Revista Cultura y Ocio
Veamos quién es el malo de la película, el auténtico asesino en serie del planeta. Analicemos sin perjuicios quién ha eliminado más semejantes y más diferentes en la historia, incluso en la prehistoria. ¿Lo has reconocido? Efectivamente es nuestra especie: tus tatarabuelos, tus padres, tú mismo, yo...
Desde el comienzo de la vida, incluso los seres más inofensivos supervivientes han terminado con cualquiera de los otros que competían por los recursos: incluso por el inocente sistema de la asfisia, de la ocupación pacífica, pero masiva, del espacio vital. En el mismo instante de la aparición de la vida comenzó la guerra interminable por la subsistencia. Las cifras de muertos en esta guerra es incontable. Los mejores asesinos fueron los vencedores. En esta guerra se usaron todas las estratagemas imaginables: agresión física, química, alianzas estratégicas... En el proceso surgieron nuevos seres, nuevas especies con especial dotación para la guerra (muchos se integraron en otros seres para formar más potentes predadores). De esta simbiosis nacieron mejores killers. Estos matadores sofisticados alcanzaron cotas realmente espectaculares con los dinosaurios (aunque en menor tamaño millones especies inconquistables siguieron desarrollando habilidades para sobrevivir, y por lo tanto matar). Quizás ocurrió que entonces, un solitario y frío asesino espacial, una gran pedazo de materia inerte viajando en el espacio, vino a liquidar a la especie reina del planeta. Y con ella a numerosísimas especies más. Los supervivientes recomenzaron entonces nuevas guerras con distintos contendientes.
Hubo una especie que a duras penas sobrevivía:de piel delicada, frágil osamenta y débil musculatura; apenas resistía en el campo de batalla donde competían todas las especies. Presa fácil de los predadores, huidizo por naturaleza, subsistía gracias a la recolección y el carroñeo. Eran muy pocos y estaban condenados a morir tarde o temprano bajo los dientes de otros más dotados, o acaso lo hicieran devastados por enfermedades infecciosas (que son las guerras de los microbios killer), o también por potentes venenos, o quizás de hambre ante la fuerte demanda de unos recursos escasos... En el filo de la supervivencia, el Homo, se fue haciendo, poco a poco, con un arsenal insuperable. Empezó dotándose de unas herramientas morfológicas casi exclusivas como el pulgar en oposición que le dio la oportunidad de manipular los objetos a su alrededor o la bipedestación que liberaba un par de sus extremidades y le permitía una posición de vigía permanente. Enseguida comenzó a perfeccionar un arma poderosísima para la guerra psicológica: una gran inteligencia. Pronto sus soldados empezaron a inventar estrategias innovadoras, inventaron un lenguaje sofisticado y usaron eficientemente las comunicaciones como instrumento de caza de otras especies. Después aprendieron a esclavizarlas inventando la agricultura y la ganadería. Su tecnología inició un proceso formidable: en poco tiempo dominaron el fuego, construyeron grandes colmillos de piedra y fabricaron espinas voladoras. Quienes fueron unos pocos se expandían por continentes enteros. Las tribus que se separaron evolucionaron por su cuenta, cada una progresando a su manera, enfrentándose a la naturaleza y los otros seres vivos con diferentes artificios. Muchas sucumbieron. Otras se mantuvieron cientos de miles de años. Lucharon con otras especies y lucharon entre ellas. Posiblemente se mezclaron, posiblemente se asesinaron también. Al final desaparecieron todas menos una: el Sapiens. No se sabe quien eliminó a las otras tribus. No está resuelto el presunto asesinato del Neanderthal, pero de una u otra manera, parece inevitable pensar que fue homicidio: voluntario o no. La lucha por los recursos hace que comer signifique quitar la comida a los otros: ¿homicidio en legítima defensa?
Hace unos 30.000 años que las tribus del Killer por autonomasia habían acabado con todos los otros congéneres. Pero la lucha por los recursos y el complejo sistema de creencias (mitos) enfrentadas creados por su inteligencia hizo que volvieran la vista hacia sus semejantes. Las guerras intersapiens comenzaron y continúan hasta nuestros días. El despliegue de técnicas y artilugios bélicos, la sofistificación de estas guerras no tiene parangón. Paralelo a esto comenzó un genocidio biológico sin precedentes: el Sapiens Killer desencadenado sobre el planeta.
Hubo un tiempo atrás en que el ser humano cooperó con su planeta. Se respetaba y adoraba a las fuerzas de la naturaleza y por lo tanto se la protegía. Hoy, que las domina, se aprovecha de ellas simplemente: las respeta en tanto que le son útiles.
El ser humano tiene desde hace tiempo un grave problema: algo en su interior le impide reconocerse como especie asesina. Se esfuerza en manipular la historia y falsear las evidencias de un planeta moribundo. Es posible que la negación de su origen asesino sea una medida protectora contra el propio suicidio. La inteligencia nos hace comprender que si yo te mato a ti, tú u otro como tú me puede matar a mí también; que moriremos los dos. Puede que "la culpa", el horror de matar a un semejante, sea un mecanismo de higiene de la especie. Así, sustentados en el miedo nos respetamos, de momento...
O también es posible que nuestra inteligencia nos permita proyectarnos en los otros, hacerlos partícipes de nuestro propio yo y por eso nos protegemos. Cuando este mecanismo falla, cuando aparecen las guerras, rompemos este espejo que son los otros y en el que nos miramos. Después, ya vencedores (y todos los que vivimos somos vencedores) pintamos sobre el marco del espejo destrozado la imagen del otro que nos conviene: la del enemigo culpable. Así se ha escrito la historia. La escriben los vencedores.