El premio Nobel Gabriel García Márquez decía que el periodismo es el mejor oficio del mundo. Sin duda, para los que hemos nacido para y por el periodismo no podíamos haber encontrado mejor definición de lo que entendemos es una gran vocación y, al mismo tiempo, una gran pasión.
Ser periodista no es ejercer una profesión. Ser periodista es ser testigo de lo que pasa en el mundo para poder contarlo en condiciones de igualdad a todo el mundo. Ser periodista es ser protagonista de la historia de la vida en primera persona. Es por tanto, un privilegio y una suerte.
Por eso he querido haceros una reflexión serena pero segura de lo que entiendo significa ser periodista en unos momentos donde la crisis de identidad del periodismo con la aparición de las nuevas tecnologías y los nuevos formatos es una realidad. Pero ser periodista, ya adelanto, no es contar lo que nos encontramos paseando por una calle en 14o caracteres.
Y quiero ilustrar lo que entiendo por este oficio con una historia real y muy ilustradora de lo que os quiero intentar transmitir. Hace más de 100 años que un joven de 21 años, recién llegado a Madrid, manifestaba su deseo de ingresar en el periodismo. Principiante como tantos otros pero dominado por una inmensa vocación literaria, tenía en su padre un ejemplo de periodista. El joven escribió una carta a don Guillermo Rancés y Esteban que, entonces era director del periódico “El Tiempo” (Guillermo Rancés y Esteban, tenía 39 años, era amigo íntimo de Silvela, después de haber formado parte de la redacción de “La Epoca” y haber dirigido “La Monarquía”, fundó “El Tiempo”, órgano silvelista. Rancés fue con Silvela, subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, ocupó la vicepresidencia de la Asociación de la Prensa de Madrid y fue diputado a Cortes por Santa Cruz de Tenerife).
La carta no tiene desperdicio. El texto decía así:
“Muy Sr. mío: Hijo de un corresponsal en tiempo de la guerra carlista del antiguo “Tiempo”, médico y aficionado a escribir aunque sean gacetillas, me atrevo a dirigirle a Vd. esta carta y a pedirle un sitio por pequeño que sea en la redacción de su periódico con estas condiciones:
1º Escribir gratis
2º Tener de Pascuas a Ramos una entrada de teatro,
3º Poder deslizar de vez en cuando un articulo científico.
La carta la firmaba en Madrid, en noviembre de 1893, Pío Baroja.
Si hoy, en pleno siglo XXI, un joven como Baroja quiere ingresar en la carrera de periodismo, tendría que hacer pequeñas variaciones a esta aparentemente simple carta:
- Cambiar su carta por una serie de documentos en los que que habría solicitado la preinscripción o reserva de plaza en la Facultad de Ciencias de la Comunicación (rama periodismo).
- Hacer pruebas de admisión
- Si hubiera sido admitido, Baroja habría efectuado su matrícula presentando entre otros documentos: Título de Bachiller superior, seis fotografías tamaño D.N.I., seguro escolar, pagar los derechos de matrícula. Y, quizás alguno más.
4. A lo largo de cuatro cursos, hubiera tenido que superar el Plan de Estudios y concluidos éstos, obtendría el título de Graduado en Ciencias de la Comunicación que le habilitaría genéricamente para el ejercicio profesional.
¿Qué ha sucedido en poco más de un siglo? Se podría decir que se ha inventado una nueva profesión: la profesión de periodista. Y se ha inventado porque ha hecho falta una conciencia profesional apoyada en dos pilares:
- Una tradición de ejercicio
- Una necesidad social
Podríamos debatir mucho sobre la reación de la profesión periodística, pero eso no debe ocuparnos mucho tiempo ahora. Sin embargo conviene aclarar que ha existido una evolución que no sólo pasa por el reconocimiento del periodismo como una profesión como las demás sino por la necesidad social de que el periodista debe ser aquella persona, no sólo con vocación, sino con formación suficiente para afrontar la enorme responsabilidad de servir a la sociedad el compromiso que ésta ha depositado en él.
Primer punto pues es la inmensa necesidad de estar en continua tensión formativa, que comienza con la formación en la Facultad de Ciencias de la Comunicación y continúa con el aprendizaje en el ejercicio profesional y la preocupación por el enriquecimiento personal y aún más la conciencia de que de nuestra actuación profesional va a depender no sólo una información plena y absoluta sino la formación de nuestra sociedad.
