Traer la voz
Klaudia Kemper, 2023 | Competición Internacional | ★★★★☆
La película que presenta la artista visual Klaudia Kemper (1966, Brasil) es un viaje en busca de una nueva forma de comunicación con su padre, con el que ha mantenido una relación a distancia casi toda su vida, porque cuando ella tenía nueve años él se separó de su madre, quien decidió llevarse a Klaudia y su hermano a vivir a Chile. Esta separación de más de 3.000 kilómetros desembocó en una comunicación epistolar que es explorada en buena parte en un documental que en realidad es un proyecto multidisciplinar que mezcla elementos como las grabaciones caseras de la familia, las antiguas fotografías y las creaciones audiovisuales para intentar encontrar la manera de establecer de nuevo una conexión con el padre. Según cuenta la directora, que utiliza principalmente como narración el texto escrito, emulando esa comunicación a través de cartas, su padre sufrió un accidente vascular cerebral el mismo día que ella dio a luz. A consecuencia de este derrame, el daño en determinadas partes del cerebro responsables del lenguaje provocó una afasia, lo que le impidió hablar y escribir. De forma que Traer la voz (Klaudia Kemper, 2023) intenta, como su propio título indica, recuperar esa conexión que, a pesar de la distancia, se mantuvo con el tiempo.
En los años que han vivido separados, las visitas parecen haber sido escasas, y de hecho el padre solo viajó a Chile en 1994, ocasión de la que hay suficiente material filmado, como si se tratara de un gran acontecimiento en la historia familiar. Las imágenes transmiten cercanía, pero también una sensación de desarraigo, una relación que es al mismo tiempo hogareña y lejana, como si se tratara de la visita de un simple conocido. Descendiente de un matrimonio alemán que llegó a Brasil invitado por el gobierno para traer el psicoanálisis, el padre también acabó ejerciendo esta profesión y, paradójicamente, realizó investigaciones sobre el lenguaje, al que denominaba en sus escritos como "un síntoma". Pero Klaudia Kemper dedica buena parte del tiempo a la casa que sus abuelos construyeron en Brasil, el hogar donde pasó parte de su infancia, a la que llamaban la "casa de los bichos", porque su abuelo no permitía que se matara a ningún insecto, y especialmente no quería que se destruyeran las telarañas, ya que era aficionado a fotografiar y observar a las arañas. El regreso a ese hogar en la Mata Atlántica, un selva entre Río de Janeiro y Sao Paulo, es un regreso a la niñez, un viaje que la conecta con su padre a través de su propia infancia. Hay una constante utilización del agua a lo largo de la película, como un elemento que refleja dos imágenes unidas pero al mismo tiempo de naturaleza distinta. Klaudia Kemper establece desde el principio un lenguaje visual que también se encuentra con su propia carrera artística, con trabajos como la animación experimental M (1990), filmada en 35 mm., que se pudo ver en el Centro Cultural Reina Sofía de Madrid y en el Moma de Nueva York, iniciando una carrera en la que precisamente ha venido explorando los límites del lenguaje audiovisual. Traer la voz es por tanto una continuación de su obra, que desarrolla desde su estudio en una antigua fábrica en el barrio de yungay de Santiago de Chile, el lugar donde comienza esta película. Pero también hay un tono de melancolía y de despedida en este documental: "La distancia duele más que antes", se dice en una ocasión, mientras se presenta la última grabación realizada a su padre, que trata de comunicarse elaborando frases con dificultad. Es un viaje hermoso sobre la relación entre padre e hija, asentada en la separación pero transformada por la enfermedad, y está impregnado de una melancolía que se subraya con el uso de las sonatas de Domenico Scarlatti como contrapunto musical.
