conclusiones. Visto así, lo que estaba a punto de ocurrir era la consecuencia de la eclosión de “la ilustración”, un periodo histórico en el que no cabían obediencias ciegas ni credos ni supercherías, porque hasta lo más evidente necesitaba ser demostrado con rigor científico y comprobado empíricamente. La ilustración era, por tanto, una actitud intelectual que no se conformaría con despertar conciencias, sino que se convertiría en el catalizador que transformaría en energía cinética tanta energía potencial como la sociedad había estado acumulando durante más de trece siglos de oscurantismo… La Revolución francesa: una explosión de energía en estado puro.
LOS HECHOS: El peso de las ideas.Desde poco después de amanecer el día 14 de julo de 1789, la crispación en las calles de París parecía haber alcanzado el punto de ignición. Jean –Antoine, que así se llama nuestro protagonista en esta entrada, se sintió atraído por la arenga que un joven enardecido y armado con una pistola, dirigía a los presentes desde lo alto de un rudimentario púlpito improvisado en medio de la calle. La excitación se mascaba en el ambiente, pues la multitud coreaba al unísono y con  entusiasmo tres palabras que el orador enfatizaba con gestos enérgicos: libertad, igualdad y fraternidad; los principios que  diez años antes habían servido de base para la redacción de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América.Habían pasado casi 30 días desde que el tercer Estado (el de los comunes) y parte de los otros dos (el de los nobles y el del clero), se hubieran escindido de los Estados Generales de Francia para erigirse en Asamblea Nacional Constituyente y la situación se había tornado irreversible porque las ideas de los ilustrados habían germinado en los corazones de una gente que estaba sedienta de los vientos que traían los nuevos tiempos. Más fuertes que cien ejércitos como los que les habían estado reprimiendo durante siglos; más resueltos a la victoria que el más optimista de los generales del rey; e infinitamente más numerosos que las tropas oficialistas, los que estaban a punto de reconocerse a sí mismos como ciudadanos no estaban pertrechados con mosquetones, espadas o cañones, sino con otras armas que les convertían en invencibles: hambre, un presente en el que no tenían nada que perder y una promesa de futuro por la que valía la pena morir. Solo con el peso de las ideas, había cambiado de signo el fiel de la balanza que dilucidaba el equilibrio entre dominantes y dominados.
Tal era el nivel de exaltación con el que la muchedumbre reaccionaba ante las palabras de Camille Desmoulins, pues ese era el nombre del orador, que Jean-Antoine intuyó enseguida que el contenido de la proclama era mucho más tibio que la reacción de quienes le escuchaban. De hecho, las tesis del activista eran muy moderadas: mantener la lealtad al rey, ignorar las resoluciones de los Estados Generales de Francia y crear una Guardia Nacional que sustentara la estructura de poder que estaba naciendo. Las últimas palabras de la alocución fueron para informar que los amotinados se habían apropiado de más de 28000 mosquetones procedentes de los cuarteles de París y que necesitaban la pólvora y las municiones que se almacenaban en el polvorín de la ciudad, en La Bastilla.—Vayamos a por ellas— dijo, mientras animaba a la multitud a que le siguiera.El gentío avanzó por la avenida agitando al aire horcas, guadañas, chuzos, picas y cuantos aperos pudieron conseguir, como si fueran las más temibles armas que existieran, y Jean –Antoine se dejó arrastrar por la muchedumbre que coreaba las consignas recién importadas de la revolución americana. En un principio, pensó que se trataba de un objetivo más testimonial que militar, pues creía que La Bastilla era una fortaleza que, aunque en otros tiempos pudiera haber sido considerada un símbolo inequívoco del poder y la ostentación del rey, en la actualidad solo era una dependencia prácticamente abandonada y sin ninguna utilidad salvo el almacenamiento de materiales diversos. Sin embargo, cuando la multitud enfebrecida llegó a los pies de la vieja fortaleza, se sintió sorprendido por la ferocidad con la que se comportaron sus defensores. Rodeado por los disparos de los mosquetones y los estallidos de las granadas disparadas por los cañones, se sintió inmerso en un mar de humo, fuego, sangre y dolor, se escondió tras una barricada para evitar que algún proyectil le alcanzase o algún arma arrojadiza le golpeara; se puso del revés la chaqueta, con el fin de cobrar el aspecto desharrapado de un labrador; se deshizo del bolso en el que llevaba la peluca y dio por sentado que las circunstancias habían decidido por él el bando en el que iba a luchar en sea lo que fuere lo que estuviera naciendo en aquel momento.
