Por activa y por pasiva, Alfredo Sánchez Monteseirín, alcalde de Sevilla, ha manifestado a quien le ha preguntado que su relevo al frente del consistorio se producirá respetando por encima de todo los intereses de la ciudad y de sus pobladores.
Pero lo cierto es que Sevilla navega en la incertidumbre desde el ya lejano día en que el propio Presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, desvelara a través de un teletipo que Monteseirín no repetiría como candidato a la alcaldía de Sevilla.
Desde entonces la ciudad se muestra acéfala ante sus atónitos habitantes y la política municipal se ha transformado más en un juego de adivinanzas que en una herramienta útil para arreglar los problemas de los ciudadanos.
Partiendo del famoso agotamiento del mandato, se han barajado todas las fronteras temporales posibles; la presidencia española de la UE", la Semana Santa, el mes de las flores, y la más reciente, la semana posterior a la Feria de Abril. De seguir así, el próximo verano la apuesta más popular en las barras de los chiringuitos playeros será si el alcalde aguantará hasta navidad, como el turrón.
El caso es que no hay comienzo de semana que la quiniela no sea la salida de Monteseirín del ayuntamiento, mientras él aprovecha sus comparecencias no sólo para no despejar la incógnita, sino para confundir aún más a la ya desconcertada ciudadanía. De ahí el abanico de titulares hilarantes con el que los medios lo obsequian a cada declaración. Por si había dudas de que al alcalde le va la marcha de ser el centro de atención de los focos.
Y mientras el ayuntamiento se ahoga poco a poco en el océano de la provisionalidad, los asuntos agonizan aparcados en la cuneta del tiempo como el arpa de Bécquer, a la espera de que alguien venga y les diga “levántate y anda”.
Cada vez es más probable que Sevilla tendrá, al fin, su tan anhelada huelga de autobuses en Feria. Incluso los medios están ya babeando ante el negocio que se les avecina y afilan titulares para el asalto final, mientras callan interesadamente los intentos de poner algo de sentido común en todo este lío.
Muy mal le ha tenido que se sentar a Monteseirín su descarte en la designación del candidato cuando, tras once años al frente de la corporación, va a propiciar un relevo tan poco acorde con lo que ha pretendido ser su mandato. Porque la imagen que está proyectando el ayuntamiento en la actualidad no es digna de una ciudad como Sevilla.
El alcalde puede decir lo que quiera, pero muy pocos deben de creerle ya cuando afirma que es el bien de la ciudad lo que marca los tiempos de su salida. No hace falta ser ningún avezado lince para darse cuenta que en esta partida se está jugando algo más que el cambio de titularidad de algunas concejalías.
En los tiras y aflojas entre el equipo municipal y la ejecutiva provincial del PSOE se están pasando al cobro viejas facturas atrasadas de una lucha interna que ahora ha pasado a segundo plano, aunque nadie sepa a ciencia cierta hasta cuándo.
El mayor inconveniente que representa este juego del gato y del ratón, amén de la pésima imagen institucional, es que la ciudad pareciera dormir una tórrida siesta cuando aún ni se otea el inicio del verano en el horizonte más cercano. Y esto, a poco más de un año de las próximas municipales, puede tener un efecto no deseado a la hora en que los ciudadanos manifiesten cuál es la voluntad popular.
Claro que, visto lo visto, no debe ser la expresión de la voluntad popular lo que más preocupa en estos momentos al todavía alcalde de la ciudad.
No me extraña que a estas alturas los empleados municipales estén empezando a plantearse seriamente protegerse a conciencia de la acción depredadora de los políticos.