Tendré que escusarme, porque he recibido alguna queja de que si escribes “sexo joven” en el Google sin más, lo que te salen son páginas de pornografia infantil bastante desagradables. Lo siento. Y recomiendo borrarlo del historial, no vaya a ser que os lo pillen en un renuncio. Los que tengan la conciencia tranquila no tienen porqué procuparse.
En otro sitio ya hemos dicho que hay cosas que no se aprenden en la escuela: a comer, a conducir, a follar, inglés e informática. Hay que buscarse la vida porque los programas del maldito ministerio andan aún liados en reconstruir la historia, rescatar los ordinales, despreciar la prosodia y cuestionar a Darwin. O cosas peores, como hizo el imbécil maligno del ministro Wert.
Y con la Internet, la chiquilleria no va a esperar a que se lo cuente un cura en la catequesis (¡Tate, tate!) o a una seria y monotemática conversación con el tío Julián, que tiene mucho mundo, por encargo de una mamá atribulada. Se enchufarán con el ordenador que haya en casa, con el móvil o con la Play si hay WiFi cerca, que también se puede. Y, entonces, lo que van a ver va a quedar tan lejos de la realidad como lo que les puedan contar sus “coleguis” en el patio del cole.
Ni las proezas de los actores y actrices, ni las inacabables sesiones, ni los tamaños glandulares o de otros atributos, ni las prácticas multitudinarias de orgías de medio pelo, ni los depilados pubis de ellas y ellos, pasan de ser fantasías para el espectáculo. Mucho Photoshop, mucha Viagra, leche condensada y acrobacias de alcoba. No es para hacer una crítica artística del cine porno, que poco tiene de arte y nada de estética, tan cerca de la realidad como el karate de las Tortugas ninja, o los vuelos de Spiderman. Sin necesidad de intentar comprobar qué o cuál acceso hayan podido tener los crios, lo esencial es informarles, en cualquier oportunidad, de la ficción que contiene toda la imagineria sexual que aparece en la Internet o los videos porno. Algún papá o mamá con suficiente seguridad en si mismo, puede intentar visionar una peli porno con los hijos e hijas y evidenciar la falacia de la ficción. Pero para eso hay que tenerlo muy claro y conocer bien a los hijos, saber que saben o que creen saber y pactar la sesión. Pero con cuidado.
Los demás, a fuer de responsables, deben afrontar los temas con franqueza y naturalidad. Evitar los excesos de pudor, de pacateria, en las edades más pequeñas, familiarizar a los niños con sus cuerpos y también con los de los adultos a las prudenciales distancias físicas y sociales y llamar las cosas por su nombre.
No pretende este blog ofrecer todas las claves de la educación sexual familiar. Sólo poner sobre el tapete lo que hay, y recomendar no dejarlo para otro día. Y recordar a los profesionales de la atención a la infancia que hay que traer el tema a colación aprovechando cualquier visita. A veces la reacción de los padres nos puede anunciar alguna ideación anómala que convenga reconducir. Ver como se reacciona ante la pregunta simple de: “¿Ha hablado de sexo con su hijo alguna vez?” puede abrir una ventana de luz que ayude a ver que puede estar pasando. También se le puede preguntar al niño, objeto de la atención. Pero en ese caso recomiendo pactarlo de antemano con los padres. Lo que sea, menos el ocultismo enfermizo. Que luego se paga.
X. Allué (editor)