Cuando rebasó la puerta principal de La Bastilla y llegó a su patio de armas,  vio que, ebrios por el éxito militar alcanzado en el trance, ya había sublevados que se asomaban por las ventanas de las plantas superiores agitando enérgicamente pañuelos, trozos de cortinas y toda clase de objetos…  Así fue como se convenció de que la revolución había rebasado el punto de no retorno y que la gente llana no tardaría en exigir mucho más de lo que se había escuchado aquella mañana en un púlpito improvisado en medio de la calle.
Inesperadamente, Jean-Antoine se sintió sorprendido por alguien que le puso la mano en el hombro para reclamar su atención: —Sé que eres un intelectual y la revolución necesita líderes, ¿quieres acompañarme?— Le dijo.
Sin saber interpretar si aquellas palabras habían sido una invitación, una propuesta o una orden, Jean-Antoine optó por seguir los pasos de aquel hombre y, cuando llegó el momento en que debería abandonar el patio de armas para entrar por una de las puertas de su flanco occidental, quiso mirar al cielo para despedirse, quizás por toda la eternidad, de ese sol que le había estado machacando todo el día y que ahora apenas conseguía rozar con timidez la parte más alta de las almenas de levante. En su azaroso recorrido, tuvo que sobreponerse a su propio pánico para saltar obstáculos de todo tipo; mancharse con la sangre de los heridos, o quizás muertos; y sortear docenas de camastros improvisados donde yacían cuerpos desmembrados de los que solo los más afortunados podían gritar a causa del dolor que les producían las heridas que sufrían.
Bajaron al sótano y entraron a una habitación pequeña, poco ventilada  y mal alumbrada, donde Camille habló al oído del hombre que sentado a una mesa pequeña parecía estar al frente de aquella revuelta. —Soy matemático, señor—. Contestó Jean –Antoine a su pregunta.
Poniendo en marcha su estrategia improvisada, Jean –Antoine evitó mencionar que además de matemático era filósofo pues, aunque esa fuera una cuestión secundaria, aquel dato hubiera puesto a su interlocutor en la pista de descubrir su verdadera identidad, un secreto que pretendía ocultar a toda costa.
—Aquí no hay señores, puedes llamarme ciudadano… ciudadano Claude Fauchet ¿Cuál es tu nombre?— volvió a preguntar.
—Jean-Antoine… ciudadano Jean-Antoine— contestó él, poniendo énfasis de nuevo en ocultar que su nombre completo era Marie-Jean-Antoine-Nicolás de Caritat y, por supuesto, que él era el Marqués de Condorcet; pues corrían unos tiempos en los que estar de uno u otro lado del cadalso podría depender de algo tan inocuo como un apellido o un título nobiliario.
Ese travestismo, esa suplantación de personalidad y esa mentira  por omisión, conformarían el marchamo que acreditaría a Condorcet como uno de los 954 revolucionarios que tomaron La Bastilla y sería el salvoconducto que le permitiría integrarse en la vanguardia del movimiento que había nacido para contemporizar Francia, el mundo y la historia.
Ante un escalafón que necesitaba rellenarse rápidamente, Condorcet aceptó hacerse cargo del Consejo Municipal de París donde, al tiempo que la revolución anduvo su camino, resolvió satisfactoriamente infinidad de asuntos en pro de la república y aprendió a relacionarse con los revolucionarios; senda en la que, pese a la gran influencia del puesto que ocupaba en el organigrama de la revolución, llegó a la conclusión de que no  podía confiar en ninguno de ellos. Por eso le temblaron las piernas cuando, tres semanas después, entraron a su despacho para decirle que Claude Fauchet, quien le había aupado a aquel cargo y utilizaba su enorme influencia política para mantenerlo en él, había venido a verle.
