Ayer cumplí sesenta años. ¡Sesenta! Vaya cifra. No escribí nada en el blog porque ya está bien de hablar de mí, que no hago más que mirarme el ombligo. Pero tampoco lo hice porque estuve todo el día liadísimo y porque me sentía muy raro y muy desorientado. ¡Sesenta! Como me dijo un amigo, supongo que para animarme, ya soy oficialmente tercera edad.
Hoy sí. Hoy sí que me apetece escribir sobre esto. Y lo primero que quiero es animarme a mí mismo. Hay dos formas de ver el asunto: Un optimista verá el vaso medio vacío; un pesimista vacío del todo.
Eso es lo primero que pienso: Se me está acabando. Me queda el último culín nada más. Y lo segundo es: "¿Qué he hecho con todo lo demás?" "¿Dónde ha ido a parar toda el agua que había?" Y me da la sensación de que no he hecho nada con mi vida. Y, sobre todo, la sensación mayor es la de que estoy pensando en mi vida en pasado.
Sin embargo, como la memoria y la apreciación del tiempo son tan selectivas y tan caóticas, todos hemos experimentado que cinco años se pasaron volando, en un suspiro, y que una tarde aburrida no se termina nunca. Resulta que sí, que sí he hecho cosas y que la vida es más bien tirando a larga.
Puedo intuir lo larga que es cuando evoco a Locomotoro y a Los Chiripitifláuticos, cuando veo a mi padre construyendo la primera televisión que hubo en la familia (y después las de todos mis tíos) y colocándola triunfante en el mueble del cuarto de estar de aquel piso recién construido en un borde de Madrid que ahora es céntrico, y a los albañiles que levantaban el edificio de enfrente y que se sentaban en el andamio para ver al Cordobés en nuestra tele. Y nos gritaban a mi hermano y a mí, niños inconscientes y juguetones, para que no nos pusiéramos en medio. Entonces aparecía nuestra madre y nos decía que nos quitáramos y que merendáramos quietecitos, que estábamos molestando a esos señores.
Veo las noches de Reyes y me emociono. ¡Menudo fuerte! ¡Vaya casco de piloto! Veo a mis padres jóvenes (me parecían viejos entonces) y me emociono más.
Veo tantas cosas triviales, cotidianas y emocionantes que hemos vivido todos pero que nos conmueven a todos: los amigos, los primeros descubrimientos, los miedos tontos, el ridículo que hicimos cuando... ¡Ay, qué vida más excitante y puñetera!
Veo de golpe que al papel vegetal le ponía dos trocitos de celo para pinchar con el compás sin que dejara marca, y recuerdo cómo en cada arco de circunferencia había un momento de vértigo en el que la punta de la bigotera se deslizaba sin control, a lo que Dios quisiera, y frenaba donde quería, y luego había que esculpir con cuchilla de afeitar los encuentros tangenciales de dos arcos.
Fui de los peores delineantes de la escuela y, por eso mismo, de los mejores raspadores.
Veo a mis amigos de Seseña, veo los guateques en el salón de mi primo Carlos y en el corral de mi amigo Antonio. Veo tantos cigarrillos y tantas calabazas. Lo normal.
¿Me estoy poniendo ñoño? Pues claro. Para eso tengo el blog. Y para eso he cumplido ayer sesenta años, ¿no te fastidia?
Os juro que no me lo creo. ¡Pero si tengo veinte años desde hace cuarenta! ¡Y treinta desde hace treinta! No puede ser. Alguien ha hecho trampas. Os digo yo que no estoy como para tener sesenta.
Físicamente estoy de escándalo: Quedé muy bien de lo mío y cada vez me hago menos revisiones. (Por cierto, ya me iría tocando. A ver qué pasa con el confinamiento). La artrosis me deja vivir: Hay días que la rodilla..., otros que la cadera..., y mientras escribo esto es el pulgar: hoy el de la mano derecha. La vista bien: Tengo que graduármela, que estas gafas ya no me van del todo. El oído... me han sacado un tapón y no voy mal. Y en cuanto a mi actividad sexual, deportiva y demás, estoy seguro de que aguantaría bien dos minutos de fútbol, de portero y con una defensa férrea que no permitiera que me tiraran a puerta. Vamos, ni que se me acercasen siquiera. Hígado, riñones, corazón, pulmones... Como un Seat 127 de cuatrocientos mil kilómetros pero que todavía tira. Todo funciona, pero está algo desgastado.
Sin embargo de cabeza estoy como nunca: Se me olvidan los nombres, no puedo con libros que antes devoraba, me aburro como me pongáis una frase difícil... Y de aritmética voy muy bien: Os digo a la primera que treinta entre dos son quince. Si me preguntáis ochenta y cuatro entre tres os tenéis que esperar un poco y me veréis mover los dedos e incluso pasar los de una mano con la otra o llevármelos a la boca. A veces también dibujo la caja de la división en el aire.
A los veinte años os hubiera ladrado la respuesta en un segundo.
...
¡Veinticuatro! Digo... ¡Veintiocho!
¿Veis como estoy bastante bien?
Estoy raro, y eso que todos me dicen que lo que hay que hacer es seguir cumpliendo, y que esta es la flor de la edad y de la vida. Sí. La verdad es que no me puedo quejar.
Lo he dicho antes: Lo peor es pensar la vida en pasado, y hacer balance de todas las ilusiones que no se cumplieron y de las metas que no alcanzamos. Pero a los que sois más jóvenes os destripo ya que las que sí se consiguieron se quedan ahí y tampoco es que os llenen la vida, y que si por lograr alguna vais a pisar a alguien o a traicionarlo es que sois gilipollas, porque no merece la pena y vais a quedaros con vuestra medallita pero más tirados que un perro sarnoso. La ambición es siempre tan grande que nada de lo que consigáis os llenará, y al final lo único que cuenta es la gente que tengáis a vuestro lado.
Yo en eso sí tengo mucha suerte. Quiero a mucha gente y tengo mucha gente que me quiere
Ha sido un cumpleaños confinado, sin regalos. Un cumpleaños vergonzante. Un cumpleaños a traición. Una mierda de cumpleaños. Y encima sesenta. Vaya movida.
Pero siempre, y más con sesenta, hay que pensar en el futuro. El día antes de mi cumpleaños, el último día de mis cincuenta y nueve, le puse el punto final a una novela de la que ya os he hablado algo, pero os tengo que hablar mucho más. (Ya veréis qué pesadito me puedo llegar a poner). Ya está todo el material vertido. Ahora hay que repasar, corregir y pulir, pero ya está ahí.
(Murió con 57 años)
Y ayer mismo, el día que cumplí los sesenta, estuve reunido telemáticamente con un buen puñado de estudiantes de arquitectura de quienes aún no os he dicho nada, pero lo haré (supongo que a partir de septiembre u octubre). Son una bendición y ha sido una bendición la manera de llegar hasta ellos. Ya os contaré.
En definitiva, uno quiere seguir y sigue, y uno hace lo que puede y no piensa que al pastel le queda ya solo el último trocito, sino que ese trocito está muy bueno. A ver. No hay otra.