Sigo yo con mi empeño de no dejarles disfrutar del verano, de esos contenidos tan refrescantes y vitales propios de las épocas vacacionales. Por otra parte, igual así, cuando llegue la rutina y vuelvan a escuchar los informativos, no sufrirán tanto de golpe. Porque me temo que nada en estos meses se ha arreglado demasiado. Es justo en esta época, en la que el mar parece más tranquilo y el sol acompaña en determinadas partes del mundo, cuando muchos migrantes deciden arriesgar la vida en busca de un futuro mejor. En Canarias siempre se dice, cuando llega una patera, en voz baja, un "cuántas se habrán quedado en el camino". Sabemos que, cuando arriba alguna a una de las islas más occidentales, se ha salvado de caer en las corrientes que las lleven a alta mar, al océano desconocido, y a una muerte segura.
A principios de este mes de agosto, se publicó la terrible noticia de una embarcación con catorce esqueletos a bordo, que llegó a República Dominicana. En una de las informaciones, un fotógrafo captó los móviles de esas personas, todos juntos, sobre un trozo de tela blanco. Supongo que podrán ayudar esos dispositivos a identificar más rápido a los migrantes fallecidos, que el análisis de los propios huesos. Ahí, en esos móviles que han resistido una travesía por el infierno, se encontrarán los sueños de los muertos, las familias que dejan atrás y quizás las imágenes de la pesadilla sufrida y de la que no han podido despertarse. Al final, somos solo eso, huesos, como siempre lo fuimos, y ahora, también móviles, con nuestras historias metidas en ellos, únicos testigos de nuestra vida y muerte.