Se trata de uno o varios sujetos que se autodenominan «expertos» por acumulación de clases en encuentros veraniegos. El tipo de «bailarines» que no aprovechan ningún saber ni desdeñan jamás la ultima copa en esos disputados encuentros de verano en los que requieran servicios tempraneros como taxis de favor o a bajo costo. Suelen ser correctos en la primera hora del primer día del festival y a medida que avanzan las noches, las copas, el jolgorio, el descontrol y la resaca se manifiestan con otras apariencias e incluso otras formas de bailar, casi todas llenas de manierismos y marcas bruscas. Las muchachas extranjeras, sus víctimas habituales, solo recuerdan de su apariencia unas inmensas gafas de carey con el cristal ahumado, que suelen traer a pares, para prestar a conocidos o víctimas solícitas que caen bajo su influjo y se prestan a suplantarlo gustosos mientras este ser duerme tranquilamente su resaca hasta la última media hora de la clase, momento en que —previo convenio con el falso que toma la clase—, aparece para la foto grupal, con otra vestimenta, como es lógico. Si le preguntan dice haberse cambiado en el baño por culpa del sudor. Luego de la comida, embotado aún por el exceso, se hace condensar la clase y la figura por el amigo o persona bajo su influencia, pidiendo un resumen, un editado del saber de los maestros, que completa con su propia nublazón mental.
