Revista Insólito

Sevilla, Una Ciudad de Arte

Publicado el 28 junio 2017 por Grupozonaciencia

Sevilla, Una Ciudad de Arte

¿Puede un paseo urbano convertirse en un viaje por la Historia? En Sevilla, sí. Esta ciudad es como un gabinete para las artes del tiempo. Parece un hojaldre en el que se superponen distintos momentos del pasado que invitan a deambular entre ellos indistintamente, dejándose enamorar por sus cientos de matices.

Cuna de la civilización tartésica, puerto preferido de los fenicios, centro de la Bética romana, refugio visigodo, paraíso andalusí, puerto y puerta de las Indias, Babilonia barroca y así hasta convertirse en pintoresca postal romántica. Como decía Julián Marías, aquí "los siglos se nos escapan con no sé qué huidiza elegancia". Intentemos atrapar el alma de esta ciudad hermosamente esquiva en un paseo de tres días. Y después quizá nos quedemos a vivir para siempre...

Podríamos comenzar a degustar ese hojaldre histórico visitando los Reales Alcázares, máquina del tiempo en la que es posible asomarse a Isbilia, la Sevilla andalusí, admirando los jardines poetizados por el rey Almutamid. Hay que dejarse llevar por ese mundo perdido pero que aquí parece conservado en ámbar, inalterado por el tiempo. Se oye el sonido de las fuentes, fascina la cúpula dorada en el Salón de Embajadores e hipnotizan los arcos polilobulados que se multiplican por salas y pasajes. En el Alcázar cada siglo esconde alguna sorpresa. Están el Patio de las Doncellas, el Cenador de la Alcoba o los Baños de María de Padilla. Aquí, Pedro El Cruel instaló su corte y Carlos V se casó con Isabel de Portugal. Navaggero, embajador de Venecia que acudió al enlace, dejó escrito que el patio de naranjos de estos jardines "es el sitio más apacible del mundo".

Al salir del Alcázar se admira la altura fabulosa de la Giralda, campanario de la Catedral que fue el alminar de la mezquita. En el siglo XVI se le añadió el campanario cristiano y también el Giraldillo, la veleta de bronce que Cervantes citaría en El Quijote como la famosa giganta de Sevilla, que "sin mudarse de un lugar, es la más movible y voltaria mujer del mundo". Desde esta altura la sombra de la torre se desmaya sobre el caserío blanco y la gran montaña hueca de la Catedral, como la definió el escritor francés Théophile Gautier en el siglo XIX.

Al lado se encuentra el Archivo de Indias. De estilo herreriano, se construyó para acoger a los mercaderes que se agolpaban en las gradas que rodean la Catedral y que pedían un lugar más adecuado para sus intercambios comerciales. Cuando Sevilla entra en decadencia y pierde el monopolio con América, la Casa Lonja de Mercaderes pasa a acoger el archivo de los papeles de ultramar. Merece la pena visitar este lugar que huele a caobas y a legajos donde se guardan las crónicas de Colón, Magallanes, Hernán Cortés o Pizarro.

En el hojaldre sevillano la capa dedicada al barroco se mantiene intacta en la Iglesia de la Caridad. Allí cuelgan los cuadros de Murillo y los Jeroglíficos de las Postrimerías pintados por Valdés Leal, con sus macabras figuras que advierten sobre la fugacidad de la vida. Este templo fue fundado por el caballero Miguel Mañara quien, tras haber llevado una vida disoluta y libertina, se convirtió en un hombre venerable. La leyenda dice que cambió de vida después de contemplar su propio entierro. Por eso muchos confundieron a este personaje con el mito de don Juan.

La cercana plaza de toros alberga un pequeño museo que rescata el recuerdo de trajes de luces de tardes históricas, cabezas de morlacos míticos y entierros de diestros de la ciudad como el Espartero, Joselito el Gallo o Sánchez Mejías.

Sevilla, Una Ciudad de Arte

La ciudad invita a dar un nuevo salto en el tiempo al llegar al puente de Triana. Desde aquí se evoca aquella Sevilla americana que convertía el Guadalquivir en un fabuloso paisaje de mástiles y de la que zarpó Magallanes para dar la vuelta al mundo. Al final del puente se erige el castillo de San Jorge, antigua sede de la Inquisición y donde ahora se recuerdan las torturas que ejercía el Santo Oficio.

En el antiguo arrabal castizo de Triana el aire lleva aromas de albures y jazmines, el sol se derrama por las calles añejas que se salvaron de la especulación y el río parece detenido en una postal costumbrista del siglo XIX. Anochece y es hora de detenerse en la calle Betis para comer delicias de pescado frito, beber buen vino de la tierra y descansar de una primera jornada que ha sido un vertiginoso viaje en el tiempo.