Pero no se puede olvidar que dicho esto, al periodista se le reclama y exige sea responsable en su vocación y, por tanto, en el desarrollo de su oficio. No olvidemos que el periodista es uno de los más denostados por todos. Su poder (en ocasiones poder de manipulación), su influencia es tan grande que todos los que le observan, le van a juzgar muy duramente.
Pero, ¿por qué se le exige tanto al periodista? Esta anécdota ilustrará bien el tema.
A la pregunta ¿en qué consiste el oficio de periodista?, un redactor de un periódico norteamericano contestó:
“Si escribo un análisis en profundidad, es demasiado largo. Si lo hago condensado, es incompleto. Si tomo partido en una cuestión, tengo prejuicios. Si no, soy un cobarde. Si he pasado poco tiempo en mi puesto, carezco de experiencia. Si he pasado algún tiempo, ya es hora de cambiarme. Si no me paro a charlar (tengo que alcanzar el cierre, saben), soy demasiado grande para mis zapatos. Si me paro a charlar, no tengo mucho que hacer. Si pido consejo, soy un incompetente. Si no lo hago, soy un sabelotodo. Si cometo un error, oigo hablar de ello semanas enteras. Si no, nadie me dice nada. Si acepto una invitación social, soy un alcohólico. Si no lo acepto, soy un bicho raro e introvertido. Si cito mal su nombre, usted no lo olvidará nunca. Si lo cito bien, usted no leyó mi artículo”.
La anécdota no viene sino a significar más que la mala reputación que tiene la prensa, los medios de comunicación y los periodistas. Y esa crítica por parte de amplios sectores de la sociedad, se refiere frecuentemente a la frivolidad y zafiedad de los contenidos, a las intromisiones en la intimidad, a los atentados contra la moralidad, al partidismo interesado, a los intereses comerciales, etc. Esto convierte a los profesionales de la comunicación en poco creíbles . Menéndez Pelayo enjuiciaba la prensa, diciendo: “La baja prensa, en España, como en todas partes, es un cenagal fétido y pestilente”. Para Ortega, “no sólo el periodista es una de las clases menos cultas de la sociedad presente sino que el periodismo ocupa el rango inferior de las realidades espirituales, pues la espiritualidad que rezuman los periódicos es tan ínfima que, a menudo, es antiespiritual”.
El Papa Pío XII, en su discurso al III Congreso Internacional de Prensa Católica, titulado “La prensa católica y la opinión pública”, celebrado el 17 de febrero de 1950, al hablar de la figura del periodista, sobre lo que los periodistas deben ser afirmaba: “Hombres profundamente penetrados del sentimiento de su responsabilidad; hombres marcados con el sello de la verdadera personalidad, capaces de hacer posible la vida interior de la sociedad”. Y en las cualidades morales que el Papa Juan XXIII considera fundamentales para la profesión del periodismo éste, en un discurso al III Congreso Nacional de la Unión de Prensa Periódica Italiana, el 29 de noviembre de 1959, destaca tres: “sentido de la responsabilidad, honestidad absoluta y amor a la verdad”.
Esto expresa la importante responsabilidad social del periodista. Al periodista se le ha reclamado, se le reclama y, cada vez con más fuerza, se le va a reclamar honestidad, trabajo. Se le va a acuciar, muchas veces con una mezcla de temor y de desprecio. Por eso, es tan necesario el amor a nuestra profesión, la tensión formativa y otras características que proceden de la vocación verdadera de servicio a la sociedad.
Los periodistas influimos y podemos influir tanto en los conocimientos y lo que es más importante, en la conducta de las personas, que hoy en día no se puede frivolizar acerca del periodista. La única realidad es que el periodista debe servir a la sociedad y no servirse de ella, a través de la verdad. Para ello, lo primero es concienciarse de nuestra responsabilidad, y después estar en continua alerta para combatir la manipulación, mediante la cultura, la educación y la constante formación personal y profesional.
Porque el déficit de credibilidad de la que parte el periodista viene determinado por las siguientes características:
- Falta de calidad informativa
- Falta de confianza social
- Descenso de credibilidad de la información
- Falta de independencia
Es cierto que no existe un periodista único. Pero sí podemos reconocer aquellas características que harán del periodista un profesional preparado para cumplir su función. Entre otras:
1. El periodista debe ser humilde
La vocación al periodismo le debe llevar a reconocer los propios errores para vivir con sinceridad la convivencia social.