—Camarada Jean-Antoine, he venido a verte porque está aflorando un problema en la Asamblea que confío en que puedas ayudarme a resolver. Se trata de las interminables discusiones que se entablan a cada vez que tenemos que elegir a uno de entre tres o más candidatos u opciones. Supongo que solo un buen matemático podría resolver favorablemente esta situación y tú eres el mejor de que podemos disponer ¿Aceptas formar parte de la Asamblea Nacional Constituyente?
El optimismo de Condorcet fue inicialmente desbordante, pues su corta carrera política le había permitido ver en directo los enfrentamientos a que se refería el ciudadano Fauchet, y confiaba en que su solida formación matemática le permitiría encontrar una solución razonable a la cuestión que le habían planteado.
FUNDAMENTO MATEMÁTICO DE LAS ELECCIONES A DOBLE VUELTA:
Veamos en lo que consiste ese problema, según podría ocurrir en un ejemplo para un colectivo de 60 votantes que pretenden elegir a uno entre tres candidatos, situación que era muy habitual en la Asamblea a la que pertenecía:
23 votantes prefieren al candidato A
19 votantes prefieren al candidato B
18 votantes prefieren al candidato C
El ganador por mayoría simple sería claramente  el candidato A. Sin embargo, la realidad sería que, aunque ese nombramiento conseguía que 23 votantes quedasen satisfechos, también era cierto que 37 (la mayoría) quedaran insatisfechos porque hubieran preferido otros candidatos. Condorcet entendió que esto ocurría porque esa era la naturaleza de las votaciones por mayoría simple, pero confió en que sería capaz de diseñar un nuevo método que fuera capaz de superar esa sensación mayoritaria de frustración.
Condorcet se comprometió  ante la Asamblea a resolver tal situación, lo que propició que lo promovieran a Secretario de aquella institución, y así consta en los anales de las ciencias exactas, donde quedó registrado que esa herramienta, incluida en la teoría de juegos, se llamaría “El Modelo Condorcet”.
Para acometer un proyecto tan innovador, Condorcet trató de conseguir que los votantes no se limitaran a manifestar cuál era su candidato preferido, sino que además, expresaran sus preferencias 2ª, 3ª, 4ª,…  y nª de forma ordenada y ponderada respecto a los “n” candidatos, con la intención de, a partir de esa información, poder hacer una valoración más calibrada de las preferencias de los votantes.
Para materializar el modelo utilizaremos esta terminología: Candidato X prefiere A→ B→ C, quiere decir que el Candidato X valora mejor el candidato A que el B, y el B, mejor que el C.
Con la inclusión de la información recabada, los datos del ejemplo podrían quedar así:
Colectivo X:  23 votantes que prefieren al candidato A→ C→ B.
Colectivo Y:  19 votantes que prefieren al candidato B→ C→ A.
Colectivo Z:  16 votantes que prefieren al candidato C→ B→ A.
Colectivo V:   2 votantes que prefieren al candidato C→ A→ B.
Condorcet ideó varias formas de resolver esta matriz. Por ejemplo, ponderando la calificación que cada votante concedía a cada uno de los “n” candidatos: 1, 2, 3… n puntos a cada uno. Sin embargo, ni los miembros de la Asamblea aceptaron a la hora de la verdad poner en duda el valor de la elección realizada por mayoría simple, ni quisieron incluir a sus adversarios políticos en sus votaciones, ni siquiera en sus posiciones menos favorecidas. Por tanto, el resultado práctico de la propuesta de Condorcet fue que, no solamente no consiguió disminuir las discusiones de los asamblearios, sino que se incrementaron considerablemente.
A la vista del agravio comparativo con el que se sentían tratados los candidatos que perdían respecto al ganador que la Asamblea hubiera considerado ganador, fuera cual fuese el elegido, Condorcet utilizó todos sus recursos de científico para analizar el descontento de los votantes, y descubrió que se había encerrado en un callejón sin salida, porque en la matriz que había redactado quedaba implícita una grave paradoja, según la cual, tomando en consideración la preferencia entre los candidatos tomados de dos en dos, podía llegarse a un orden de preferencias global radicalmente diferente.
