En una semblanza de su amigo Roberto Arlt, Onetti dijo que afortunadamente ninguno de quienes critican la obra del argentino porque está mal escrita, podrá nunca acercarse a lo que Arlt logró. Hablando de uno de esos críticos, dice que tiene razón. Y agrega: “Pero siempre hay compensaciones. [Ese crítico] No nos dirá nunca, de manera torpe, genial y convincente, que nacer significa la aceptación de un pacto monstruoso y que, sin embargo, estar vivo es la única verdadera maravilla posible. Y tampoco nos dirá que, absurdamente, más vale persistir”. Desde los rusos, desde Arlt, desde Céline, nadie nos había contado la catástrofe con tal maestría que aunque nuestro lado sentimental y fofo quiera cerrar los ojos, aquella parte de nosotros que no nos deja desviar la mirada cuando el ciego nos cuenta la muerte de Héctor a manos de Aquiles, nos deja fijos en la página, siguiendo la historia como si nos arrastrara un río, aterrados y fascinados. Uno siente culpa, como una resaca moral, por disfrutar tanto estos libros, por pensar por momentos que gracias a Dios tuvimos el narcotráfico y los políticos y toda la mierda que hemos tenido porque de otro modo no tendríamos los libros de Vallejo. Uno no se salva.
Pablo Arango –el malo. Libélula Libros
