Revista Filosofía

Ser libre en sociedad.

Por Anveger


I

¿Qué es la libertad?

“La idea de libertad sólo cobra sentido en la esfera de las relaciones interhumanas” Ludwig Von Mises

El conocimiento humano suele entrar en contacto con problemas intelectuales, que poco a poco y a través de los años van extrayéndose conclusiones válidas para resolverlos, y con misterios intelectuales, que muy difícilmente tengan una solución definitiva.

El filósofo Immanuel Kant afirmó que la razón humana, junto con la imaginación, divaga y se plantea cuestiones que van más allá de la experiencia. Y, dado que sin la experiencia las cuestiones no pueden resolverse definitivamente, siempre existirán los misterios intelectuales, que serán estudiados por la metafísica. Es así como surgen las antinomias: hay argumentos impecables para defender la existencia y la no existencia de Dios, lo mismo que para la finitud o infinitud del universo, etc.

En mi opinión, contestar a la pregunta ¿Qué es la libertad? se trataría de un misterio intelectual, que no podría resolver ni yo ni nadie, y que derivaría en antinomias y contradicciones. ¿Puedo ser libre si no he elegido donde he nacido? ¿Puedo ser libre si no he elegido mi genética? Asimismo, existen ciertas normas físicas que sancionan determinadas acciones: por ejemplo, si me tomo cianuro, puedo morir más tarde.

Es por todo esto por lo que rechazo en este artículo tratar el tema de la libertad en su versión filosófica o metafísica, pues sería un misterio desentrañar la naturaleza de la libertad, del libre albedrío o de la voluntad humana. Es decir, la libertad natural es quimérica.

II

Libertad social

“Libertad no consiste en tener un buen amo, sino en no tenerlo” Cicerón

El objetivo, por tanto, de este artículo es tratar la libertad en la esfera de la relaciones entre individuos, que podríamos denominar como libertad social. Puede que yo no sea libre en el sentido filosófico del término, porque yo no he elegido la mayoría de las cosas del mundo que me afectan, es posible efectivamente que mi comportamiento ya esté predeterminado por algo físico o neurológico, pero sí es posible que yo sea libre en la sociedad, si nadie me obliga a hacer algo que vaya en contra de mi voluntad, si otro ser, no me someta.

En este sentido, en el sociológico, sí es posible la existencia de libertad, si es que un individuo (o asociación de individuos) no tiene poder hegemónico sobre otro, no tiene impeirum como suele decirse en el lenguaje jurídico. Es decir, desde esta perspectiva que estoy planteando, mientras nadie me lleve a optar entre la rebelión y la sumisión soy libre (entendiendo sumisión como el sometimiento a un poder hegemónico de la otra persona).

Así el Código Civil de España, en su artículo 1.265 nos dice “será nulo el consentimiento expresado por error, violencia, intimidación o dolo”, y en el artículo 1.267 nos dice “habrá violencia cuando para arrancar el consentimiento se emplea una fuerza irresistible”.

Podríamos, por tanto, decir que una persona es libre, tiene libertad, mientras no esté sometida a una fuerza que no sea posible de vencer en ningún caso. Por ejemplo, si apunto con una pistola a alguien para que me dé su dinero, ese alguien no es libre en ese momento porque no hay forma de resistir la violencia de la pistola.

Por ello, libertad no es ausencia de obligación, si es que yo he consentido esa obligación; únicamente tengo falta de libertad cuando existe una obligación impuesta por otra persona hacia mi persona, y que no puedo saltármela, pues hay una fuerza que me obliga a realizarla imposible de resistir. En definitiva, si yo elijo obligarme sigo siendo libre. De hecho de todos los contratos se desprenden obligaciones mutuas entre ambas partes: en la compraventa, uno se obliga a pagar dinero a cambio de un  objeto, y la otra parte se obliga a dar una cosa a cambio del dinero. Únicamente se deja de ser libre en la sociedad cuando alguien me obliga, de forma irresistible, a algo.

He divagado mucho sobre esta cuestión y siempre llego a la misma conclusión. La libertad tiene sólo una condición para que se dé: el no sometimiento a fuerzas irresistibles. Puede haber miles de condiciones, pero si ésta se da, podemos hablar de libertad. Y, de hecho, nuestro Código Civil, derivado del derecho romano, toma este mismo concepto de libertad, como hemos visto antes.

III

Conceptos erróneos de libertad social

Esta idea que defiendo de libertad contrasta mucho con muchos escritos y consignas que se repiten constantemente en la calle, en las redes sociales, en los medios de comunicación y en muchos movimientos intelectuales.

