Era difícil imaginarse que aquella Cataluña que salió de los Juegos Olímpicos de Barcelona-92 como una de las regiones más admiradas, luminosas y alegres de Europa fuera a convertirse en otra a la que comienza a llamársele “Califato” por el fanatismo similar al religioso de sus independentistas.
Añádase que muchos llaman ya coloquialmente a esos agresivos separatistas “orcos”, desagradables formas semihumanas que atacan a los héroes de El Señor de los Anillos.
Así se entenderá la repulsión que han generado en muchos españoles los gobernantes separatistas del “Califato”, representantes de menos de la mitad de los catalanes.
Este “Califato de los orcos”, ha afeado gravemente la imagen de la Cataluña brillante y abierta a la que emigraron, ayudándola a crecer, españoles de regiones pobres, antes la mayoría.
Su mejor momento de prosperidad y con democracia fue a partir de aquellos JJ.OO., un éxito asombroso gracias a la imaginación de sus impulsores, el barcelonés Samaranch, y sus munícipes, artistas y voluntarios, con el apoyo incondicional de toda España, económico, político y moral.
Ese éxito espectacular, supo atraer infinidad de iniciativas enriquecedoras, y como toda España alababa su imaginación y creatividad, parte de sus autoridades creyeron que sostenían al resto del país, habitado por unos parientes lejanos ignorantes y menesterosos.
Los ensoberbecidos nacionalistas dedujeron enseguida que, en realidad, esos no eran sus familiares porque ellos eran de una estirpe diferente, gentes superiores y de mejor linaje, e inventaron la “raza catalana” alabada por Oriol Junqueras.
Fueron separándose, y hasta contagiaron a algunos descendientes de los que emigraron allí convenciéndolos de que por ósmosis lingüística se habían vuelto superiores.
Aquella tierra acogedora se metamorfoseó en un Califato nacionalista en el que los orcos, sin ser mayoría, oprimen a los tabarneses, los héroes del Señor de los Anillos.
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SALAS