Revista Libros
El escritor asturiano publica este ensayo emocional en el que analiza el país de la primera generación que vivió en democracia.
Un ensayo emocional no es una cuestión baladí. Un ensayo, con su tesis y su estudio en profundidad, puede escribirlo cualquier persona que posea conocimientos sobre un determinado tema. Al fin y al cabo, se trata de probar una idea de forma desapasionada y académica, respaldado siempre por estudios que prueben una tesis. No hay, por tanto, nada más difícil que escribir un ensayo emocional, en el que el término emocional es el epíteto más alejado del ensayo, que por su propia definición suele ser sesudo y plúmbeo. Pero creo que es todo un acierto aplicar a este libro el adjetivo emocional.
A pesar de narrar casi toda la vida de este autor nacido en los 80, no se trata de una autobiografía al uso. Es un análisis, sí, de una época determinada de la historia de España, en el que Manuel Astur relaciona los hechos de la época que le ha tocado vivir con su propia existencia.
Yo también pertenezco a la primera generación que nació en democracia (aunque esta estuvo a punto de durar poco a causa de Tejero). Lo que parece ser un momento histórico único, no siempre es percibido como tal. Primero, a causa de la edad, ya que éramos demasiado pequeños para conocer algunos hechos de primera mano (el citado golpe de Estado del 23F, o tendencias culturales como la Movida Madrileña). Crecimos en libertad, pero sin saber muy bien qué se esperaba de nosotros. Y de este modo, la niñez devino adolescencia y luego etapa adulta.
Seré un Anciano Hermoso en un Gran País (Sílex Ediciones) retrata con gran fidelidad esta particular época histórica en la que nadie sabía muy bien cómo comportarse ni qué se debía esperar de nosotros. Confieso que durante mucho tiempo me atrajo la etiqueta de Generación X, de Douglas Coupland, pero tras la lectura de este libro he comprendido que no, que España es diferente hasta para eso y que llegamos con retraso a todos los hitos culturales que el resto del mundo vivía con puntualidad.
También coincido con el autor en que el hecho aglutinante que nos dio un verdadero sentir fue el suicidio de Kurt Cobain. Por aquel entonces, era raro el adolescente que no había escuchado Nirvana aunque fuera por accidente, ya que se emitía en emisoras aparentemente comerciales. Pero sólo algunos sentimos que se hubiera ido un ser demasiado puro para este mundo. Aunque parezca una tontería (visto desde fuera, claro. Para nosotros sigue siendo nuestro aglutinante), con el paso de los años, se convirtió en una clara seña de identidad.
Manuel Astur analiza este y otros momentos que vivimos los adolescentes de los noventa, como el amor a Londres, el descubrimiento de un determinado tipo de música o la atracción irrefenable que ejercía Madrid como ciudad. Pero que nadie se confunda y espere una historia nostálgica que recuerda los tiempos pasados como los verdaderamente buenos. En primer lugar, porque el lenguaje de Manuel Astur sortea la mera historia para adentrarse en la metáfora y en ocasiones, en la prosa poética. En segundo lugar, porque no se deja nada en el tintero. No todo era tan bueno y Astur también describe todos los defectos: las borracheras, el dinero fácil, las promesas que nos hacían a todos de que podíamos llegar donde quisiéramos para luego acabar de recepcionistas o becarios.
No sólo gustará a aquellos que no seremos ancianos hermosos en un gran país, sino a todos aquellos que quieran acercarse a un libro muy bien escrito y en cierto modo, luminoso.