Revista Opinión

Ser hijo de puta

Publicado el 20 diciembre 2011 por Marpa411

Ser hijo de puta

Muchas veces me pregunto si es una condición, una costumbre, una necesidad, una virtud, un defecto, una construcción defectuosa del ser humano, una enfermedad mental, una característica terrenal, una herencia, un virus pasajero… o simplemente una condición innata con la cual tratamos de combatir esos malos espíritus fantasmales…

Algunos hacen el esfuerzo de construir su peor carbónico. Su máxima caricatura del mal, un tibio reflejo en un espejo negro. Una conciencia obtusamente maligna

Miedos, inseguridades, resentimientos, y astucia aplicada, son el alimento para esos seres pequeños que se enorgullecen de llevar una bandera, una identidad que por más asquerosa que sea los identifica. Una pancarta interna que flamea oculta y los hace sentir heroicos, ansiosos de poder germinar una semilla, aunque sea insignificante del sinsabor del mal, y van por la vida buscando regodearse en ese asqueroso y raquítico esqueleto enfermo de lo siniestro.

Pero en cualquier momento esa radiografía, esa estructura endeble se quiebra. Es tan obvia que los propios poros dan señales de inconsistencia, de que no aguantan ni su propia bilis estancada. Así es. La lucha interna, esa que por negación no se registra, no se comprende. ¿De eso se es inmune? ¿De esos actos no se vuelven?

Es lastimoso que muchos no lo puedan ver. Y a la ves es maravilloso que no lo noten.

Lo penoso de saber que de las vidas que se arruinan por esos actos de máxima crueldad, aunque sean momentáneos, perforan hasta el fondo. Pero aunque ese ser demuestre la más tosca insensatez, y persista en su costado más inescrupuloso, y penetre en esas almas impolutas, y las manche superficialmente, ese crimen no lo exime de ninguna pena, no lo exculpa de esos hechos premeditados. Las acciones llegan, pero también vuelven.

Una equidad vital. La más originaria, la más íntegra. (MP)


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