Cuentos para no dormir
Lila Penagos, 2023 | Competición Ópera Prima | ★★★☆☆
Otra relación entre padre e hija se describe en este documental de producción ecuatoriana que tiene como protagonista principal a Carlos, un hombre de procedencia colombiana que acabó huyendo de su país debido a su participación en un secuestro. Pero el acercamiento de Lila Penagos a su padre parte de los recuerdos que tiene ella de los cuentos que le solía narrar cuando era pequeña. Carlos tiene una especial capacidad como narrador, transformando las historias a partir de experiencias reales en ficciones protagonizadas por animales o personajes inventados, pero la película irá descubriendo que la realidad que se esconde detrás de las fantasías es mucho más dura y difícil de asumir, y en cierta manera se han convertido en una manera de escapar de sus propios recuerdos para Carlos. Cuentos para no dormir (Lila Penagos, 2023) es el primer largometraje de la directora nacida en Ecuador, y se plantea también como un viaje emocional pero al mismo tiempo físico. El regreso de su padre a los barrios donde vivió en Bogotá se convierte en un proceso de reencuentro con el pasado que no siempre es agradable. Ella lo llama un experimento cinematográfico que supone también una exposición emocional de su padre, e introduce fragmentos de los cuentos que recuerda haber escuchado, interpretados por títeres de sombras y escenarios teatrales. En realidad, la película también está planteada como un cuento, porque los hechos del pasado los conocemos a través de la narración de Carlos en sus conversaciones/entrevistas con su hija. Y así descubrimos que formó parte de la guerrilla en los años ochenta, y de alguna manera se despegó de una familia en la que su padre trabajaba como mecánico en el ejército. Carlos está convencido de que su padre también tuvo relación con los paramilitares, pero es algo que solo conocemos desde su punto de vista. "Yo no quería saber nada de mi familia, porque para mi eran demasiado víctimas. Y me di cuenta que también se se podía luchar", comenta al hablar de la separación, especialmente de la despedida de su madre. Viviendo en el céntrico barrio de La Candelaria, muy cerca de la sede del gobierno de Belisario Betancur, Carlos se involucró en la guerrilla del M-19, y algunos de sus amigos más cercanos murieron en la llamada Masacre de la Leche, cuando en 1985 un grupo de guerrilleros asaltó un camión de leche para repartirla entre los vecinos de barrios marginales, siendo perseguidos posteriormente por una operación policial que reunió a más de 500 efectivos, una persecución que terminó con la muerte de once de los quince jóvenes que participaron en la acción de la guerrilla, la mayor parte de ellos con disparos efectuados a quemarropa. Aunque la mayoría de los oficiales responsables de los asesinatos fueron ascendidos, en 1997 la Corte Interamericana de Derechos Humanos declaró que el gobierno colombiano había violado los Derechos Humanos y consideró los hechos como crímenes de lesa humanidad. Pero Cuentos para no dormir es sobre todo un viaje personal en el que los recuerdos se mantienen vivos a través de la documentación existente, pero de alguna manera no han formado parte de la relación de Carlos con sus hijas. Hay una construcción sutil del retrato del padre por parte de la directora que no evita los aspectos más complejos. Carlos se revela como un padre cariñoso pero que tiene cierta tendencia a cerrar puertas para abrir otras nuevas, protagonizando varias separaciones de sus parejas, y de sus propias hijas. Cuando pasea por las calles de un pequeño pueblo del que acabó huyendo, dejando atrás a su hija Juliana en Colombia, encuentra un grafiti en una pared con el eslogan: "No llores porque ya terminó... sonríe porque sucedió". Esta frase le define bien como una persona que ha vivido provocando cambios radicales, cerrando etapas constantemente y tratando de mantener en un segundo plano las heridas emocionales del pasado. No hay sin embargo reproches por parte de sus hijas, que mantienen una buena relación con él, pero de alguna manera la personalidad del padre ha impedido una mayor cercanía con ellas. La película se revela así como un ejercicio de reconexión personal que al mismo tiempo reflexiona sobre el sentido de identidad latinoamericana en un entorno familiar de silencios y cambios constantes.
Todas las flores
Carmen Oquendo-Villar, 2023 | Debates | ★★★☆☆
Un Informe sobre discriminación y violación de los derechos publicado en noviembre del año pasado por el Defensor del Pueblo de Colombia señalaba que entre 2021 y 2022 se habían producido en el país 226 casos de violencia discriminatoria contra las personas transexuales, de las cuales 55 fueron asesinatos. Este dato que refleja la situación de peligrosidad en la que vive el colectivo en Colombia se podría trasladar a otros países como México o Puerto Rico donde la violencia por razones de orientación sexual ha aumentado en los últimos años. De las 55 personas transexuales asesinadas, 14 sufrieron la agresión en la vía pública y 12 de ellas se dedicaban a la prostitución. La directora puertorriqueña de origen español Carmen Oquendo-Villar ha retratado a la comunidad trans latina en algunos de sus cortometrajes como La aguja (2012) o Carmelo (2013), pero desde que fue invitada en 2006 a participar como cineasta internacional en unas Jornadas sobre transgenerismo ha estado en contacto con el barrio Santafé, una iniciativa puesta en marcha por la municipalidad de Bogotá que establecía éste como una "zona de tolerancia" en la que está permitida la prostitución, en un intento por eliminar el estigma habitualmente asociado a esta actividad. Una parte del barrio, la que se encuentra junto a uno de los prostíbulos más antiguos de Bogotá, el bar Tabaco y Ron, donde se alquilan habitaciones para vivir y para llevar a los clientes, está habitada por prostitutas transexuales. De la relación de Carmen