Revista Opinión

Sexo prohibido. (Capitulo primero). Relato erotico.

Publicado el 19 enero 2020 por Carlosgu82

Sexo prohibido. (Capitulo primero). Relato erotico.

Una sórdida historia fue publicada por el diario The Sidney Herald Tribune en su edición del día 25 de Agosto de 2014 y tal historia rezaba así:

“El 23 de junio de 1987, del aeropuerto internacional de Camberra había partido una avioneta Pipper de ocho plazas, con destino Sydney,   teniendo como pasajeros a la familia del magnate del calzado Richard Eldridge, de cuarenta y cinco años, compuesta, además de por el propio magnate, por su mujer, Greta Phillips, de cuarenta, así como por  los hijos de ambos, Carol, de diecisiete, y Marc, de doce. El piloto del aparato, Bernard Reily, de veintiocho, era un experimentado piloto con más de cinco años de experiencia pilotando aparatos como ese,  y con varias miles de horas de vuelo a sus espaldas de experiencia  a pesar de su juventud. Como a las tres horas del despegue de la avioneta, todos los radares dejaron de recibir su señal y, al día siguiente, comenzaron las labores de localización del aparato,  por parte de las autoridades australianas. Después de más de dos meses de infructuosa búsqueda por parte de la guardia costera y de las patrullas de rastreo aéreo, se abandonó la misma.

Veintisiete años más tarde, el  03 de Agosto de 2014, un barco de excursionistas, que había fondeado frente a una pequeña playa que había en un islote desierto, a unos doscientos kilómetros de distancia del litoral australiano, habían comenzado a descargar los útiles necesarios para celebrar un pic nic cuando recibieron la inesperada visita de tres personas, completamente desnudas, que se identificaron como Richard Eldridge, que ya entonces tenía setenta y dos años de edad,  su hija Carol Eldridge, que  tenía cuarenta y cuatro, y el hijo de ambos, Nicholas Eldridge, de catorce.

Según relataron a los medios de comunicación, aquel 23 de Junio de hace ahora veintisiete años, unas  tres horas después de haberse iniciado el vuelo, un fuerte temporal, con vientos huracanados, se desató y llevó a la avioneta mar adentro, ante la imposibilidad del piloto de hacerse con el control del aparato que, finalmente, caería al mar; debido a la dureza del impacto, en el accidente murieron ´Greta Phillips, Marc Eldridge y Bernard Reily, sobreviviendo solo Richard y  Carol, que comenzaron a nadar, intentando alejarse de la avioneta, para evitar que esta los arrastrara hasta el fondo, viendo, a continuación,  como el fuselaje desaparecía bajo las aguas”.

A la vista de esta noticia, la escritora, periodista y editora Bárbara Hershaw, adivinando que había una buena historia que contar,  se puso en contacto con los Eldridge, pero estos declinaron su oferta para escribir un libro sobre ella. Richard y Carol Eldridge querían que la gente se olvidara de ellos para que esta historia no perjudicara al hijo de ambos.

Y en verdad que lo consiguieron, porque la gente los olvidó, incluso la propia Barbara Hershaw. Pero un frio día de enero del año 2017, Bárbara recibió una llamada en su despacho, en la editorial que dirigía. La llamada era de Carol Eldridge y cuando su interlocutora se identificó, tuvo que estrujar su memoria durante varios segundos para recordar por qué le resultaba familiar ese nombre. Cuando al final se acordó, celebró mucho su llamada, pasando, luego, a escuchar lo que aquella tenía que decirle. Según Carol, su padre había muerto hacía dos meses y ella estaba muy mal económicamente, necesitando dinero con urgencia para poder pagarle un tratamiento de desintoxicación a su hijo, que había caído víctima de la drogadicción, y le preguntó si, todavía, estaría interesada en escribir un libro sobre su experiencia en la isla. Bárbara le comentó que sí, que desde luego que estaría interesada, pero que tenían que verse para hablar sobre el enfoque que debían de darle al libro para que tuviera  posibilidades de ser un éxito. Y así fue que, al día siguiente, se vieron en la editorial, en el despacho de Bárbara. Sentadas la una frente a la otra, con la mesa de escritorio de por medio, esta comenzó con su exposición:

-Mira, Carol, esta es una editorial y, como en todo negocio, se busca obtener un beneficio. Antes de editar un libro nos aseguramos de que cuenta con los ingredientes necesarios para que pueda ser un éxito, porque hay que invertir dinero en la edición de un libro, pues no solo hay que imprimirlo sino que hay que promocionarlo. Dependiendo del enfoque que le demos a un libro, este puede llegar a ser un éxito, o un rotundo fracaso; la historia, en el fondo, puede ser la misma, pero dependiendo del enfoque que se le dé variarán, y mucho, los resultados que se obtengan. Cuando leí la noticia de la historia de ustedes en el periódico, tengo que reconocer que lo que más me llamó la atención fue que un padre y una hija hubieran tenido un hijo en común y, luego, viene el elemento que hace que esta historia sea diferente respecto a las demás historias de relaciones incestuosas y que no es otro sino el hecho de que la historia se hubiera desarrollado en una isla desierta. Pero esto último no es lo más importante, lo verdaderamente importante en esta historia es como un padre y su hija “olvidan” eso, que son padre e hija, y comienzan a tener sexo, dejando a un lado el tabú de la consanguinidad y sintiendo, el uno por el otro, la atracción física que un hombre siente por una mujer y viceversa; el hecho de que vuestra historia se desarrollara en una isla desierta es un dato anecdótico que la hace exótica y diferente a las demás. Pero la gente no está interesada en la historia de un naufragio, porque hay muchas historias de ese estilo. El tema del incesto es un tema con mucho morbo, muy atrayente para mucha gente y yo quiero que explotemos esa parte de la historia; quiero que relates cómo fue que tú, y tu padre, rompisteis con los tabús y empezasteis a sentiros atraídos el uno por el otro; quiero que cuentes cómo fue la primera vez que tuvisteis sexo y con todo tipo de detalles, cuanto más “escabrosos”, mejor. Hasta tal punto ese aspecto debe de ser el principal que no tengo claro si deberíamos de titular al libro “Incesto,” o “Incesto en la isla”, o “Sexo prohibido” o “Sexo Prohibido en la Isla ; de momento me decanto por aquellos que terminan “en la isla” porque sería más fácil de identificar.

Quiero que la gente a la que el tema del incesto le atraiga, que es mucha, se masturbe, continuamente, con tu historia, Carol. Si quieres ganar el dinero necesario para el tratamiento de tu hijo, tienes que ser muy gráfica con los detalles, exagerándolos, un poco, incluso. Va a ser duro, Carol; eso te lo aseguro, porque, a partir de que se publique el libro, va a ser como si caminaras desnuda por la calle o como si todo el mundo reconociera en ti a una actriz de cine para adultos.

Cuando Carol estuvo segura de que Bárbara había terminado de hablar, cogió su bolso del asiento de al lado, donde lo había dejado y, de su interior, extrajo unos cuantos papeles que Bárbara pudo ver que habían sido escritos a mano, diciéndole:

-Esperaba que ese fuera el enfoque que querrías que le diera a la historia y he escrito un borrador, que te dejaré para que lo leas, a ver si se adecúa a lo que tú quieres. Lo que si te ruego es que sea yo la que escriba la historia; si pones a alguien a que revise lo que yo escribo, que sea un corrector de estilo, pero no alguien que vaya a tergiversar el sentido de lo que yo he escrito. Quiero que para realizar cualquier cambio sustancial en la historia se me consulte a mí y que yo tenga que estar de acuerdo.

-Muy bien, Carol, así será. Déjame tu borrador, para leerlo, y si me gusta lo que has escrito, te enviaré un mensaje, a lo largo de esta semana, diciéndote cuándo tienes que venir para firmar el contrato. Escribe en una de las hojas, en una de las  esquinas de arriba, tu número de teléfono móvil para enviarte el mensaje.

Diez minutos más tarde, Carol Eldridge se había marchado y Bárbara no pudo reprimir la curiosidad de ver qué era lo que había escrito, así fue que se sirvió un café y se sentó, cómodamente, en el sofá que había en su despacho y en el que acostumbraba a sentarse para concentrarse en la lectura de los nuevos textos que se le propusieran.

Ella era una experta lectora, como puede suponerse, y aparte de dominar las técnicas de lectura rápida  había desarrollado la habilidad de encontrar aquellos pasajes de una obra que más pudieran interesar, desechando aquello que no fuera de su interés, así que pasó muy por encima por aquella introducción en la que Carol explicaba cómo habían sido sus cuatro primeros años de estancia en la isla y cómo se las arreglaron para sobrevivir, es decir, cómo se procuraban el alimento; de dónde sacaban el agua dulce que bebían; cómo la ropa que habían traído puesta, cuando llegaron a la isla, se convirtió en harapos y se vieron obligados a ir desnudos… y se fue a lo que le interesaba, al momento en el que se rompió el tabú y Richard y Carol dejaron de ser padre e hija para convertirse en marido y mujer; y tal momento rezaba así:

“Allá por el mes de Abril del año 1991, en una soleada mañana, como acostumbraban a ser todas en aquella época del año, me encontraba en la playa, muy cerca del arrecife de coral que allí había, tratando de pescar cangrejos, en esto que un conjunto de olas que, seguramente, habrían tenido su origen en una embarcación muy grande que habría pasado muy lejos de allí, sacudieron con fuerza aquel frente de playa en el que me encontraba, enviándome hacia el arrecife de coral, haciendo que sufriera muchos cortes en diversas partes de mi cuerpo, pero hubo uno especialmente doloroso que se me produjo en la planta del pie. No pude evitar ponerme a llorar como si fuera una niña pequeña y al poco, apareció mi padre que me preguntó qué me había pasado; cuando se lo expliqué y vio el corte tan profundo que tenía en la planta de uno de mis pies, se sentó a mi lado y me rodeó con uno de sus musculosos brazos, hablándome y besándome en la cabeza y por todo mi rostro, limpiando con sus labios mis lágrimas, con el propósito de  tranquilizarme .Una vez estuve más calmada,  me dijo que me tendría que llevar en brazos hacia el chamizo que habíamos construido,  justo en el límite entre la playa y la zona selvática y que nos hacía de hogar, porque no convenía que apoyara el pie en el suelo y así fue que me llevó sobre sus fuertes brazos hacía el chamizo, notando yo, durante el trayecto, que su pene estaba erecto y que, de vez en cuando, me rozaba con él  los glúteos. Cuando llegamos al chamizo,  me depositó, con todo el cuidado del mundo, en el suelo, y se giró con toda la velocidad de la que fue capaz, para que yo no viera que había experimentado una erección, pero yo, aunque brevemente, pude ver su enorme falo “en todo su esplendor”.

Dándome la espalda, me dijo que iba a buscar un poco de agua para limpiarme la herida, caminando en dirección a la orilla de la playa,  para introducirse en el agua, seguramente esperando a que la erección se le pasara y,  cuando esto sucedió, regresó, limpiándome la herida con el agua salada que había traído en el interior de un par de cocos;  me puso, a modo de venda, unos jirones de tela de lo que una vez fue la  camisa que tenía puesta cuando llegó a la isla  y, a continuación, trajo unos pescados, que él había capturado aquella misma mañana, y que los puso a asar, insertándolos en unos palitos que teníamos a tal fin, muy cerca del fuego que siempre teníamos encendido. Después de comer, se volvió a sentar a mi lado y volvió a rodearme con su musculado brazo. Tras permanecer así por espacio de una media hora durante la cual no paró de hablarme, contándome cosas que me ayudaran a distraerme y a intentar hacerme reír me propuso que durmiéramos un rato, tal y como teníamos por costumbre hacer después de comer así que, tal y como estábamos, nos dejamos de caer hacia detrás de tal forma que mi cabeza quedó apoyada sobre su brazo; él quedó boca arriba y yo de lado, con mi cuerpo pegado a su costado y mis grandes, y firmes, senos comprimidos contra su cuerpo; luego, puse mi pierna encima de él ,de modo que mi muslo derecho quedó sobre el suyo   y mi mano derecha la dejé descansar sobre  su pecho. En esta postura me dediqué  a mirar las llamas, con la esperanza de quedarme dormida, pero,  en un momento dado, caí en la cuenta de que el “montículo” que ocultaba las llamas si cerraba uno de mis ojos era el enorme pene de mi padre que, fláccido, reposaba sobre su zona púbica y su bajo vientre. En ese momento me vinieron a la memoria dos episodios que me habían hecho fantasear con el hecho de tener sexo con mi padre desde hacía varios años: el primero había tenido lugar cuando yo tendría unos doce, o trece, años cuando, una noche que me había desvelado y que no podía conciliar el sueño, me levanté para ir a la cocina a calentarme un poco de leche, pues había oído decir  que beber leche caliente ayudaba a coger el sueño a los insomnes, pero cuando entré en la cocina y me disponía a encender la luz de la misma, escuché unos ruidos que provenían del dormitorio del personal de servicio, que estaba junto al cuarto de lavado. Sin encender la luz y con el mayor sigilo del que fui capaz, me dirigí hacia allí y pude ver que la puerta del dormitorio  no estaba cerrada del todo y que por la rendija, salía luz; me acerqué más aún, para ver a través de ella, y pude ver a mi padre copulando con Evonne, una joven, y voluptuosa sirvienta aborigen que teníamos, de rostro no muy agraciado pero  de enormes y firmes senos. La muchacha a cuatro patas sobre su cama, mordía una almohada para no gritar de placer mientras mi padre la tenía sujeta por las caderas y la embestía por atrás. Permanecí contemplando el acto sexual por espacio de unos cinco minutos durante los cuales continuaron haciendo lo mismo, con la salvedad de que, a veces, ella se incorporaba y giraba su cabeza buscando que mi padre la besara en la boca mientras él le magreaba los senos. Mi padre debía de tener poco más de cuarenta años y Evonne debía de tener unos veinte  y a pesar de la diferencia de edad, estaba claro que él la estaba satisfaciendo plenamente. El segundo episodio tuvo lugar unos tres años más tarde, una tarde en que mi madre se pensaba que estaba sola en casa, pues mi padre estaba trabajando, o quién sabe lo que debía de estar haciendo, y tanto mi hermano como yo debíamos de estar realizando nuestras actividades extraescolares en el colegio; pero a mí me empezó a doler la cabeza y decidí regresar  a mi casa, llegando cuando mi madre había salido a hacer un recado, siendo así que me fui a mi cuarto, para acostarme, esperando a que se me pasara el dolor de cabeza. Al rato, cuando empezaba a quedarme dormida, me desperté con el ruido de la puerta de entrada  cerrándose, lo que quería decir que alguien había llegado,  y cuando oí a mi madre hablar por teléfono, salí de mi cuarto con la idea de decirle lo que me pasaba, a ver si ella me podía ayudar, facilitándome algún medicamento o alguna infusión, pero cuando empecé a escuchar la naturaleza de la conversación decidí no ponerla al corriente de mi presencia y permanecí escuchando la conversación que mantenía con su hermana, Berta, con la que tenía una confianza que más parecía la de dos amigas íntimas que la de dos  hermanas. Mi madre le confiaba a mi tía que mi padre era un amante excepcional, tanto por el tamaño de su pene como por la maestría de que hacía gala al usarlo, y también por cómo usaba  sus manos y su boca; mi madre le explicaba a su hermana que mi padre la volvía loca y que siempre que tenían sexo la hacía experimentar no menos de tres orgasmos.