Veamos qué ocurre en el caso del ejemplo:
35 Votantes (mayoría) consideran que B→A contra 25 (minoría) que prefieren A→B
41 Votantes (mayoría) consideran que C→B contra 19 (minoría) que prefieren B→C
37 Votantes (mayoría) consideran que C→A contra 23 (minoría) que prefieren A→C
Resumiendo las preferencias mayoritarias hechas por parejas (esta última batería de datos), obtenemos que la mayoría de los votantes prefiere C→B→A, exactamente lo contrario de lo que se deducía de la votación hecha por mayoría simple (A→B→C).
La Asamblea legislativa, constituida por hombres valientes, de acción, rudos y en muchos casos, primitivos, no quiso entrar en el análisis de las sutilezas científicas descubiertas por su Secretario, y se limitó a sentirse defraudada y traicionada por Condorcet, el hombre en el que habían confiado. En cuanto a las ciencias exactas, sus anales se sintieron enriquecidos por el descubrimiento de esta contradicción, y la llamaron La Paradoja de Condordcet.
Condorcet había cometido dos errores que, aunque en otras circunstancias no hubieran albergado ninguna gravedad, en estas, podrían someterlo a un riesgo inasumible. El primero lo cometió tan pronto como aceptó su cargo en la constituyente. Se trataba de una controvertida asamblea dividida en dos mitades: Los Girondinos, partidarios de una reconstrucción pacífica del país, que se sentaban a la derecha de la sala en donde se reunía la Asamblea; y los Jacobinos, encabezados por Maximiliano Robespierre, que propugnaban una depuración radical del pasado imperial francés, que se sentaban a la izquierda[1]. En función de sus ideales liberales, Condorcet optó por una filiación junto a los primeros, asentados en la mitad derecha de la Asamblea. Visto con la perspectiva adecuada, podría considerarse que aquel pudo haber sido efectivamente su primer gran error político, pues una filiación de derechas en una revolución promovida y dirigida por las izquierdas implicaba acercarse peligrosamente a la frágil frontera que separa el territorio de los leales a la revolución del de los que suben al cadalso por haber sido tachados de reaccionarios.
Su segundo error fue de carácter más técnico, pues consistió en que se comprometió con la Asamblea en resolver un problema de orden interno que resultó no estar en su mano resolver, aunque su intento desesperado por cumplir su promesa le llevara a descubrir una paradoja que enriquecería los anales de la ciencias exactas.
Aun así, sería su tercer error el que le acarrearía la debacle. El paso del tiempo había conseguido que las tesis de los jacobinos se radicalizasen hasta el extremo de que el propio Rey, tras ser secuestrado por un número considerable de mujeresde París, se viera obligado a una fuga rocambolesca que resultó frustrada. La palabra traición no tardó en rodear al monarca y a su familia, y Condorcet, incapaz de aceptar la culpabilidad del soberano sin que existiera una duda razonable, se erigió como el principal valedor de los Borbones. Cuando la cabeza de Luis XVI rodó por la tarima del patíbulo el día 21 de enero de 1973, solo era cuestión de tiempo, pues la de Condorcet no tardaría e caer de forma similar.   
Así fue como Condorcet, mal político, buen matemático y excelente para intuir su propio futuro, había estado tratando de escapar a su destino durante más de cuatro años… y no lo consiguió: El 3 de octubre de 1793 fue acusado por traición, huyó y se escondió antes de que fuera redactada la condena, fue capturado el 27 de marzo de 1794 y se suicidó en su celda después de dos días de prisión.
La Revolución francesa había andado su primera etapa y estaba a puno de comenzar una segunda: La Constitución iba a ser abolida y EL TERROR se iba a convertir en el único que podría pasearse libremente por las calles parisinas.
