Supe que mi hijo era especial desde que estaba dentro de mi vientre. Lo supe, no se como, pero lo supe.
Cuando nació, cuando lo vi, cuando lo sostuve, lo supe.
Durante los primeros meses de adaptación a ese nuevo rol, a ese nuevo papel, a esa nueva yo, pensé que era mi culpa, que eran mi falta de experiencia y cansancio. Pensé que no tenía suficiente paciencia, pensé tantas cosas.
Una madre tiene tantas dudas, tanta incertidumbre. Puede leer, asesorarse, oír opiniones y consejos, pero nada la prepará completamente para ese papel, tendrá que aprender sobre la marcha y creer en su intuición, en sus sentimientos.
A pesar de las voces de terceros, seguí mi intuición, ese sentimiento que tuve desde el momento cero. Costó, fue una lucha interna, mi razón y mi corazón discutieron largo tiempo, pero gano mi corazón.
Hasta que finalmente consulte a un profesional. Por supuesto, en ese momento, aún creía que era mi culpa. Que no podía manejar la situación y que, la que necesitaba ayuda era yo, no él.
Hasta que, después de tantas dudas e incertidumbres, llegó el diagnóstico. No era grave, no era peligroso. Pero era contundente, Trastorno de hiperactividad, ansiedad y déficit de atención.
Yo no estaba equivocada, yo sabía que mi hijo era especial desde que estaba en mi vientre. En ese momento comprendí la fuerza del vínculo que une a una madre con su hijo, un vínculo que nace en la concepción y dura la vida entera.
Tengo un hijo especial, tengo un hijo maravilloso,pero claro, eso yo ya lo sabia.