El 26 de marzo de 2021, el socialista José Antonio Serrano llegó por vez primera a su despacho en la alcaldía de Murcia, tras tomar posesión en el salón de plenos, luego de prosperar una moción de censura contra el popular José Ballesta que apoyaron PSOE, Ciudadanos y Podemos. Abrió el ventanal que da al balcón de la Glorieta de España y sintió el aire en su cara, a pesar de llevar puesta la mascarilla en modo preventivo por causa de la pandemia de Covid. Y pasado el mediodía, publicó en su cuenta de Twitter -hoy llamada X- un tuit, acompañado de una foto del instante a modo de declaración de intenciones: “Las cosas se pueden hacer diferentes. Mi primera decisión al llegar hoy a alcaldía ha sido abrir la ventana. Este Consistorio será el de la gente, el de los vecinos y vecinas a quienes les debemos nuestro trabajo y a los que pondremos en el centro de nuestras decisiones”, se leía en el mismo, intuyo que por consejo de algún estratega de la comunicación.
Sus algo más de dos años de gobierno en el Ayuntamiento no pasarán a la historia del municipio como los más fértiles que se recuerden. Cierto que eso es tan solo media legislatura, escaso tiempo para poner en práctica cualquier proyecto sólido que se precie a medio plazo. Serrano tuvo que activar el Plan de Movilidad, poniendo en marcha unas obras que, muchas de ellas, ahora concluyen, sumiendo a la ciudadanía en un caos de tráfico descomunal. Lo que muchos ignoran -o más bien no quieren saber- es que ese plan se parió en la época de gobierno del PP y que Serrano y los suyos se vieron apremiados a ponerlo en marcha por las urgencias que Europa les demandaba de acuerdo a los plazos, en lo que a inversión se refiere, del dinero de las ayudas comunitarias recibidas a tal efecto.
No era extraño escuchar durante esos días, en el ecuador de su mandato, críticas y reproches hacia “estos socialistas que tienen a Murcia levantada y manga por hombro”. La oposición entonces, es decir, el PP, se aprestó a asegurar a la gente que estuviera tranquila, que cuando en 2023 ellos volvieran, si les votaban y ganaban, esto se arreglaría y Murcia volvería a ser ese paraíso terrenal en el que muchos de sus habitantes suelen tener la costumbre de ir en coche, si pueden, hasta la misma puerta del sitio al que se trasladen. Que cierran mi barrio… ¿Lo recuerdan?
Consecuencia de todo ello fue la holgada mayoría absoluta cosechada por el PP el 28 de mayo, donde, por no necesitar, ni precisaron de Vox, ese socio siempre incómodo -y más si, como era el caso, su grupo municipal estaba liderado por un motorizado Luis Gestoso-. De manera que Serrano y los suyos no hicieron otra cosa que allanar el camino de Ballesta y compañía en su exultante regreso a la Glorieta. Se contaba, incluso, que la misma noche electoral José Antonio Serrano amagó con dimitir y volver de inmediato a su jefatura en la puerta de urgencias del hospital Morales Meseguer. Y que intentaron convencerlo y no lo dejaron, al parecer, aunque su tocata y fuga solo fuera cuestión de tiempo, ya que optó por borrarse y quitarse de en medio desde el primer pleno de la estrenada legislatura. Ni portavoz ni tutía, vino a decir. Ahora, apenas seis meses después, ha optado por marcharse definitivamente y dejar el acta de concejal, que era lo que él cuerpo le pedía desde aquella fatídica noche de autos. Alguien que se encontró en la alcaldía por una arriesgada jugada de billar, a dos bandas, y casi por carambola, una operación algo chusca y enmarañada que otros parieron. Aunque, la verdad sea dicha, nunca lo vi con ganas e ilusión por ser alcalde. Igual solo lo fue por una cuestión de responsabilidad y, si acaso, por mera causa accidental. O quizá es que desde aquel día se quedó ensimismado en la ventana.