Revista Opinión
La realidad en la que vivimos no deja de sorprendernos. Es tanta la información que fluye por ella y tantos los medios tecnológicos que desentrañan cualquier fenómeno que acontezca, que es prácticamente imposible dejarse manipular por quienes acostumbran a propalar toda clase de memeces, por muchas influencias que tengamos de creencias y bulos. Bastaría con prestar un mínimo de atención a toda la información accesible a nuestra disposición para averiguar, con reducido margen de error, que ni sufrimos una sequía alarmante (falta de precipitaciones), ni que las rogativas o los rezos hacen llover cuando convenga por intervención divina. Ya no es posible ni tolerable tratar a las personas cual ingenuos menores de edad por la falta de diligencia de algunos o la manipulación cínica de otros. Sin embargo, abundan la desidia y los charlatanes que lo intentan con su grey de seguidores.
Esto viene a colación porque no es infrecuente encontrar en los medios de comunicación noticias y comentarios acerca de una sequía que, al parecer, afecta a determinadas zonas del país, intercaladas con otras informaciones sobre los estragos que causan tormentas e inundaciones en diversos lugares de la Península. Es cierto que una cosa no quita la otra y que puede darse la coincidencia de una sequía en un área determinada con aguaceros torrenciales en otra. Pero que se prodiguen unos sin influir en otros es, cuando menos, sorprendente y llamativo.
Más sorprendente aún si, en medio de tales informaciones contradictorias, interfiere una autoridad eclesiástica, perteneciente por supuesto a la jerarquía católica, al parecer muy preocupada por las consecuencias que podría ocasionar la sequía en la agricultura y la ganadería. Se trata de un arzobispo que remite una misiva a los sacerdotes, seminaristas y fieles de su diócesis para instarles a rezar y pedir al Creador del Universo “que nos conceda el agua que tanto necesitamos”. El purpurado en cuestión, aparte de sufrir por los pecados del mundo, se hace eco de la “preocupación creciente” de los agricultores por la grave sequía que padece Sevilla, toda Andalucía y gran parte de España. Hasta la Iglesia se apunta a la supuesta sequía. Si ya no sabemos si llueve o padecemos una escasez hídrica, la intervención del religioso añade confusión al asunto e intenta, de paso, cohesionar a su feligresía con misas y plegarias que supuestamente ayudarían a solventar el problema. Si esto no es manipulación, se le parece bastante y recuerda épocas pretéritas de analfabetismo y opresión que creíamos superadas.
Cualquier lector de prensa, oyente de radio, espectador de televisión o navegante de Internet, es decir, el simple consumidor de información en cualquier soporte, se enfrenta a noticias que, en el intervalo de pocos meses o con el cambio de estación, le informan de que el agua recogida con las últimas precipitaciones aumenta las reservas y garantiza el abastecimiento de los próximos años, o que, por el contrario, el campo está soportando una “pertinaz” sequía que hace peligrar las cosechas, el pasto para la ganadería y el consumo humano. Ante ello, el usuario de la información no sabe a qué carta quedarse: o se traga todo lo que le echen o no se cree nada. Si los medios informan de una cosa y de lo contrario, publicando cualquier nota de prensa que reciben sin analizar su contenido y, peor aún, sin confirmar ni contextualizar lo que las fuentes les interesa dar a conocer, sólo queda que el lector, oyente o espectador interesado asuma la labor de diligencia a la que renuncian los periodistas.
De esta forma podría enterarse que, según el Observatorio Nacional de la Sequía, lo que se conoce como tal es un fenómeno que se produce cuando los valores de las precipitaciones son inferiores a los normales en un área determinada y durante un período de tiempo más o menos prolongado. Aunque hay diversas definiciones o tipos de sequía (meteorológica, hidrológica, agrícola, etc.), la que maneja la gente es la que se refiere a la escasez de precipitaciones en cada año hidrológico, una medida temporal que abarca desde el mes de octubre de un año hasta el de septiembre del año siguiente ¿Ha habido falta de precipitaciones en el año hidrológico 2016-2017 en España?
Los datos que ofrecen los “Informes mensuales climatológicos” de la Agencia Estatalde Meteorología (AEMET), en lo que llevamos del actual período hidrológico ha habido meses secos pero con precipitaciones inferiores a lo normal y fríos o cálidos pero húmedos o extremadamente húmedos, incluso con precipitaciones que fueron superiores a los valores normales. Es decir, falta de agua como para calificar de sequía la situación, no se ha producido en el sentido estricto del término. Diferente es que, para determinadas cosechas y los niveles de algunos embalses, no llueve cuando interesa para el regadío de algunos cultivos ni en la cantidad necesaria para compensar la sobreexplotación en algunas cuencas. Pero esto es otra cosa que tiene más que ver con la gestión de un recurso escaso e imprevisible como es el agua que con lo que es una sequía, propiamente dicha. Y los medios se prestan a la confusión.
Parece conveniente, por tanto, que tanto jerarcas eclesiásticos como medios de comunicación no contribuyan a crear alarma entre una población ya suficientemente sensibilizada en el uso racional del agua, cuya gestión está encomendada a los poderes públicos por ser un recurso vital de interés general que los ciudadanos financian con sus impuestos y con el recibo de la empresa suministradora. Y que no se dejen utilizar por sectores particulares a los que la disposición de este elemento puede verse alterado por la disminución temporal de las precipitaciones o el aumento de la demanda. Máxime si el consumo de agua en la población representa sólo el 8 por ciento del total, siendo la agricultura la responsable del 80 por ciento del gasto, y la industria, del 12 por ciento restante. No es justo, pues, que ni arzobispos ni medios, cada cual manoseando la información a conveniencia, tomen por niños ingenuos y manipulables a sus respectivas “parroquias”. Ese tiempo ya ha pasado.