Una de las áreas más importantes que atañen a las relaciones humanas es el sexo. En algunas obras se ha tratado este asunto, postulando sobre diversas maneras en las que nuestras necesidades, anhelos y fantasías sexuales podrían ser satisfechas en el futuro. Extrapolando en su uso desde la realidad virtual hasta la inteligencia artificial.
La primera manifestación de este tipo que me viene a la memoria proviene de una obra cinematográfica: Proyecto Brainstorm (Douglas Trumbull, 1983). En esta producción con clara estética ochentera —esas cintas magnéticas como almacenamiento de datos— se juega con la posibilidad de grabar en un soporte electrónico las vivencias de una persona, registradas directamente de su cerebro. Todo lo que se experimenta, todo el procesamiento de la información recogida por nuestros sentidos que el cerebro realiza, quedaría grabado en una memoria informática para su posterior reproducción en la mente de otra persona.
No, no es «Desafío total», es el gran Christopher Walken
(Fuente: fotograma de la película Proyecto Brainstorm)
Naturalmente, entre las innumerables posibilidades que implicaría semejante tecnología, está la de poder experimentar ―con un realismo imposible de alcanzar con la «simple» tecnología de realidad virtual― experiencias sexuales vividas anteriormente por otra persona, con la ayuda de otra voluntaria que —sin que sirva de precedente— prestarían sus servicios a la ciencia con gran afán y entusiasmo.
Dicen que esta no fue la primera utilidad en la que pensaron
(Fuente: fotograma de la película Proyecto Brainstorm)
¿Qué podría ocurrir si alguien reproduce una y otra vez la experiencia completa? ¿Qué consecuencias tiene en el individuo el uso tecnologías que permiten recrear vivencias percibidas como reales, a las que no podría acceder de otra manera? Sigmund Freud hubiera tenido algo que decir, seguramente. En cualquier caso, en la película decidieron que esta sería una forma de liberar a la especie humana de la necesidad acuciante y obsesiva que parece que tiene en el subconsciente, surgiendo una nueva clase de individuo.
Se podría hacer un artículo entero sobre los sistemas de realidad virtual imaginados en la ciencia-ficción, donde los usuarios se desenvuelven en ellos como si de una «segunda vida» se tratara. Entornos en los que la mayoría de las veces las reglas brillan por su ausencia o son enormemente permisivas. En Gamer (Mark Neveldine y Brian Taylor, 2009) se muestra una tecnología que permite al usuario estar constantemente conectado a un entorno sin apenas reglas, en donde puede desinhibirse totalmente. En este caso no son tan positivos y creen que la mayoría acabaría desconectada de la realidad, en un estado físico lamentable debido a la inactividad, y todo para satisfacer en el fondo una peor avaricia comercial. En esta película el entorno no es virtual, es un escenario «real» en el que la conexión con el mismo se realiza también a través de la mente de otra persona a la que en este caso, controlas. Un «avatar» sometido con el que puedes dar rienda suelta a tus fantasías sexuales más retorcidas.
No, la alfombra y la chaquetilla no son del mismo tejido.
(Fuente: fotograma de la película Gamer)
Además de crear entornos electrónicos en donde ubicar nuestra mente, la otra manera de imaginar cómo podrían crearse las condiciones adecuadas para liberarnos de las tensiones sexuales más profundas es mediante androides. Esta fórmula es la utilizada en Westworld (Michael Crichton, 1973).
Androide medieval programado para satisfacer todas las peticiones.
—pero ya se sabe lo que pasa con la informática, que hace lo que quiere—.
(Fuente: fotograma de la película Westworld)
En esta obra se trata sobre un hipotético parque de atracciones que recrea varios escenarios —el Oeste, la Antigua Roma, y la Edad Media— en el cuál los actores son realmente sofisticados robots humanoides, programados para hacer realidad cualquier sueño de sus clientes humanos, incluidos como no, los sexuales. Como ya se sabe lo que pasa con este tipo de parques en Hollywood, algo se tuerce y las cosas no van como se esperaba. Pero no hace falta construir todo un parque. Lo mismo o parecido se puede lograr en la ciencia-ficción con sólo disponer de los androides. O replicantes como Nexus 6 «Pris» (Daryl Hannah) en Blade Runner.
Nexus 6 «Pris», ¿dónde está la parte que falta de la muñeca?
(Fuente: fotograma de la película Blade Runner)
¿Con dos Baltar, con DOS?
(Fuente: cartel promocional de Galactica 2003)
Las mujeres también usan a los androides como objeto sexual en la ciencia-ficción. En I.A. (Steven Spielberg, 2001) Jude Law encarna a un hipotético robot sexual. Igualmente, en Robots e Imperio (Asimov, 1985) su protagonista, Gladia, hace lo propio con el gran R. Daneel Olivaw.
«Ah, quien fuera R. Daneel Olivaw» —dirán algunos—
(Fuente: portada de una edición en francés de Robots e Imperio)
Black Mirror (Charlie Brooker, 2011) es una serie de televisión británica cuyo objetivo principal es mostrar:
«la forma en que vivimos ahora, y la forma en que podríamos estar viviendo en 10 minutos si somos torpes»
—Charlie Brooker (fuente: Wikipedia)
En uno de sus capítulos —Vuelvo enseguida (Owen Harris, 2013)— una mujer se enfrenta a la muerte inesperada de su pareja, que no puede superar. Como paliativo, le ofrecen una réplica física de su pareja fallecida, un androide con inteligencia artificial al que le dotan de toda la información almacenada en fotos, redes sociales, documentos, etc., del antiguo compañero. De esta manera se convierte en un sustituto de su antigua pareja. En esta obra se plantea hasta qué punto un imaginario androide como el postulado en este capítulo, podría sustituir a un compañero sentimental de la misma forma que puede hacerlo en lo sexual.
Dicen que el verdadero atractivo está en la mente. Eso es lo que pensaría Spike Jonze en Her (2013) al imaginar a Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) enamorarse de una inteligencia artificial, cuyo cuerpo era... un ordenador —pero eso sí, la voz era la de Scarlett Johanson—. En esta obra se imaginan a una sociedad del futuro en la que la gente se enamora con normalidad de inteligencias artificiales, proporcionando al onanismo una nueva dimensión.
No es momento de ponerse trascendental, pero está claro que con la tecnología se puede obtener al mismo tiempo grandes soluciones a graves problemas sociales, como ser causa de otros igualmente nefastos. Que sirvan al menos estas especulaciones de la ciencia-ficción —tanto las positivas como las que muestran el lado más negativo— como advertencia.
Recordando las palabras de Charlie Brooker, no seamos torpes