Despertarse una mañana, abrir la cuenta de Twitter y descubrir que alguien te confía que eres un amarillo en su vida es motivo, inicialmente, de intriga…
El primer paso, por tanto, es intentar profundizar algo sobre el significado de dicha expresión y la pista de uno de los libros que Olga recomienda esta misma semana como lecturas de verano, abre las puertas a una realidad desconocida hasta ahora.
El mundo amarillo es el legado que Albert Espinosa (el nombre, que al principio recuerdo vagamente, rápidamente se une a una historia más conocida, la de Planta 4ª -que Javier González de Dios recogió en su sección cinematográfica semanal hace ya unos cuantos meses-, película emotiva sobre las vivencias hospitalarias de unos chicos que se enfrentan al cáncer) nos deja, contado en primera persona, tras convivir 10 años de su vida -de los 14 a los 24- luchando contra un osteosarcoma, lucha que se llevó por delante una pierna, un pulmón y un trozo de su hígado.
El núcleo de la obra, de lectura rápida (aunque necesitada de una o varias relecturas para exprimirla aún más) son momentos -retazos- de esa lucha (que a menudo provocan sonrisas o risas abiertas) contados con sobriedad y una gran dosis de humor (de ese que sólo da probablemente el haberse enfrentado en múltiples ocasiones a la muerte para salir victorioso). Dichos momentos le han servido a Albert no sólo para enfrentarse al cáncer, sino que ha descubierto que esas mismas lecciones de vida le sirven para afrontar su vida fuera del hospital, su vida postcáncer.
A través de ese recorrido vital, Albert nos confiesa que existen personas que están a medio camino entre la AMistad y el AMor. Son las personas AMarillas, personas que a veces pasan a nuestro lado sin que hayamos aprendido a mirarlas y reconocerlas, personas que a veces son efímeras en la vida -como lo es la salud y la propia vida-, pero que la marcan de forma imborrable incluso desde un sencillo abrazo.
No sé si será necesario haber mirado a la cara de la enfermedad y la muerte para comprender toda su hondura. Probablemente ayude, y mucho. Pero estoy convencido de que es de vital importancia que quienes acompañamos a otr@s en la enfermedad y la muerte tenemos mucho que aprender de lo que viven y comparten las personas a quienes les ha tocado recorrer ese camino para poderles acompañar mejor. A veces podemos tener la tentación de pensar que l@s más pequeñ@s no necesitan tanto de ese acompañamiento, que la vida que tienen por delante es muy larga como para que recuerden… pero pongo la mano en el fuego para afirmar que no es así.
Es difícil no desvelaros más para animaros a leerlo y descubrirlo por vosotr@s mism@s.
Sólo me queda agradecer el descubrimiento a la persona amarilla que me ha abierto esta puerta y me permite seguir creyendo que mejor es alcanzar un sueño que seguir dormidos (…), mejor abandonar el puerto que anclarse en la espuma (…), zarpar hacia el profundo azul… será mejor buscar un nuevo sol (el gran amarillo) CONTIGO.