CONCLUSIONES: Un error garrafal o la estafa más grande jamas llevada a cabo.Con posterioridad a la trágica experiencia de Condorcet, han sido muchos los matemáticos, sociólogos y economistas que han hecho trabajos muy concienzudos sobre las decisiones sociales, aunque creo que una frase resume (sin duda que al nivel de la caricatura) las conclusiones al respecto de todos ellos: “Nunca llueve a gusto de todos”. Por el contrario, ha sido la pragmática política la que con más éxito ha descubierto y puesto en uso las distintas alternativas que  pueden adoptarse a partir de una decisión social tomada por mayoría simple:UNA: Elecciones por mayoría simple. Esto es lo que hay. (Asamblea nacional constituyente, Francia,1789)DOS: Dejar en libertad a los candidatos para que, una vez celebrada la consulta, y recontados y publicados los votos conseguidos por cada uno de ellos, negocien en petit comité secreto, quién es el ganador definitivo (es el caso de España, hoy).TRES: Los grandes pensadores de la ciencia política han comprobado que, cuanto más alto es el número de votantes convocados y más son los candidatos, con más fidelidad adoptan los resultados del plebiscito la estructura del “modelo de Pareto”, una función estadística que se caracteriza porque  un pequeño número de candidatos obtiene la mayor parte de los votos emitidos. Ante esta evidencia estadística, y considerando que la paradoja de Concordet y de los estadísticos que le siguieron, no presentan contradicciones cuando se trata de elegir entre solo dos candidatos, la solución más eficaz aportada por los científicos políticos hasta hoy día es investir como ganador definitivo al que obtenga la mayoría simple en una segunda vuelta, en la que los votantes solo puedan votar a alguno de los dos candidatos más votados en la primera. (Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Suiza…, hoy)Desde el momento en que en este texto se han descrito las incoherencias de una votación hecha por mayoría simple, y que prácticamente el único inconveniente del sistema electoral a doble vuelta es que favorece el bipartidismo, centraremos la atención en describir los defectos de la democracia representativa, supuesto que no es sino la segunda alternativa que se ha mencionado, y que resulta imposible de definir si no se utilizan las expresiones “petit comité” y “secreto”, ambas de marcado contenido antidemocrático:PRIMERA: Al dejar que los candidatos se reúnan en petit comité secreto para repartirse entre ellos la tarta del poder, el sistema prioriza los intereses de los propios candidatos por encima y antes, que los de los ciudadanos puesto que, en el “mercantileo” al que se someten a las instituciones del estado, son los intereses de ellos los que prevalecen, no los de la sociedad a que pretenden representar.SEGUNDA: Esta capacidad que el sistema otorga a los candidatos de vender su apoyo al mejor postor actúa como efecto de llamada a la hora de la presentación de candidatos, de forma que acude una clase de aspirantes cuya propensión a la corruptela los invalidaría en un modelo realmente democrático.  TERCERA: En  un modelo en el que se confía a los candidatos establecer cuál de ellos es el ganador, se da la contradicción de que, con demasiado frecuencia, los candidatos menos votados consiguen una cuota de poder muy superior a la que les corresponde, gracias a que los más votados han tenido que concedérsela para conseguir su apoyo. (partido bisagra).CUARTA: En este supuesto, cualquier elección podría calificarse como fraudulenta, desde el momento en que resulta inevitable que, a lo largo de la negociación, se desvirtúen los programas electorales por los que los candidatos consiguieron sus votos pues, para ser apoyado por los que fueron sus contrincantes de buena lid en la campaña electoral, cualquier candidato se ve obligado a renunciar a partes sustanciales de su programa.A la vista de estos razonamientos, imaginemos por un momento que no se celebran lo que en España conocemos por elecciones y que dejamos que los partidos se reúnan para repartirse el pastel ellos solos, sin plebiscito ¿Acaso podríamos esperar que el resultado fuera diferente al que se obtendría después de realizarse unas elecciones a la española? Por tanto, hay dos preguntas que debe contestarse el lector para dar por leída esta entrada:¿De verdad cree que sirven para algo las elecciones generales que se celebran en España?¿De verdad, el 6 de Diciembre, día de la Constitución española (del 78), es una efeméride que merezca ser celebrada?Este artículo es una recreación hecha a partir de este otro de Vicente Jimenez, ( @parnasillo ). Rafael Solís.

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[1] Las expresiones derecha e izquierda, referidas a actitudes semejantes a las propugnadas por ambos bandos de la Asamblea legislativa, han seguido utilizándose hasta la actualidad con similar significado. Publicado por 

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