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Una dulce voz interrumpió el hilo de sus pensamientos y le hizo girarse. En la puerta, se encontraba la mujer más maravillosa que Zacarías había visto en su corta existencia: larga melena morena, escote generoso, piernas interminables y un vestido de seda rojo que marcaba sin disimulo unas curvas dignas de ser recorridas por Ayton Senna. Por unos segundos, el mundo exterior dejó de tener sentido para el joven aprendiz de detective, y sus sentidos quedaron colapsados por lo que le pareció la más maravillosa de las visiones. Aquel rostro impoluto, que parecía tallado en marfil, y su forma de arremeter el cigarrillo que tenía en la mano, le hizo trasportarse a una dimensión ultraterrenal en la que escuchaba el “Je t´aime mon non plus mon amour” dejando de lado cualquier conexión con el mundo real.
Pero el encantamiento cesó de golpe, interrumpido por las palabras de la mujer:
-¡Chico!, ¡eh!, ¡chico!, ¡hola!- decía ella exasperada- qué manía tienen hoy en día de contratar a lentos de entendederas como un acto social...
-Perdone, señora, no la había escuchado-respondió Zacarías avergonzado.
-¿Dónde está Arnau?-preguntó secamente.
Zacarías se puso en guardia rápidamente. Conocía muy bien las técnicas mentales que los espías de la KGB habían desarrollado para no dejar escapar información de valor. Nadie podía enterarse de que no tenía ni puta idea de dónde estaba Belarmino.
-Pues ahora mismo no sé dónde está -dijó Zacarías al mismo tiempo que se maldecía para sus adentros por ser tan estúpido. ¡¿Pero qué estás haciendo?! Aquella mujer del diablo le hacía decir cosas que no quería…
-¿No te ha dejado nada para mí? ¿Un sobre?
-No...-balbuceó el chico.
-Mira chico, me importa una mierda dónde esté ese cretino. Me importa una mierda quién eres tú y qué haces aquí. Lo único que me importa es que, esta mañana, por primera vez en los últimos 7 años, Arnau no ha cumplido con su parte. Espero que antes de mañana al medio día lo haga. ¿De acuerdo? Si no, comprenderá que tendré que tomar las medidas que sean necesarias. Y ninguno de los dos queremos llegar a ese punto.
-Claro, claro. Le haré llegar su mensaje inmediatamente.
-No tengo la menor duda de ello, chico -le respondió ella mientras le echaba el humo en la cara- adiós.
Y se fue, moviendo sus caderas con unos movimientos que a Sócrates Zacarías le parecían capaces de hacer salirse a la Tierra de su órbita.
Recobrado el control de sí mismo, se impuso la necesidad de someter a un análisis la situación: no sabía nada de Arnau desde la noche anterior, a eso de las 23.00, cuando le dijo que tenía que verle en su despacho al día siguiente para explicarle algo gordo que tenía entre manos. En su casa no estaba, y su teléfono móvil no daba señal, lo que no indicaba nada bueno. La frase escrita en su agenda tampoco era nada halagüeña: Límite para pagar 24 horas, sino caput. Tendría que haber pagado “algo” (a saber el qué) antes de esa mañana, y estaba claro que no lo había hecho. De ahí su desaparición. Ahora quedaba saber si había desaparecido para no pagar esa deuda, por no pagar su deuda (lo que realmente atemorizaba a Zacarías) o para tener tiempo hasta poder hacerlo. La visita de aquella dama parecía refutar la tercera opción. Pero ¿qué sería lo que tenía que pagar? ¿Tendría algo que ver con lo que guardaba celosamente en su cajón cerrado?
Sea lo que fuere, la vida de Arnau parecía requerir de su ayuda, y ésta debía ser rápida y certera. Decidió entonces trazar un plan de acción.
(...)