En las séptimas moradas santa Teresa narra cómo se da la unión plena y definitiva con Dios, que ella representa con el matrimonio espiritual. Son cuatro capítulos en los que su experiencia mística se traduce en acciones concretas para bien del prójimo.
-Claudia Morales Cueto
Al empezar a escribir las séptimas moradas, santa Teresa se enfrenta a la gran dificultad de comunicar, de darnos a entender, uno de los más grandes regalos de Dios: experimentar el cielo en la tierra, debido a la gracia de la unión mística. Por ello se encomienda y pide que sea Dios mismo quien “menee la pluma” (7M1,1). Estas moradas constan de cuatro capítulos y en este blog presentamos un panorama para poder guiar a quienes quieran adentrarse en la lectura del libro de Las Moradas.
En el centro del castillo
De acuerdo a la experiencia de nuestra maestra Teresa de Jesús, cuando nuestro Señor decide tener “piedad de lo que padece y ha padecido por su deseo” el alma que ya ha tomado por esposa, la lleva a “una estancia adonde sólo Su Majestad mora”, a la que ella compara con un cielo dentro del alma (7M1,3). Es esa habitación de la que hablaba desde la primera morada, en la que ocurren las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma (1M1,3).
7M1: El gozo de ser comunidad
A diferencia de la gracia de la unión momentánea de las sextas moradas, la unión entre el alma y Dios en la séptima morada no sucede con suspensión o arrobamientos (5), sino que la persona está plenamente consciente. La primera gracia que santa Teresa narra en estas moradas es que por visión intelectual, es decir, por una percepción espiritual interior que deja grandísima certeza: Dios revela a la persona a la Santísima Trinidad, de manera que “lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma” (7M1,6). Las Personas de la Trinidad no sólo se revelan, sino se comunican con ella:
“Aquí se comunican todas tres Personas, y la hablan, y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría a Él y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos” (7M1,6).
Una agradable compañía
Esta percepción de la presencia de la Trinidad hace que la persona esté más despierta para el servicio de Dios “y en faltando ocupaciones, se queda con aquella agradable compañía; y si no falta a Dios el alma, jamás Él la faltará, a mi parecer, de darse a conocer tan conocidamente su presencia” y anda con más cuidado que nunca para “no le desagradar en nada” (7M1,8).
7M2: El matrimonio espiritual
Desde el inicio del libro de Las Moradas, santa Teresa nos ha anticipado que el culmen del recorrido interior por el castillo es llegar a la sala en la que habita Dios, el pequeño cielo en el centro del alma, la séptima morada. En ella se realiza la unión plena y definitiva de la persona y Dios, el matrimonio espiritual, que es lo que aborda en este capítulo. La merced ocurre en 1572 en el monasterio de la Encarnación de Ávila, donde ella se encuentra sirviendo como priora en ese momento.
“Se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas y Él tendría cuidado de las suyas” (7M2,1).
Santa Teresa narra con detalle esta vivencia en la Relación 35, en la que también cuenta que como símbolo de la alianza, de que a partir de ese momento compartirán todo, Jesús le regala un clavo.
“Mira este clavo, que es señal de que serás mi esposa desde hoy. Hasta ahora no lo habías merecido; de aquí en adelante, no sólo como Criador y como Rey y tu Dios mirarás mi honra, sino como verdadera esposa mía: mi honra es ya tuya y la tuya mía” (R35).
El Señor regala su Paz
Como no intervienen los sentidos exteriores ni es provocada por la persona, nuestra Santa explica que es “como se apareció a los Apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo ‘Pax Vobis’. El orante queda “hecho una cosa con Dios (… ) porque de tal manera ha querido juntarse con la criatura, que así como los que ya no se pueden apartar, no se quiere apartar Él de ella” (7M2,3).
Observemos que no solo la persona goza de esta unión, sino que al final del párrafo santa Teresa expresa que “no se quiere apartar Él (Dios) de ella”, pues como lo afirmó san Juan de la Cruz en el libro de Llama de amor viva: “Si el alma busca a Dios mucho más la busca su Amado a ella” (LlB3,28)
7M3: Efectos de la unión plena o matrimonio espiritual
En las quintas moradas nace el deseo de hacer la voluntad de Dios, que crece en las sextas y madura en las séptimas. El amor mutuo hace que la persona confíe plenamente que su vida está en las manos de Dios y que ella puede hacer algo para servirlo, en medio de lo cotidiano:
“Su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado, en especial cuando ven que es tan ofendido” (7M3,6).
Estos deseos de servir a Dios se notan en lo siguiente:
- “Un olvido de sí” (2), pues está empleada completamente en procurar la honra de Dios. El ego, la honra y la vanidad quedan completamente olvidados.
- “Un deseo de padecer grande”, aunque sin inquietud, como antes, sino con paz. No es que santa Teresa elogie el masoquismo, sino que ha experimentado que muchas veces optar por el Evangelio, el Amor y la Verdad puede ser difícil y problemático.
- “Un gran gozo interior cuando son perseguidas, con mucha más paz que lo que queda dicho, y sin ninguna enemistad con los que las hacen mal o desean hacer; antes les cobran un amor particular”. La transformación interior trae consigo una madurez emocional, por la que el orante puede vivir con una completa libertad de la honra propia; puede incluso tener compasión y amar tiernamente a quienes le quieren hacer mal.
Ya no quiere nada, sino lo que Dios quiera, como lo expresa bellamente santa Teresa en su poema “Para Vos nací”:
“Dadme muerte, dadme vida:
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz crecida,
flaqueza o fuerza cumplida,
que a todo digo que sí:
¿qué mandáis hacer de mí?
(P2)
Los deseos de comunicación de Dios
Para animarnos y hacernos conscientes del gran valor de haber emprendido camino hacia el interior del Castillo, santa Teresa nos recuerda que esta es una experiencia de relación, de crecimiento en amor, y que no solo nosotros buscamos a Dios, sino que Dios también nos busca:
“Cuando no hubiera otra cosa de ganancia en este camino de oración, sino entender el particular cuidado que Dios tiene de comunicarse con nosotros y andarnos rogando – que no parece esto otra cosa- que nos estemos con Él, me parece eran bien empleados cuantos trabajos se pasan por gozar de estos toques de su amor, tan suaves y penetrativos” (7M3,9).
7M4: Obras, obras
La gracia del matrimonio espiritual despierta en quien la recibe unos grandes deseos de reciprocidad, de agradar y mostrar a quien tanto le ama y le da. Es vivir poniendo todo el empeño en ser de verdad amigo de Cristo, como los santos, aunque quien ha llegado hasta aquí sabe muy bien que sin la fuerza interior que le da Dios no puede nada. Algunas veces “las deja nuestro Señor en su natural, y no parece entonces sino que se juntan todas las cosas ponzoñosas del arrabal y moradas de este castillo para vengarse de ellas por el tiempo que no las pueden haber a las manos” (7M4,1). El contactar con nuestros límites nos hace ver que si algo podemos hacer es porque Dios nos ha dado todo para hacerlo, comenzando por la vida. Por eso no tenemos que estar enfocadas en los resultados, sino en hacer lo mejor que podamos y servir con amor a todas las personas, sin distinciones.
Dios da el regalo de la unión para que la persona, el orante, se disponga a padecer. Pero no es que el sufrimiento tenga valor por sí mismo, sino el padecer natural causado por la renuncia a la propia voluntad para hacer la de Cristo, una renuncia que se actualiza cada día y se manifiesta en el amor al prójimo. Por eso afirma:
“¿Sabéis que es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien señalados con su hierro, que es el de la cruz, porque ellos ya le han dado su libertad, los pueda vender como esclavos de todo el mundo, como Él lo fue” (7M4,8).
Santa Teresa, mística y realista
La metáfora del castillo como una historia de amor entre Dios y el alma no es para que rechacemos o sacrifiquemos lo humano, sino para ayudarnos a ser plenamente humanos. El matrimonio espiritual no es una gracia solo para deleite de quien la recibe, sino para que nazcan “obras, obras”. Es un regalo que dispone al apostolado, al servicio, comenzando con quienes tenemos más cerca, sin hacer castillos en el aire o fantasías imposibles de cumplir. La grandeza de las obras es el amor que ponemos en ellas:
“No hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen; y como hagamos lo que pudiéremos, hará su Majestad que vayamos pudiendo cada día más y más” (7M4,15).
En esta perspectiva realista, santa Teresa también nos recuerda que debido a la frecuencia en el trato y a los roces que ocurren en la vida cotidiana, quizá nos cueste trabajo servir a quienes tenemos más cerca, como a nuestra familia o a las personas con las que más convivimos. Por ello aconseja a sus hermanas:
“No quieras aprovechar a todo el mundo, sino a las que están contigo, y así será mayor la obra, porque estás a ellas más obligada” (14).
Casi al final del libro, santa Teresa exclama:
“Plega a su Majestad, hermanas e hijas mías, que nos veamos todas adonde siempre le alabemos, y me dé gracia para que yo obre algo lo que os digo, por los méritos de su Hijo, que vive y reina por siempre jamás amén “ (7M4,16).
Orientaciones bíblicas
- Juan 14, 12-23. Si alguno guarda mis Palabras vendremos a él y haremos nuestra morada en él.
- 1Corintios 6,11. 17. 19-20. El que se arrima a Él se hace un espíritu con Él. Somos templos del Espíritu.
- Gálatas 2, 19-20/Filipenses 1, 21. Mi vivir es Cristo. Cristo es mi vida.
- Juan 20, 19-23. La paz les dejo.
Recursos
- Escucha la clase de las séptimas moradas.
- Mira el video de la clase.
- «Las Moradas» en clave musical
Cómpralo en Editorial Santa Teresa, S.C
ó