Revista Cine

SHAME (2011) de Steve McQueen

Publicado el 21 febrero 2012 por Loquecoppolaquiera @coppolablogcine

SHAME (2011) de Steve McQueen
La esencia del hombre es el deseo” (Baruch de Spinoza)
No hay más que leer las buenas críticas y echar un vistazo al aluvión de premios que ha cosechado para saber que Shame es una de las películas del momento. Pero aquí, una vez más, nos disponemos a realizar un viaje a contracorriente de lo establecido, sin que nos tiemble el pulso a la hora de defender nuestro criterio, para sostener que Shame es un lastre, un producto fallido y sobrevalorado, con altas pretensiones artísticas que sin embargo devienen en la mediocridad.
Mediante el retrato de la enfermiza adicción sexual del ejecutivo Brandon (Michael Fassbender), Shame realiza una reflexión enmarcada en la sociedad consumista en la que habitamos, reflejada en el film en una ciudad como Nueva York, un piso de lujo o un buen trabajo; donde al mismo tiempo una aparente estabilidad profesional con todo lujo de detalles materialistas deja al descubierto una  pobreza moral evidenciada en un deseo sexual constante que no cesa. Los sentimientos y las relaciones de afecto entre personas no existen en Shame. Su protagonista posee un alma desequilibrada y sólo es capaz de desahogarse de su propia soledad utilizando el sexo como vía de escape, un sexo mecánico y como a desgana, a través de una espiral que le deja una y otra vez en el mismo punto de partida: él mismo.


SHAME (2011) de Steve McQueen

El cineasta británico Steve McQueen en su segunda película tras Hunger (2008), construye un relato en el que los espectadores asistimos al espectáculo de emociones que suceden en la pantalla desde la barrera, sin lograr implicarnos en la historia, como si únicamente le interesara realizar una radiografía de las conductas humanas. No crea unos personajes cercanos. Tan sólo la frialdad, la lejanía y el tedio es lo único que consigue extraer de nosotros, desconcertado público. Ya sea a sabiendas o no, a la película le falta conseguir empatía con sus personajes, en especial con Brandon, y por esa razón se acaba antojando larga, desmedida, repetitiva y machacona en algunos aspectos; transmitiendo la sensación de que Steve McQueen actúa a la deriva sin saber dónde quiere conducirnos, tan a la deriva como el propio Brandon en ese largo e interminable plano en el que podemos verlo haciendo footing.

Se ha insistido en la originalidad de Shame por activa y por pasiva, cuando en realidad se trata de una narración en la que temática y formalmente se hallan dos claros referentes. Por un lado tiene mucho que ver en su mensaje con el Casanova (1976) de Federico Fellini. Otra referencia, quizás más palpable e ineludible que la anterior, es la de Michael Haneke y La pianista (2001), con quien guarda consonancias no sólo en el propio relato sino también en los aspectos más técnicos y formales, como los planos largos y los silencios; así como en un estudio similar de personajes. Pero Steve McQueen lo logra emular ni a Fellini ni a Haneke. Mientras que el cineasta italiano únicamente necesita de una secuencia en su film de 1976 para otorgar coherencia a las episódicas conductas del protagonista en una explicación puramente psicoanalítica; en la que un encuentro entre Casanova y su madre desvela que la hedonista vida sexual del primero tiene su origen precisamente en el vacío existencial que arrastra consigo, debido a la falta de afecto que siempre necesitó y que la figura materna le negó; McQueen opta, por su parte, por no dar demasiadas explicaciones: “Si hablas demasiado acabas por no hacer nada”, declaró recientemente. Por lo que respecta a Haneke, también obtuvo con La pianista una película fría, aunque no exenta de coherencia interna. Shame opta por aludir de modo anecdótico hacia el final el motivo por el que Brandon y su hermana (una brillante Carey Mulligan, sin duda alguna lo mejor del film) son víctimas de relaciones desequilibradas. Pero a esas alturas ya no importa demasiado.

SHAME (2011) de Steve McQueen

Shame se queda en la superficie, pretende objetivizar unos hechos, unas vidas, un problema, una situación; pero dejando a un lado la calidez de un discurso que nos deje un poso de amargura en el alma. El descenso a los infiernos de Brandon tiene su punto álgido en esos momentos finales decadentes retratados a modo de videoclip que pretenden sobrecoger pero que sólo logran transmitirnos una ardua pesadez. Sus fotogramas no logran estremecer, pese a estar rodeados de un halo de excelsa calidad técnica. McQueen actúa como un dios que no ha querido otorgar un soplo vital a su criatura, tan sólo se ha limitado a construirla, a realizar un tratado del alma humana. Muchos intentan hacerla pasar por una obra artística de gran calibre, a lo que nosotros respondemos: Lo ha intentado pero no lo ha conseguido. Shame está llena de buenas intenciones, pero únicamente se ha encallado en ese terreno tan temido por todo creador con aspiraciones nobles: el terreno de lo pseudoartístico.

EDUARDO M. MUÑOZ BARRIONUEVO


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