Así fue que, reviviendo esos recuerdos, mientras miraba, fijamente, aquel monumento a la virilidad que era el pene de mi padre, empecé a notar cómo la vagina más que humedecerse, se encharcaba; mis pezones empezaron a crecer y a endurecerse y un salvaje, e irrefrenable, deseo se apoderó de mí. Y así fue como me vi impelida, por aquella lujuria que me poseía, a dejar resbalar mi mano por todo el torso de mi padre hasta posarla sobre su pene. En vista de que él no protestó ni hizo ademán alguno por apartar mi mano, quise dejarle claro que aquel gesto mío no tenía nada de inocente, que no había sido un “accidente”, sino que había sido un acto plenamente consciente, y premeditado, y se lo agarré; es decir, cerré mis dedos sobre él, declarando que, a partir de aquel momento, aquel pene era mío y podría usarlo, cómo y cuándo quisiera. Como quiera que mi padre continuó inerte, sin hacer movimiento alguno, alcé mi cabeza para mirarlo, momento en el que él, que había tenido los ojos cerrados, los abrió para mirarme a su vez. Parecía que la lujuria me llevaba a dar, continuamente, un pasó más, así fue que me incorporé, para apoyar mis senos sobre su pecho y besarlo en la boca; a todas estas, yo había comenzado a mover, rítmicamente, mi mano sobre su pene, masturbándolo, mientras utilizaba mi lengua a modo de ariete, para hacerle separar los labios y poder introducirla  en su boca. Así, haciendo esto, mientras notaba como su enorme falo se hacía más y más grande y se ponía más y más duro, fue que mi excitación fue en aumento hasta el paroxismo y, a continuación, me incorporé del todo hasta ponerme de rodillas, a su lado, comenzando a recorrer todo su torso con mi boca y mi lengua, mientras continuaba masturbándole, hasta que mi boca alcanzó su pene para introducírmelo, comprobando que solo su glande cabía en ella, lo que me excitó aún más, si ello hubiera sido posible. Pero al momento, viendo aquel enorme badajo venoso, rematado por aquel glande que parecía querer explotar, no pude aguantar más las ganas y a horcajadas, me situé sobre mi padre y lo introduje dentro de mí, empezando a cabalgarlo, al principio de manera sosegada y rítmica e, instantes después, de manera salvaje, completamente fuera de control, llevando mis manos a mis pechos, para masajeármelos, para, después, llevarlas a mi cabeza para mesarme el cabello, para, de nuevo, volver a llevarlas, otra vez, a mis senos…

Bárbara Hershaw interrumpió la lectura, decidiendo continuar con ella en su casa, cómodamente sentada en su cama, teniendo al alcance de su mano, en el interior de una de las mesitas de noche, toda una colección de juguetes eróticos. Se sonrió pensando que  lo que había leído superaba todas sus expectativas y que si el resto del relato tenía el mismo nivel, el éxito estaría asegurado. Al día siguiente llamaría a Carol para manifestarle su conformidad con lo que había escrito hasta ese momento, emplazarla para firmar el contrato y animarla a que, con la mayor premura, siguiera escribiendo el relato. 


Volver a la Portada de Logo Paperblog