Muchas veces la información mal interpretada o la "intuición" nos lleva a tomar decisiones erróneas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en un intento por reducir el número de aviones derribados por el enemigo, los aliados estudiaron dónde sufrían más daños los aviones que regresaban. De esta forma, podrían reforzar esas partes.
La conclusión: reforzar las puntas de las alas, los timones y el centro del avión, que era donde veían más impactos.
Pero Abraham Wald, un estadístico que trabajaba para defensa, propuso algo distinto: reforzar la cabina, los motores y la parte trasera del cuerpo.
¿Y por qué reforzar esas áreas donde no había impactos?
Lo que no habían considerado es que había un sesgo importante al hacer el estudio. Sólo estaban observando los aviones que lograban regresar.
Wald supuso que la distribución de los impactos sería más o menos homogénea. Veían impactos en las zonas que no eran vitales. Porque a pesar de sufrir grandes daños, los aviones conseguían volver a base.
Si un avión recibía grandes daños en cabina, motores y cola, era derribado. Al no poder regresar a base, no eran considerados en el estudio.
Este fenómeno es algo que en estadística se llama "sesgo de selección" y lo leí recientemente en una entrada donde se abordaba la necesidad de disponer de buena información para tomar decisiones acertadas.
Pero lo que debemos de pensar es si basta sólo con tener buena información para tomar decisiones acertadas o en la toma de decisiones influyen también nuestras emociones y la respuesta es desalentadora para los que confían ciegamente en que la respuesta está sólo en los números ya que las emociones influyen en nuestra mentalidad y en nuestro trabajo. Así como el control que podamos tener sobre esas emociones nos puede encaminar a tomar decisiones más acertadas.