Revista En Femenino

Ser madre de adolescentes: cuando el amor no basta

Por Coachingparamamas

Ser madre de adolescentes es uno de los desafíos más solitarios del mundo.
No porque estés físicamente sola, sino porque nadie te prepara para el dolor de ver a tu hijo cerrarse, de sentir que, pese a tu amor incondicional, ya no eres su refugio.
Amas con todo lo que tienes, das hasta lo que no tienes… y aun así, hay días en que sientes que el amor no basta.
Y en ese vacío, aparece la culpa, el miedo, la duda: ¿estoy fallando? ¿Se me está escapando de las manos? ¿Lo estoy perdiendo sin siquiera entender por qué?

Hay una presión que nadie te advierte antes de que tus hijos cumplan los 12 o 13 años.
No es solo el cambio de voz, el cierre de puertas, los suspiros exagerados o los “¡déjame en paz, mamá!”.
Es algo más profundo. Es la sensación de que, de un día para otro, dejas de entender su mundo… y peor aún: dejas de ser bienvenida en él.

Y lo peor no es el silencio.
Lo peor es el miedo.

El miedo que no contamos

Miedo a que estén sufriendo y no te lo digan.
Miedo a que estén probando cosas que no deberían y tú ni siquiera lo sospeches.
Miedo a que alguien los lastime —en el colegio, en redes, en una fiesta— y que, por vergüenza o por lealtad adolescente, prefieran cargar solos con esa herida.

Y encima de todo eso… está la culpa.

La culpa que nadie nombra

La culpa de no haber estado ahí cuando contaban ese chiste tonto en la cena.
La culpa de haber contestado con impaciencia porque venías agotada del trabajo.
La culpa de no haber notado que llevaban tres días sin salir de su cuarto, o de haber confundido tristeza con “mal humor de adolescente”.

Porque mientras ellos crecen, tú sigues teniendo que ser la mujer que todo lo sostiene:
la profesional que entrega a tiempo,
la pareja que escucha y apoya,
la hija que llama a sus padres los domingos,
la amiga que da consejos…
pero rara vez la mujer que se permite decir: “No doy más”.

Y lo más cruel es que ni siquiera hablamos de esto entre nosotras.
Con las amigas más cercanas, sí hablamos de dietas, de viajes, de los logros de los hijos…
pero casi nunca decimos:

“Tengo miedo de que mi hijo esté deprimido.”
“No sé cómo hablarle de sexo sin que se ría de mí.”
“Siento que ya no soy su refugio.”

Porque tememos el juicio.
Tememos que piensen que “fracasamos como madres”.
Como si criar adolescentes no fuera, en muchos días, un acto de fe ciega.

Ni siquiera las “expertas” lo hacemos bien

Y quiero decirte algo más, desde el lugar más honesto:
ni siquiera ser coach familiar, psicóloga, educadora o tener años estudiando desarrollo infantil te inmuniza contra el error.

Yo misma, con toda la formación del mundo, he gritado cuando debí abrazar.
He juzgado cuando debí escuchar.
He aplicado técnicas perfectas en teoría… mientras mi corazón latía desbocado de miedo, frustración o culpa.

Porque al final del día, no somos profesionales frente a nuestros hijos: somos madres.
Y las madres sentimos con una intensidad que a veces nubla hasta el conocimiento más sólido.
Hay días en que el agotamiento, el miedo o la impotencia nos ganan… y reaccionamos desde la emoción, no desde la conciencia.

Y está bien admitirlo.
No es fracaso: es humanidad.
Lo importante no es no caer…
es reconocerlo, pedir perdón si es necesario, y seguir intentándolo con más amor la próxima vez.

Así que respira.
Suelta la culpa por un rato.
Y recuerda: no estás perdiendo a tu hijo.
El está aprendiendo a volar…
y tú, a soltar las riendas sin soltar el amor.

Ser madre no es ser perfecta: es ser humana

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