El marxismo consideraba que mientras “el obrero” no estuviese bajo sus propias órdenes no sería realmente libre, pero olvidaba que el obrero decidió voluntariamente, sin ninguna fuerza irresistible, acudir a la fábrica a trabajar porque consideraba que su vida sería mejor así que viviendo del campo. Es decir, el obrero, al igual que el que compra una botella de agua en un comercio, decidió someterse a las normas del “capitalista” a cambio de un salario o de las condiciones que se estipulasen.

Hay otra tendencia, que reconozco que es la que yo tenía hace algún tiempo y siguen teniendo muchos partidarios de la izquierda, que las de considerar que una persona es libre cuando puede conseguir todo lo que se propone. Tal afirmación es falsa: cuando uno consigue todo lo que se propone (cosa difícil) será uno feliz, pero no necesariamente libre. Uno puede ser libre y ser muy infeliz; incluso uno puede ser feliz y no ser libre, pero es algo muy extraño.

En definitiva, libertad, tal y como la hemos definido, no significa felicidad, para eso existen dos palabras distintas: libertad es una cosa, felicidad es otra cosa y vida digna es otra. La libertad tampoco significa independencia, significa libertad. Por ejemplo, yo puedo estar increíblemente enamorado de una persona, y que mi vida dependa de ella, y sin embargo sigo siendo libre, pues yo elegí tener esa relación.  Incluso, muchas de nuestras acciones dependen de nuestro pasado: que yo ahora pueda entender muchas cosas, depende de lo que haya estudiado en el pasado.

En la economía de mercado todo el mundo depende de los demás, la independencia es inexistente; sin embargo, la libertad está por doquier. En el mercado, se producen millones de incentivos que hacen que un individuo, libremente, sin fuerzas irresistiles, tome una u otra decisión. De hecho, quien confunda independencia, depender de sólo uno mismo, con libertad, debería considerar alcanzar la libertad como una distopía, pues si de nada depende nuestra vida, nuestro mundo sería mucho más pobre, pues la cooperación entre individuos no existiría.

Actualmente, todos podemos ser espectadores de algunas contradicciones como la siguiente: “dictadura del mercado”. Dictadura es cuando un gobierno controla todas las esferas de una nación, utilizando el poder del ejército fundamentalmente como fuerza irresistibles, para obligar a los ciudadanos a realizar actividades en contra de su voluntad. El mercado fluye tras la existencia libertad individual, puesto que el mercado está formado por contratos voluntarios donde ambas partes han consentido libremente obligarse la una a la otra para hacer un intercambio, de servicios, de cosas, etc. Por tanto, si hay dictadura, no hay mercado; y si hay mercado, no hay dictadura. La “dictadura del mercado” es una contradictio in terminis, es decir, una contradicción, donde un concepto excluye al otro, sin ser posible de ningún modo la coexistencia de los mismos.

La libertad tampoco puede entenderse plenamente como la elección libre entre varias alternativas, aunque esta definición se acerca mucho más que todas las que hemos enumerado previamente. No es necesario que se den alternativas para que una persona sea libre: la única condición para que la libertad se dé es la ausencia de fuerzas irresistibles que provengan de otra persona. En este sentido, si sólo existiese una persona en el mundo, tal persona sería libre, puesto que al no existir nadie, tampoco nadie podría usar la fuerza contra él. Asimismo, si una persona se viese abocada a elegir una alternativa porque no le quedase más remedio o fuese la única, tal situación es libre, pues nadie ha usado la fuerza para ello.

IV

La industrialización

“La revolución industrial benefició muchísimo a los trabajadores” Jesús Huerta de Soto

En este apartado quiero ejemplificar lo que digo con un acontecimiento histórico. En un primer momento, pensé en utilizar el ejemplo de la Revolución Industrial en Inglaterra, pero luego pensé que es mejor utilizar un ejemplo histórico más abstracto: La Industrialización. La industrialización es el paso que han dado todas las civilizaciones agroganaderas hacia la industria, y como consecuencia de ello han pasado del hambre a la prosperidad.

El primer caso fue Inglaterra, pues fue el primer lugar en el mundo en el que esto se logró por primera vez, gracias a un montón de condiciones previas: el clima, el nivel de ahorro, la legislación liberal, el reducido número de guerras, la cultura previa gremial y artesanal, etc. Surgieron las primeras fábricas, que aumentaron la productividad del trabajador enormemente: un trabajador producía ahora mucho más en menos tiempo que en comparación a lo que se producía anteriormente en el campo.

A consecuencia del aumento de productividad que tiene toda industrialización, los salarios aumentaban (o disminuían los salarios del campo mientras bajan los precios, que es lo mismo), y esto hace que ser trabajador en la fábrica fuese mucho más rentable económicamente que en el campo. Así, se produjo un movimiento en masa del campo a la fábrica.

