No es fácil pretender hacer ver que los profesionales de la comunicación, en cierto modo, somos (o son, o deberíamos ser) expertos en humanidad: capaces de conocer a fondo el corazón del hombre de hoy, participando y haciendo participar a los demás (a las personas, no sólo a los ciudadanos o a los consumidores) de los gozos y esperanzas, las angustias y tristezas de la vida misma, circunstancias de nuestra libertad nativa.
Sobre este asunto -en una perspectiva cristiana- Juan Pablo II habla de los rasgos necesarios para los evangelizadores del mundo moderno. De todos modos, son los rasgos propios de quienes se han dirigido a lo largo de la historia y se dirigen hoy -dicho sea en términos generales- de modo comunicativo público a los demás. No sólo con el afán evangelizador cristiano, sino también con los rasgos propios de cualquiera de las multiples profesiones comunicativas: desde el periodismo a la publicidad, la propaganda, las relaciones institucionales o las ficciones destinadas al entretenimiento.
Shakespeare, con sus ficciones teatrales, trágicas y cómicas, siempre ha sido considerado -de un modo u otro- como un gran experto en humanidad. Esto es lo que encuentro dicho por expertos shakesperianos en una de las mesas redondas del Meeting de Rímini de este año.
Shakespeare, por una vez, bien considerado como un magnífico profesional de la comunicación pública, al tratar al hombre como obra maestra, como conocedor a fondo el corazón del hombre de siempre, participando y haciéndonos participar a los demás (a las personas, no sólo a los ciudadanos o a los consumidores) de los gozos y esperanzas, las angustias y tristezas de la vida misma. Da cuenta este breve video de RomeReports: