Séptimo comienza admirablemente bien, con esas tomas aéreas de la inmensa ciudad de Buenos Aires en plena actividad. Una enorme urbe que contrasta con el lugar donde se va a desarrollar buena parte de la trama de la película, un edificio de vecinos donde se pierden de manera absurda e inexplicable unos niños mientras bajaban la escalera. Esta especie de pesadilla va a conformar la trama de Séptimo, donde el personaje que interpreta Ricardo Darín asume un protagonismo casi absoluto.
A primera vista, Sebastián parece un triunfador. Es un abogado que lleva un importante caso de corrupción y su móvil no para de sonar mientras conduce su BMW por las calles de la ciudad porteña. Pero la vida de Sebastián esconde algunas miserias: se separó de su mujer, pero aplaza la firma de los papeles del divorcio. Ella le reprocha que su posición actual se debe a los manejos de su familia: hay muy malas vibraciones entre los dos que solo son neutralizadas cuando sus dos angelicales hijos hacen acto de presencia. El padre, que se encarga de llevarlos al colegio, practica con ellos un juego: les reta a que bajen por la escalera y que lleguen antes al aparcamiento subterráneo que el ascensor en el que el desciende. Cuando llega abajo, Sebastián comprueba, primero con preocupación y luego con horror, que sus hijos han desaparecido. Comienza un juego que se parece mucho al de esas novelas policiacas en las que se ha cometido un crimen en un recinto cerrado y el detective debe descubrir cómo ha sido posible.
A partir de este momento comienzan los mejores minutos del escaso metraje de Séptimo. Ricardo Darín sabe transmitir perfectamente los estados de ánimo del padre de familia que ha perdido a sus vástagos de forma absurda: de la incredulidad a la desesperación, de la desesperación a la rabia. Intentar racionalizar el suceso no le sirve más que para aumentar su frustración. La angustia es tal que siente que sus hijos deben estar cerca, pero todos sus intentos de encontrarlos dentro del recinto del edificio dan como fruto una mayor frustración. A mi entender existe un error en el planteamiento de estas escenas: el espectador no sabe en ningún momento cual es la estructura exacta del edificio, ni siquiera si se comunica con otros a través del aparcamiento, de otras escaleras o de la azotea, por lo que el espacio a abarcar podría estar formado por unas pocas plantas o por varios edificios comunicados entre sí.
Con la intervención de la madre en la búsqueda pasamos al tercer acto de la película, el del desenlace, cuando todo apunta a que se ha producido un secuestro. En esta última parte se debarata de mala manera todo lo bueno que tenía la película. El espectador que haya prestado un poco de atención (a pesar de que se intenta ponerlo sobre falsas pistas) sabrá desde mucho antes de qué personaje es el culpable. Y el final va a ser verdaderamente ridículo, quedando el personaje principal - en contra de lo visto hasta el momento - como un ser fácilmente manipulable incapaz de ver lo que tiene delante de sus ojos hasta mucho después de que haya sucedido. Lo mejor de Séptimo son sus humildes pretensiones y el buen uso que hace de un buen actor como Darín. Lo peor, su conclusión, que deja al espectador con un pésimo sabor de boca, cuando se desmorona estrepitosamente la frágil arquitectura que sostenía la trama.