La capital de Andalucía tiene el único puerto interior de toda España, que llegó a ser el más importante del país.
Si la Giralda es el corazón de Sevilla y símbolo indiscutible de la capital andaluza, el río Guadalquivir durante siglos ha llenado de vida este pueblo y lo ha comunicado con muchos otros, que han caído rendidos a la grandeza de una ciudad cuya maravilla se nutre de cada rincón de Andalucía. Un río para unir a todos los andaluces desde su nacimiento hasta su desembocadura gaditana y al cual los sevillanos y sevillanas le deben mucho de su historia e incluso su futuro.
Cualquier persona que no haya crecido en Sevilla, se preguntará por qué una ciudad alejada del mar fue el puerto más importante de Castilla y Aragón cuando empezaban a extender sus dominios más allá de la península ibérica o del Mar Atlántico, a aquellas tierras que por entonces se llamaban equivocadamente las Indias y que hoy conocemos como América.
Ciertamente no fue del puerto sevillano de dónde partió por primera vez el descubridor Cristóbal Colón, pero sería a sus aguas donde llegaría gran cantidad de oro, y en otras ocasiones saldría rumbo a las nuevas tierras desde sus inmediaciones. De hecho, otro monumento de esta ciudad, la Torre del Oro, según una de sus muchas teorías, debe su nombre a que en él se guardaba parte del dorado tesoro que mandaban de los pueblos encontrados. Así mismo, la Torre de la Plata acogía en sus entrañas este otro mineral. Sin embargo, la popularidad de esta hermana pequeña no ha sido tanta como la de la otra que bordea el Guadalquivir sevillano.
El río Guadalquivir sin dudas era navegable hasta Sevilla, pero la acción del hombre a partir del año 1795 permitió que los barcos llegaran a este puerto en menor tiempo, y sobre todo que algunas zonas complicadas para la navegación ya no lo fueran tanto. Según los estudiosos, hasta 1979 se estiman alrededor de seis cortas en el trayecto del río que han reducido la distancia hasta el mar de unos ciento veinticuatro kilómetros hasta los cuarenta y cinco. Actualmente incluso, se está estudiando la posibilidad de dragar el río para facilitar la entrada de cruceros a este puerto y convertir el único puerto interior de España, también en un puerto turístico.
¡Oh Guadalquivir!
Te vi en Cazorla nacer;
hoy en San Lúcar morir.
Un borbollón de agua clara,
debajo de un pino verde
eras tú, ¡qué bien sonabas!
Antonio Machado
Como bien expresa uno de los mejores escritores andaluces, y para mayores señas nacido en Sevilla, el río Guadalquivir nace en la Sierra de Cazorla. Nace como un hilo de agua que se hace inmensa y eterna y recorre muchos rincones de Andalucía y otros españoles como Albacete en Extremadura, Murcia o incluso hasta Ciudad Real, en Castilla-La Mancha. El caudal de este río estuvo durante muchísimo tiempo en duda, y cada estudioso lo establecía en una cantidad u otra, hasta que la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, luego de mediciones pertinentes, lo estableció en cerca de 57. 400 kilómetros cuadrados, 57. 377 si queremos ser exactos.
Sevilla es la provincia por donde más kilómetros cuadrados atraviesan de este río, unos 13. 706. Los primeros habitantes de sus alrededores se remontan al Paleolítico inferior, si bien uno de los mayores descubrimientos arqueológicos de la región fue el llamado Tesoro del Carambolo, cuyas piezas en un principio se atribuían a la cultura tartésica y luego ha sido reconocida su influencia de los fenicios. En los alrededores del río, también por la zona conocida como El Carambolo, lo que hoy llamamos Camas, en 1938 se descubrieron un total de siete piezas talladas, exhibidas hoy en el Museo Arqueológico de la ciudad.
Debido a la cercanía a las aguas, aquellos pre-andaluces construyeron gran variedad de instrumentos de barro afilados para cazar sobre todo grandes herbívoros y para defenderse de las bestias. Según la antigua directora del Museo Arqueológico de Sevilla, Concepción Fernández-Chícarro, “la tosquedad de la talla y sus tamaños confirman el arcaico modo de vida de esos hombres”. No obstante, supieron apreciar el valor de la cercanía al río y el barro que de él manaba para iniciar una tradición alfarera que marcó durante tantísimos años al barrio de Triana y al emblemático Monasterio de la Cartuja, convertido en fábrica de lozas en 1841.
“Se conocen también otros yacimientos del reborde oriental del Aljarafe, el que discurre paralelo al Guadalquivir por su margen diestra, que responden a talleres enmarcables en el Calcolítico, y su carácter de tales lo da el predominio de restos de talla sobre las piezas retocadas. Uno de los más importantes es el del cerro de Santa Brígida, con más de seiscientas piezas talladas…”, comenta el historiador Juan José Antequera Luengo en una especial sobre el Guadalquivir, “Historia de un pueblo”, publicado por El Correo de Andalucía. Precisamente, este historiador señala que en el llamado Paleolítico Superior los pobladores de la región abandonan el nomadismo y se establecen definitivamente cerca del río, gracias a la seguridad que le dan sus aguas para los cultivos y el pastoreo.
Pero, junto a las bondades del Guadalquivir, la braveza de este río también contribuyó a que muchos de aquellos primero pobladores se asentaran en los cerros alrededor de Sevilla y solo unos poco aventureros, convencidos de poder lidiar con la Madre Naturaleza construyeron casas tan cerca del río. Una aventura que le costó en muchos casos la vida por las continuas crecidas, las cuales continuaron hasta mediados del siglo pasado cuando ya siendo esta ciudad casi como la conocemos hoy, el Guadalquivir seguía llenando sus calles, como en reclamo de lo que un día fue suyo.
FUENTE:
- Antequera Luengo, Juan José. “Guadalquivir, Historia de un pueblo”, especial de El Correo de Andalucía.
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