La segunda jornada podría empezar en la calle Dueñas, donde la ciudad sin tiempo permite asomarse a varias épocas. En el número 5 el palacio de Las Dueñas, la residencia de los Alba, muestra desde hace poco la vida de la aristocracia a lo largo de quinientos años. Aquí murió en 2014 Cayetana de Alba, pero es sobre todo la Arcadia infantil de Antonio Machado. El poeta nació en 1875 en este palacio del que la familia Alba alquilaba algunas estancias. Aún podemos ver el limonero de su Autorretrato y ese mundo que evocó en su Cancionero Apócrifo: "Dadme una Sevilla vieja donde se dormía el tiempo, en palacios con jardines, bajo un azul de convento".

Saboreando aún los versos de Machado visitamos un lugar más prosaico: el mercado de la calle Feria. Mientras se disfruta de las especialidades de atún, se adivina el paisaje humano de ese mundo cervantino que en las Novelas Ejemplares sitúa aquí varias escenas.

El itinerario por la Sevilla mudéjar comienza frente al Palacio de los Marqueses de la Algaba, joya de la arquitectura civil del siglo XV. Con él se inicia el descubrimiento de la huella arquitectónica de aljimeces y algorfas, aleros, voladizos y alcaicerías. Impregnados de ese aire medieval conviene visitar algunas de las muchas iglesias mudéjares que se reparten por la ciudad, como las de Omnium Sanctorum, San Marcos y Santa Marina. Y así hasta toparnos con otra capa de la Sevilla barroca en la iglesia de San Luis de los Franceses, ajena a las rutas turísticas. Por ella se pasea como por una iglesia-teatro llena de espejos y trampantojos. El templo, construido en 1699 como noviciado jesuita, cuenta con altares llenos de reliquias y una espectacular cripta abierta al público.

Salimos a tiempo de ver el atardecer en el Espacio Metropol Parasol, un lugar para la modernidad conocido como las Setas. Subiendo a su mirador se contempla una espectacular vista del curioso skyline sevillano, formado por un horizonte de espadañas, campanarios y azoteas. Cae el sol dejando una luz de bronces malvas. Es hora de encaminarse a la cercana Alameda, antiguo paseo de la aristocracia en los siglos XVI y XVII que con el tiempo se convirtió en lugar clandestino donde se reunían flamencos, poetas, pintores y una amplia galería de personajes extravagantes. Hoy está lleno de bares y restaurantes con aire bohemio y sigue siendo una zona de encuentro para los creadores locales.

Sevilla, Una Ciudad de Arte

La tercera jornada se inicia en el barrio de Santa Cruz, ese delicioso trozo de una Sevilla reinventada en los años 1920. Paseamos a placer, casi sin rumbo, a través de callejas laberínticas. La ciudad sin tiempo nos sorprende en la hermosa plaza de los Venerables con el Hospital e Iglesia del mismo nombre, donde hoy el Centro Velázquez expone cuadros del genio sevillano y otros lienzos que rescatan la ciudad del XVII. Para continuar devorando lienzos del pasado nos trasladamos al Museo de Bellas Artes, considerada la segunda pinacoteca de España después del Prado, y que se levanta sobre el antiguo convento de la Merced. La luz blanca del antiguo monasterio matiza de forma hechizante los lienzos de Murillo, Velázquez, Valdés Leal, Zurbarán o Pacheco.

Esa misma luz de siglos pasados se percibe en otros edificios históricos de la ciudad. Como en el convento de Santa Clara, fundado en el siglo XVI sobre un antiguo palacio medieval y ahora transformado en un centro cultural. Todavía resiste la torre intramuros en la que, según la leyenda, se amaron el infante don Fadrique, hermano de Alfonso X, y su madrastra, Juana de Ponthieu, la joven segunda esposa de Fernando III el Santo.

En esta zona de prodigiosos conventos destaca el de Santa Paula, de clausura y en activo desde el siglo XV. Posee una colección de arte abierta al público, una portada de azulejos renacentistas de Niculoso Pisano y un hermoso claustro de dos pisos. Este monasterio recuerda la página que escribió Cernuda sobre los lugares que encierran el alma de la ciudad: muros blancos, esquilas viejas y tibias cocinas de repostería monjil para degustar dulces "como si mordiéramos los labios de un ángel".

Cruzamos el río para contemplar el atardecer en la isla de la Cartuja, sede de la Exposición Universal de 1992, y visitar el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, instalado en un antiguo monasterio que hoy exhibe performances y videoinstalaciones junto a antiguos altares. Aquí estuvo el convento cartujo y después la histórica fábrica de porcelanas Pickman.

Cae la noche y el Guadalquivir más que río es un espejo en el que adivinamos el perfil de Sevilla, una ciudad hermosa, rendida a los paisajes del tiempo. Definitivamente aquí no existen los relojes.


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