2. El periodista debe tener un personal sentido ético en alza
Sin ética no hay autonomía y, sin esta, no es posible que el periodista sea libre. Con ella el periodista puede ser capaz de superar una visión relativista y empequeñecida a la hora de enjuiciar los hechos en su actuación profesional. Para ello es necesario una buena formación de la conciencia y el conocimiento de la ética profesional.
Por supuesto que el periodista debe conocer las normas éticas de su profesión, si no se convierte en sujeto incapaz de actuar responsablemente, se degrada a sí mismo como persona y como profesional y lo que es peor, a medida que su poder e influencia aumentan, se convierte en causa de la degradación de un tal vez amplio número de personas
3. El periodista debe ser coherente
Entre lo que piensa, dice y hace.
4. El periodista debe tener clara su responsabilidad social
Los periodistas tienen un juez implacable, la sociedad. Están llamados a rendir cuentas ante ella. Por eso es necesario practicar la justicia informativa o lo que es lo mismo, dar la información que éticamente se debe dar al público. La información nace en el público, es suya y a él debe volver.
5. El periodista tiene que dar información veraz, objetiva y universal
- Veraz. La verdad informativa es la verdad lógica (aquella en la que la verdad es la realidad en cuanto que es conocida). En este caso, conocida por los destinatarios de la información, a través de los medios de comunicación. La verdad informativa, es una verdad derivada.No se sustenta por sí sola. Adecua la mente con la realidad. Y esa adecuación la realiza el entendimiento del periodista que la puede hacer llegar al destinatario a través suyo.
- Objetividad. El periodista debe dar a conocer hechos verdaderos, que se pueden comprobar. Es la imparcialidad del periodista con respecto de la realidad que conoce o intenta conocer. En definitiva, es una actitud propia del periodista como persona. Es neutralidad, sinceridad, exactitud con los datos que tenemos que transmitir.
- Universalidad. El periodista debe informar de todo aquello que sea del interés de la mayoría.
6. El periodista deber ser libre
Para ello es muy importante la formación que deriva en autonomía cultural. El periodista debe ser competente (muchas veces la incompetencia de un periodista proviene de una deficiencia moral y no simplemente de una falta de experiencia o de rigor profesional), debe estar preparado profesionalmente y debe tener grandes conocimientos.
Pero libre no significa que deba desatenderse de toda ley. De ahí se derivaría que para ser libre es esencial estar en desacuerdo con la razón. Cuando lo cierto es, precisamente, lo contrario: el hombre, por ser libre, ha de vivir de acuerdo con la ley pues es la ley la que mueve y le guía a obrar el bien y evitar el mal.
7. Un periodista debe llevar a su máxima expresión el deber de diligencia.
Es decir, el deber del trabajo. Trabajar poco, trabajar mal, trabajar sin la técnica y la calidad exigidas por la naturaleza de la información aparte de ser contrario a la ética, no cumple con una de las máximas del periodista, el deber de diligencia.
En definitiva, el periodista debe ser persona. Persona antes que periodista y, en cualquier caso, persona periodista. Esto se traduce en cuatro premisas de las que debe partir todo periodista:
1. Un ser moral
La persona periodista es aquella que ha asumido un orden legal-ético, que asume un mundo de valores de los que se responsabiliza y defiende.
2. Un ser con capacidad de aprender
La persona periodista debe estar en continua tensión para aprender, para observar, para analizar, para valorar justamente, en definitiva para potenciar su cultura.
3. Un ser al servicio de los demás
La persona periodista si tiene sentido es porque su labor no está en función de su propio beneficio. Su beneficio es el servicio, quizá la información, seguro la sociedad.
Tiene que contribuir al bien común, al mejoramiento de los individuos, de la sociedad.
4. Un ser maduro
La madurez de la persona periodista, de cualquier persona pasa por su capacidad de amar (el periodista debe tener autoconocimiento, debe saber para qué hace una información, cómo y por qué), su capacidad de trabajar (el periodista debe desarrollar su capacidad de ser productivo y feliz), su capacidad de colaborar (el periodista es uno más de la sociedad, a ella tiene que servir) y finalmente seguridad en sí mismo y en lo que hace.
Estos son algunos rasgos de lo que debe ser un periodista que como podéis ver no es simplemente contar lo que uno se encuentra sino tener clara conciencia de la responsabilidad inmensa que se tiene ante la sociedad. Y esa responsabilidad sólo puede nacer de la vocación a un oficio único e imprescindible para el desarrollo personal de las sociedades.