Posteriormente siguieron sus hermanas pequeñas: Menorca, Ibiza y Formentera, islas que fuimos rastreando cuando nuestra hija entró a formar parte de nuestras vidas y de nuestros viajes, pero nunca regresamos a Mallorca. Quizás por la idea errónea de pensar que Mallorca es sinónimo de turismo de masas, de macro hoteles o del todo incluido. O por creer que la totalidad de la isla había pasado a ser un estado más de la gran Alemania. Creo que incluso la fiestera Ibiza ha sabido ganarse una mejor reputación que Mallorca.
Después de estos tres escasos días en la isla, sólo puedo decir que nos han quedado muchas ganas de volver. Si bien es cierto que gran parte de su territorio ha pasado a manos privadas y el acceso a algunos lugares es prácticamente imposible, quedan aun muchos rincones preciosos que se muestran al visitante con toda su belleza.
Bien aconsejados por amigos mallorquines, decidimos repartir nuestro tiempo entre una visita a Palma y recorrer la Serra de Tramuntana. Con sus casi 90 kilómetros, la Serra de Tramuntana se alinea perfilando el noroeste de la isla, desde el Cap de Formentor hasta el Cap de Sa Mola en Andratx. Recientemente, la UNESCO ha confirmado la continuidad de la candidatura a Patrimonio de la Humanidad en la categoría de Paisaje Cultural después de aceptar la documentación enviada por el Consell de Mallorca, como buen ejemplo de paisaje agrícola mediterráneo que combina los sistemas hidráulicos de origen islámico con sistemas de cultivo de olivo, haciendo énfasis en la relación entre el hombre y la naturaleza, la transformación del medio natural para aprovechar los recursos naturales con los medios y conocimientos de cada etapa histórica.
Así pues, recién aterrizados en el aeropuerto de Son Sant Joan, recogimos el coche de alquiler y nos dirigimos hacia la Serra de Tramuntana donde nos alojamos las tres noches, concretamente entre los pueblos de Valldemosa y Deià.
Hay infinidad de excursiones interesantes por la zona y los aficionados al senderismo conocen bien el GR 221 conocido también como la “Ruta de la Pedra en Sec” ya que transcurre por los antiguos caminos empedrados que comunicaban los pueblos y las posesiones, en medio de un paisaje de olivos cultivados en bancales de piedra en seco, sin cemento.
Con el tiempo más que limitado intentamos repartir la sierra en dos días, lo que nos daría una vaga idea de la zona, con la esperanza de poder profundizar en posteriores ocasiones.
El primer día recorrimos desde Deià hasta el Cap de Formentor, mientras que para el siguiente día hicimos de Valldemosa a Andratx, que dejaré para un segundo relato.

La carretera Ma10 pasa por el centro del pueblo y es donde se concentran la mayoría de los negocios turísticos: restaurantes, cafeterías, galerías de arte, tiendas y alguna inmobiliaria. Las tranquilas calles empinadas nos conducen hasta la Iglesia de Sant Joan Baptista.
Un pequeño monumento de bronce del pequeño antílope mallorquín extinguido, el myotragus balearicus, recuerda el trabajo del arqueólogo William Waldren.




























Descartamos la posibilidad de llegar hasta Alcúdia y regresamos a Valldemosa para la cena. Comemos el “pa amb oli” que no es más que pan con tomate y una deliciosa sobrasada mallorquina, queso de la región y otros embutidos, acompañado con unas cuantas "pansides" (nombre con el que se conoce a las aceitunas negras arrugadas). De postre, un buen pedazo de gateau, el típico pastel mallorquín elaborado con almendras.
¡Qué bien transforman los mallorquines los productos que les da la tierra!