Oquendo-Villar han nacido dos proyectos cinematográficos: Diana de Santa Fe (2021), en el que tiene especial protagonismo la asistente social Diana Navarro Sanjuán, una conocida activista que ha venido trabajando por los derechos de las personas transexuales, vinculada a la política pública para la comunidad LGTBI de Bogotá. Todas las flores (Carmen Oquendo-Villar, 2023) también incluye algunas intervenciones de Diana Navarro, a quien está dedicado el documental, ya que falleció en agosto del año pasado debido a una enfermedad. A través de su conocimiento del barrio y su relación personal con algunas de las personas involucradas en él, la directora elabora un retrato de la transexualidad que se expresa desde la seguridad que proporciona esta zona delimitada en la que, como dice una las entrevistadas: "puedo ser yo misma durante el día y durante la noche". No hay cuestionamientos sobre la prostitución ni sobre la coherencia política de normalizar esta actividad, que parece haber sido asumida como una realidad inevitable a través del establecimiento de una zona que defiende a las prostitutas pero también a sus clientes. Pero queda claro que algunos de los vecinos no están de acuerdo, como una vecina que increpa al ex-alcalde Antabas Mockus, principal impulsor de esta iniciativa, durante una visita que efectúa al barrio. Pero en una ciudad donde la violencia contra las personas trans ha aumentado exponencialmente, esta zona de seguridad parece un mal necesario. Cuando la cámara acompaña a Diana Navarro fuera del barrio, muestra la realidad de la transexualidad para quienes no han encontrado cobijo en Santafé, con jóvenes que también se dedican a la prostitución durmiendo en un parque y denunciando el maltrato que reciben de la policía. Y a lo largo de la película se apuntan casi improvisadamente reflejos de una aceptación solo parcial de la realidad trans, como cuando la propia Diana Navarro describe el momento en el que le dijo a su padre que era homosexual: "Mi padre me dijo que fuera lo que quisiera, pero que no lo demostrara". O cuando una madre apoya a su hija transexual durante la celebración del Orgullo, respondiendo: "Me ha nacido así". La comunidad trans latinoamericana tiene muchas cosas que reivindicar durante la celebración del Orgullo, pero sobre todo la denuncia de una tendencia de violencia que incluso parece asumida por algunas de las trabajadoras sexuales. Una de las llamadas "madres", como se denomina a las prostitutas ya veteranas que llevan años ejerciendo esta actividad y que se pueden considerar supervivientes, describe una agresión grave que la llevó al hospital sufrida en Santafé cuando no era una zona de tolerancia. Todas las flores es una película que transmite el sentido de comunidad, pero también una realidad dura para la que solo puede haber soluciones parciales.A la sombra de la luz
Ignacia Merino Bustos, Isabel Reyes Bustos, 2023 | Competición Ópera prima | ★★★★☆
Para este debut en el largometraje documental, las directoras chilenas Ignacia Merino Bustos e Isabel Reyes Bustos utilizan una situación paradójica como reflejo de las desigualdades sociales en Chile. En la localidad de Charrúa, situada en la zona central del país, la subestación eléctrica Charrúa de Transelec es uno de los principales nodos de la red energética chilena, porque conecta las dos principales centrales hidroeléctricas. Charrúa es un pequeño pueblo que nació con la expansión de la red ferroviaria a principios del siglo XX, pero en la actualidad suma poco más de 900 habitantes. A pesar de estar rodeada de transformadores y cientos de torres de alta tensión, proporcionando luz a buena parte del país, como se demostró en 2010 cuando un terremoto provocó la caída de una de las torres y dejó a oscuras a las principales ciudades de Chile, sus habitantes no parecen disfrutar de la misma oportunidad para disponer de energía eléctrica. A través de la descripción de la vida diaria en Charrúa, las directoras reflejan la realidad de una localidad que sufre constantes cortes eléctricos y prácticamente se queda a oscuras durante la noche, solo iluminada por las luces que provienen de la subestación eléctrica. Durante las reuniones que mantienen los vecinos con la administración de Transelec, hay un tono de condescendencia constante, especialmente cuando se hace referencia al coste económico que supone para la empresa y la comunidad garantizar el alumbrado público de la localidad. A la sombra de la luz (Ignacia Merino Bustos, Isabel Reyes Bustos, 2023) muestra los trabajos de mantenimiento de las torres de alta tensión y se transforma en una propuesta más experimental cuando se acerca a los transformadores durante la noche, mostrándolos como si fueran una amenaza constante, con sus carteles que advierten del "Peligro de muerte". En su planteamiento de observación sin narración, la película se acerca a algunos de los vecinos y la influencia que sobre su vida diaria tienen los constantes cortes de luz. La emisora de radio local anuncia algunas de las informaciones relacionadas con los avances en las conversaciones con la empresa eléctrica y la comunidad de Cabrera para que el pueblo disponga de luz durante todo el año, mientras también se enfrenta a cortes de emisión debido a la falta de energía. Emilio, un niño que juega a perseguir a los conejos que pueblan la zona cercana a la subestación eléctrica, imagina aventuras en medio de una naturaleza salvaje. El diseño de sonido mezcla la sonoridad de los transformadores con una tonalidad de película de ciencia-ficción, a partir de las imágenes infrarrojas que reflejan los ojos brillantes de los conejos en medio de la oscuridad de la noche, cuando la maquinaria se enciende y el ambiente se vuelve artificial. A la sombra de la luz se consolida como una creativa película de no ficción que se envuelve con habilidad en los contrastes: la luz y la oscuridad, la ciudad y la montaña, las máquinas y las personas...