Los que están en contra del “capitalismo salvaje” y de la “explotación” deben tener muy en cuenta que eran los trabajadores mismos los que eligieron libremente, sin nadie que les obligase de forma irresistible, obligarse mediante un contrato a trabajar en las fábricas. Y no hace falta más que viajar a países en vías de industrialización, como la India, y preguntar a un trabajador fabril si quiere trabajar en donde trabajaba antes o en la fábrica. Por tanto, los defensores del “obrero” deben saber que el “obrero” mismo es el que quiere la fábrica, y lo demuestra yendo a ella a trabajar. Si los patronos hubiesen obligado a los obreros, mediante amenazas, golpes, etc. a los obreros a trabajar, el capitalismo no podría haber durado mucho, y mucho menos la productividad tan elevada que logró.

V

Los límites

“Cuando un hombre obedece a otro es esclavo, cuando obedece a la ley es libre” Kant

Como dijimos anteriormente, la libertad sólo tiene sentido en la sociedad. Por ello, si bien antes nos plateamos ¿qué es un individuo libre en la sociedad?, ahora podemos preguntarnos: ¿qué es una sociedad libre? Dado que una sociedad está compuesta de individuos, una sociedad libre será aquella en la que todos sus integrantes son libres o pueden desarrollar su vida con libertad, sin verse sometidos a fuerzas irresistibles. ¿Era el antiguo imperio romano una sociedad libre? Ciertamente no, pues existía, entre otras muchas cosas, la esclavitud, que no era voluntaria sino una imposición hegemónica.

Para que una sociedad sea libre, en ella se debe impedir que un individuo o grupo de individuos utilice la fuerza a otro u otros individuos. Es decir, para que una sociedad sea libre, las libertades de todos los individuos deben limitarse a no poder utilizar la fuerza irresistible,  para no obligar a nadie sin consentimiento a hacer algo. Por ello, existe la ley, para coaccionar y sancionar al que intenta utilizar la fuerza hacia otros individuos.

No obstante, la ley puede ser policéntrica y descentralizada, es decir, que emana evolutivamente y espontáneamente de la sociedad, o centralizada, que emana del Estado. Si la ley logra su objetivo, que es que todos los individuos sean igual de libres, para que la sociedad sea libre, da igual si ésta emanó del Estado o de otra fuente, el caso es que la ley cumplió su objetivo. El problema es cuando los legisladores utilizan la ley para lograr un objetivo contrario: utilizar la fuerza para cercenar la libertad de los individuos.

En este sentido, hay innumerables decretos, disposiciones, directivas, ordenanzas, constituciones, leyes, etc. que hacen uso de la fuerza para cercenar la libertad. Podemos poner como ejemplo el uso que hacen los políticos de los impuestos: si no pagas lo estipulado vas a la cárcel. Podemos poner como ejemplo la instrucción militar obligatoria en los países que la tengan. El cierre de las fronteras de un país para impedir que la gente salga del mismo. La matanza de personas para causar terror y disuadir protestas. Las leyes de “seguridad social” que obligan literalmente, sin ninguna posibilidad de hacer otra cosa, a contratar los servicios de sanidad, pensiones públicas, educación pública, etc.

Convendría por tanto recordar que, aunque uno crea que su propia opinión es digna y la única realmente válida, no conviene imponérsela a nadie, porque la gente puede preferir otras cosas, puesto que nadie piensa de la misma forma. Pongamos un ejemplo loco, a mí me gustan las mujeres, ¿sería acertado decretar que todo individuo, persona o mujer, solo pueda casarse con una mujer, porque yo creo que es lo mejor? No, simplemente, porque cada persona es diferente. Pues lo mismo ocurre en todo ámbito: no se me puede tampoco ocurrir obligar a toda persona a suscribir una pensión pública, puesto que aunque yo crea que es lo mejor para mí y para todos los demás, algunos de los demás no pensarán igual y preferirán trabajar sin cotizar nada y arreglárselas en la vejez como ellos quieran.

Economistas como el joven Juan Ramón Rallo han afirmado, cansados del abuso que el Estado hace de la libertad de los individuos, con el pretexto de que existe precisamente para respaldarla que “los hombres libres actúan a través del mercado; los represores a través del Estado”.

Tampoco la democracia aseguraría la libertad, tal y como la hemos definido; de hecho, la democracia, por definición, cercena la libertad de la gente. Imaginemos que se juega al póquer, y que cuando uno está a punto de ganar, los jugadores deciden por mayoría si repartirse la mitad de las fichas del jugador que va ganando o no. Tal votación es democrática, sin embargo, va contra la libertad del individuo que vaya ganando, y además provocará que el juego se desvirtúe al eliminar los incentivos al ganador. Si tal votación permanece, nadie querrá jugar, pues al final el esfuerzo de hacerlo bien para ganar no servirá de nada.

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