Con toda probabilidad, debemos el mayor número de descubrimientos médicos a la serendipia, un término que se refiere al azar y a la casualidad.
Debemos esta palabreja al escritor Horace Walpole (cuarto conde de Oxford), cuando, en una carta dirigida a su amigo Horace Mann, fechada en 1754, se refirió al cuento titulado “Los tres príncipes de Serendip”, en el que los protagonistas realizaban descubrimientos por accidente.
Y es que fueron muchos los descubrimientos que debemos a la serendipia, comenzando por el de la penicilina, el antibiótico producido por un hongo que contaminó las placas de los cultivos de sir Alexander Fleming; pasando por el de los Rx, capaces de impresionar las placas fotográficas que se encontraban, guardadas y a buen recaudo, en un cajón cercano a la fuente de rayos catódicos.
Pero hay mucho más, y que sirvan también estos ejemplos:
El oftalmólogo Harold Ridley descubrió, durante la batalla de Inglaterra, que la incrustación de astillas de plexiglás, en el globo ocular de unos pilotos, no provocó ningún tipo de rechazo, siendo este el origen, el antes y el después de las primeras lentes intraoculares, en la cirugía de las cataratas.
La viagra (citrato de sildenafilo) fue descubierta por Simón Campbell y David Roberts (investigadores de Pfizer). Cuando en 1985 comenzaron a usarla en la hipertensión arterial, observaron que los pacientes tratados con esta sustancia referían erecciones más duraderas. Este hallazgo determinó que cambiase la orientación del producto y comenzase a usarse en el tratamiento de la disfunción eréctil.
Algo parecido, porque acabalaron siendo cambios de orientación, lo que ocurrió con el minoxidil y con el finasteride: de ser un antihipertensivo y un fármaco para el tratamiento de la hipertrofia benigna de próstata, respectivamente, ambos pasaron a ocuparse de la alopecia.