El castillo
Martín Benchimol, 2022 | People & Community | ★★★★☆
La frontera entre el documental y la ficción es muy difusa en el primer largometraje de Martín Benchimol (1975, Argentina) tras una carrera de cortometrajes premiados en festivales. Porque el guión parte de la vida real de las dos protagonistas y toma situaciones que se han producido en la realidad de ellas, pero las transforma en una historia completamente de ficción. La premisa se basa en conversaciones que tuvo el director con Justina, la protagonista, que durante años sirvió en una casa en forma de castillo de cuento de hadas para una propietaria con altos recursos económicos, y que en su testamento dejó como herencia este "castillo" a la persona que había estado junto a ella en los últimos años. Ahora Justina Olivo vive con su hija Alexia sola en una casa en la que parece haberse detenido el tiempo, con las fotografías antiguas de una familia que no es la suya. La única condición que puso la antigua propietaria para que Justina heredara su mansión es que no podía venderla, lo cual finalmente se convierte en un dulce veneno, porque el castillo acaba transformándose en una especie de prisión a la que están encadenadas sus dos únicas habitantes. Algo que es especialmente problemático para Alexia, ya una adolescente que quiere irse a vivir a Buenos Aires para trabajar como mecánica de coches y hacer realidad su sueño de convertirse en piloto de Fórmula 4. Pero Justina no tiene los recursos económicos para pagarle el viaje y los estudios a su hija, y tampoco puede deshacerse de la casa. Como hemos visto recientemente en Légua (Filipa Reis, João Miller Guerra, 2023), en la que la sirvienta se convertía en parte de una casa que nunca visitaban sus propietarios, como adosada al tiempo y el espacio detenido, El castillo (Martín Benchimol, 2022) también traza una disección sobre las diferencias de clase, en este caso a través de las visitas improvisadas y a veces intempestivas de la familia de la antigua propietaria, que se reúne en la casa como si todavía fuera suya, invadiendo el espacio de Justina y Alexia. La película se estrenó en la sección Panorama del Festival de Berlín y ganó el premio al Mejor Director en el Festival de Hong-Kong y el de Mejor Fotografía en el Festival de Guadalajara. Para mostrar la dinámica de estas mujeres atrapadas en su entorno, Martín Benchimol utiliza principalmente planos estáticos y abiertos, que en cierto modo reflejan ese tiempo detenido, pero también comparten el protagonismo de la casa como el elemento esencial de la historia, ese regalo envenenado que se convierte en una cárcel imposible de abandonar. La presencia de los recuerdos familiares pesan como un opresivo ambiente de decadencia que es reforzado por la fotografía de Nico Medina y Fernando Lorenzale, y que en cierto modo recuerda a aquella historia de Grey Gardens (Ellen Hovde, Albert Maysles, David Maysles, Muffie Meyer, 1975). Con su mirada sobria, el director se detiene en la confrontación entre Justina y Alexia cuando están solas, a través de la resignación de la madre y los sueños imposibles de la hija. Cuando uno de los familiares autoinvitados le pregunta a Justina qué va a hacer cuando su hija se vaya, ella responde, demasiado segura: "Alexia no se va a ir". Como un contraste marcado con intención clara de dar a la historia un tono tragicómico, la música de José Manuel Gatica se mueve en paralelo aportando un tono de cuento y de magia que evoca a los melodramas de los años cincuenta, resonando como otro reflejo del pasado que nunca desaparece. El castillo se revela así como un cuento de hadas en el que las protagonistas están atrapadas por el hechizo de una herencia.