Revista Cultura y Ocio
No había leído nada de Houellebecq desde El mapa y el territorio, lo cual, básicamente, significa que no leí Sumisión. Cuando esta se publicó estaba un poco harto del autor francés; me parecía que repetía fórmulas; narradores, personajes, el juego del doppelganger. Y comenzaba a perder interés en su obra a pesar de su prosa ágil, aseada, poblada de comas y subordinadas; un estilo que encadena frases saltarinas y hace que los ojos vuelen sobre el papel sin encallarse por el camino. Pero tras este respiro me apetecía darle una nueva oportunidad. O quizá necesitaba dársela.
Durante el primer tercio de la novela pensé que Houellebecq se estaba repitiendo de nuevo (Almería, el deseo incontenible del macho en contraste con la falta de libido asociada a la edad y los antidepresivos, los distintos tipos de coños que ha conocido, gang bangs, etc). Sin embargo, a partir de cierto punto, la obra da un giro y el tono del narrador se vuelve tierno, cercano, humano; afronta los problemas comunes desde soluciones particulares. Nos habla del desamor, de las manipulaciones del recuerdo, de la imposibilidad de cambiar el pasado, de la frustración que causa la asunción de los errores propios, de lo terrible que resulta que nadie te dé una segunda oportunidad. El libro está salpicado de frases para guardar, para subrayar o para doblar la esquina de la hoja (esto no lo hagáis en casa, niños).
Veamos, el narrador es, como de costumbre, un alter de ego de Houellebecq pero mucho más estable y sereno y equilibrado que el propio autor. Lo que más me agrada es que no pretende contarnos una historia en sí, entendida como una acumulación de sucesos relacionados, con su clímax y sus actos; el drama se forma a base de escenas cotidianas y puntuales que van aconteciendo según el narrador vive. Se trata de una ficción más realista, a pesar de todo, que la ficción que busca ser hiperrealista. Así que tenemos a un hombre que una vez se enamoró y cometió un error y aún vive anclado en aquel momento y, en consecuencia, es presa de la frustración que le produce. Toma Captorix, huye de los demás para huir de sí mismo y termina en un pueblo de Normandía en plena revuelta agraria. Y aquí destaca otro de los rasgos característicos del autor francés: trata temas políticos y sociales desde su inventiva, no desde su ideología.
Lo que Serotonina nos transmite no es más que la decadencia de un ser humano occidental, o, más bien, la decadencia del ser humano occidental; una alegoría de la decadencia de Occidente. No obstante, para Houellebecq, el mundo occidental es Francia. La Francia conservadora y tradicional que aglutina unos valores que en realidad ni siquiera él mismo sabe cuáles son, más allá de la pervivencia de los privilegios de la burguesía tradicional; hecho que horroriza a un escritor que desprende pánico en su mirada del mundo. Un autor que, con sus virtudes y sus aciertos, es siempre un agudo observador del mundo.
Serotonina, de Michel Houellebecq. Editorial Anagrama, 2019. [Traducción de Jainme Zulaika]