@morguefile
En la vida de un profesional hay dos formas de desilusión, la que le hace más fuerte, porque aprende de ella, y el desengaño inútil, que sólo intensifica la impotencia y genera sufrimientos, ya que su resolución está en manos de otros. Afirmar que ser joven penaliza profesionalmente es una realidad, se esté en el grupo de desilusión que se esté.Una joven se sienta en la mesa de entrevista para un puesto de trabajo, donde dos responsables de contratación, bastante mayores, la miran de arriba abajo, sin disimulo, dudando abiertamente de que pudiera albergar las experiencias descritas en su curriculums. “Así que Directora General”, dijo una de las entrevistadoras. “Sí”, contestó ella. “¡En la empresa de su padre”, enfatizó la otra persona con claro matiz despectivo. “Que cerró por quiebra”, concluyó. Al final no la contrataron, porque decían que era demasiado joven para el puesto que deseaban cubrir, donde, según explicaron, se precisaba sabiduría, experiencia y madurez. ¿Son estas cualidades impropias de una persona joven? No. La profesionalidad o la capacidad no tienen edad en el campo laboral, aunque muchos crean lo contrario.
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Por otro lado, volviendo a nuestro personaje inicial, ser mujer, como ya hemos hablado muchas veces, penaliza en cualquier ámbito laboral. En este caso los responsables de contratación incurren en dos graves errores al calibrar su valor profesional: primero, evalúan su trayectoria en la empresa familiar con suma displicencia. No se puede pensar que una empresa de esas características está exenta de la misma calidad de gestión que cualquier otra. Segundo, presuponen carencias profesionales en su juventud.
Por otro lado, cuando la valoración profesional se basa en la edad, se suele tender a pensar en la juventud como una fuente de deserción permanente, con una predisposición pasiva ante la responsabilidad y la seriedad, con pocas ganas de someterse a la rigidez de las tareas, etc. Sin embargo, esto no siempre es así, hoy día hay muchos jóvenes con amplia formación basada en la creatividad y la acción.
A la hora de valorar las aptitudes profesionales de una persona, nunca hay que olvidar que la integridad de cada individuo está implícita en su forma de ser, en su forma de relacionarse, en su forma de demostrar su valía, lo cual no puede explicarse con palabras ni está impresa en el perfil de la mirada. Por lo tanto, negar a alguien la posibilidad de demostrar lo que vale, es cerrarle una puerta de forma incompetente, una puerta que siempre debería estar abierta. Pero, para hacer esa valoración hay estar capacitado, y muchos de los que deciden no lo están.
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