Llegamos el miércoles por la mañana al loco Valparaiso que nos recibió con calor y sin aparcamiento. Tras muchas vueltas alrededor de la Intendencia y la plaza principal, decidimos aparcar en zona de “ora” chilena y nos marchamos a almorzar a un sitio fabuloso, el Tertulia, con techos altos, tapices en blanco y negro de la ciudad y una comida casera deliciosa.
Después partimos a trabajar a dos jardines de infancia de Laguna Verde, donde realizamos dos cuentacuentos. El viaje nos permitió bordear la costa y disfrutar treinta minutos del azul intenso de Pacífico, mientras el chófer, Don Juan, nos contaba historias maravillosas sobre el ejército chileno, el origen de la laguna verde u otras curiosidades.
El trabajo fue bakán. Si bien no conseguimos conectar con los primeros niños porque ni nos esperaban ni las profes les motivaron, el segundo fue tan curiosamente bien como siempre. La satisfacción de descubrir que tu trabajo gusta aún a diez mil kilómetros de donde lo empezaste es algo indescriptible. Los ojos de los niños, la integración de las profesoras, el agradecimiento, todo… Funciona.
Por la noche pudimos descansar en nuestra nueva casa, la casa azul al lado de la casa damasco de María Paz y Gabriel. Y fue genial, aunque estábamos cansadas y desubicadas pero nos duró la sensación apenas un rato. Nos acomodamos y empezamos a hablar y hablar y hablar… Como en un hogar.