Esmeralda García Ramírez
La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la descripción de la lucha de clases, en una frase: de opresores y oprimidos enfrentándose siempre, en una lucha constante, donde prevalece la sobrevivencia del más apto. La moderna sociedad burguesa que surgió de las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase, sino que ha sustituido las antiguas clases, las viejas condiciones de opresión, por otras nuevas. Toda sociedad va dividiéndose en dos grandes clases, la burguesía y el proletariado. Donde quiera que la burguesía ha conquistado el poder ha destruido todo, ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la libertad de comercio, por el mercantilismo —a su modo, claro está—, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y salvaje; ha despojado de sus principios fundamentales y éticos a todas las profesiones que antes eran de respeto, como al médico, al abogado, al educador; ha arrancado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, todo lo ha reducido en el dinero; lo que obliga al hombre a considerar sus condiciones de existencia al individualismo, al salvajismo, a la lucha de clase. La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad, cambiando nuestro ecosistema de manera abrupta, ha condicionado nuestros hábitos alimenticios por plásticos, comidas prefabricadas, o venenos para nuestro organismo; ha subordinado a los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Sur al Norte. Ha concentrado la propiedad y centralizado los medios de producción en manos de unos pocos. Coloca y quita gobiernos a merced de sus fines lucrativos; en un Estado burgués el que manda es la burguesía.
Karl Marx expuso en su obra “La guerra civil en Francia” las bases fundamentales sobre las que debería erigirse la sociedad socialista: el antiguo Estado burgués centralizado debe dar paso a un régimen federativo basado en la autonomía local y regional; es decir, viene siendo la negación del Estado, o la instauración de la Comuna, con funciones ejecutivas y legislativas al mismo tiempo. Al destruir la Comuna el poder del Estado, se establece un poder popular basado en la autogestión local. Esta forma de comunidad organizada estaría conformada por delegados electos por sufragio universal, siendo responsables y supeditados a ser revocados. Desaparecería el aparato burocrático estatal. La producción en las fábricas se organiza cooperativamente por los mismos obreros, sin necesidad de los patronos capitalistas. La educación quedaría en manos de las comunidades organizadas y la religión un asunto de incumbencia privada. La Comuna representa, entonces, el interés de los obreros, campesinos y demás capas sociales explotadas por el capitalismo y de los pueblos que luchan contra la dominación del capital. Para Marx las transformaciones políticas derivadas del poder de los obreros debieran servir para extirpar las bases de la explotación capitalista, expropiando a los expropiadores, eliminando la propiedad privada sobre los medios de producción. A estos efectos, para eliminar la burguesía no es necesario crear o proponer un partido, ya que el concepto de partido comunista que concebía el filósofo se refería a todas las tendencias obreras que luchaban por emanciparse del capitalismo; es decir, no es necesario pertenecer a ningún partido, a un único partido de izquierda, para destruir a la burguesía, sino que, solo el hecho de que todas las corrientes de la clase trabajadora que batallan por liberarse de la esclavitud, es una elección comunista de revelación contra el sistema, así lo señaló en el Manifiesto del Partido Comunista (1848): “los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses distintos de aquellos del proletariado en conjunto”.
“Ser revolucionario y apoyar a la burguesía es una contradicción socialista”, o “ser revolucionario y no apoyar a la clase obrera es una contradicción socialista”, ya que de todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria y ésta es el proletariado, que no es más que los trabajadores asalariados, los pensionados, los jubilados, que privados de sus medios de producción o de satisfacer sus necesidades básicas, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir, o a reinventarse ante el sistema para no ser excluido. Aquel que conciba la necesidad objetiva de la dictadura del proletariado, es un revolucionario, es socialista, chavista auténtico. El socialista no aplica el principio de la “reconciliación y armonía de las clases” por el de la “lucha de clases”, pues esto es contrarrevolución, es aceptar seguir subyugados a la burguesía y seguir dependiendo del Estado para mantener a la gente en situación de humillación y dependencia, es seguir pactando para que se enquiste la derecha proyanqui. El comandante Chávez instaba a discutir el tema del Estado y la Revolución, el cual ha quedado aún como tarea en las filas del partido y del gobierno. Impulsado por Lénin, Chávez fue un propulsor de la eliminación del Estado parásito, del Estado burgués, del estado capitalista, y crear un nuevo Estado Revolucionario Socialista, desde el gobierno, para dejar de ser un Estado opresor, subordinado al capitalismo y al imperio, utilizado por la clase dominante para atropellar a los trabajadores y al pueblo, para cuidar sus intereses.
Chávez, contundente en su discurso, dejó claro que no puede haber un alcalde, gobernador, diputado, protector, ministro, presidente, ningún revolucionario, mucho menos un candidato para cargo de elección popular por el PSUV, que tome el poder o haga uso de éste para fortalecer el Estado burgués, para continuar con la vieja forma de hacer política, o a dejar intacta las redes a través de las cuales la burguesía siga asegurando la expropiación de la riqueza nacional para su beneficio. El comandante instó al PSUV a dar este debate, de cara al país, con los trabajadores; pero se quedó en un partido electorero que solo se asoma durante las elecciones para imponer, en la mayoría de los casos, los candidatos que defienden al Estado burgués, a los traidores a Chávez, y no a los que están al lado del pueblo, a los que vienen del poder popular. El PSUV no debate este tipo de temas, por el contrario los evade, se opone a la crítica que otros sectores de izquierda le hacen al Estado burgués por el desvío del proceso revolucionario, claramente manifiesto últimamente en las negociaciones con la burguesía en México, con la derecha apátrida y con el sector empresarial a quien cada vez más le extiende la alfombra abriendo casinos (cerrados por Chávez), para incentivar la plusvalía, la degradación del ser humano, para fortalecer el capitalismo, dando a entender que Chávez erró en sus políticas anticapitalistas. El Estado sigue arrodillado cuando hace negociaciones políticas en beneficio de los enemigos del pueblo, en pro de negocios de nuevos ricos, de la burguesía nacional y de transnacionales estadounidenses y europeas. Los pactos firmados en México, tienen un “puntofijo”: consolidar el Estado parásito para el reparto de las riquezas del país; un pacto que también ampara a quienes entregaron al país, a los que cometieron crímenes de lesa humanidad contra quienes defendieron al proletariado y contra los corruptos. Frente a este pacto los socialistas que defendemos el legado de Chávez debemos construir una alianza nacional para cambiar no al mundo, sino al sistema y dar paso al nacimiento del Estado Comunal con los poderes creadores que crea mi pueblo.
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