Sheffield Doc Fest llega hoy a su conclusión con las últimas proyecciones presenciales tras la ceremonia de clausura, aunque tenemos aún algunas crónicas sobre las películas que han formado parte de su programación. Ayer se dieron a conocer los premios de esta edición que han recaído en los siguientes documentales:
En la Competición Internacional el Premio a la Mejor Película fue para la producción brasileña
Nūhū yãgmū yõg hām: Essa terra é nossa! (Isael Maxakali, Sueli Maxakali, Carolina Canguçu, Roberto Romero, 2021), que también ha conseguido una Mención Especial del Tim Hetherington Award. Por su parte, el Premio Especial del Jurado ha sido para la coproducción entre Portugal y Santo Tomé y Príncipe Constelações do Equador (Silas Tiny, 2020), y se han entregado Menciones Especiales a la película japonesa Double Layered Town / Making a song to replace our positions (Haruka Komori, Natsumi Seo, 2021) y a la producción rusa Summer (Vadim Kostrov, 2021).La Competición de películas británicas ha otorgado el Premio a la Mejor Película a Ali and his miracle sheep (Maythem Ridha, 2021), El Premio Especial del Jurado a Portrait of Kaye (Ben Reed, 2021), y una Mención Especial a The battle of Denham food (Rob Curry, Tim Plester, 2o21). Por su parte, las producciones latinas a las que dedicaremos una crónica han recibido el Tim Hetherington Award para la guatemalteca El silencio del topo (Anais Taracena, 2021) y el Premio de la Juventud para la colombiana Si Dios fuera mujer (Rosine Mbakam, 2021). El cortometraje franco-español Barataria (Julie Nguyen Van Qui, 2020), ha conseguido el Premio al Mejor Cortometraje y en este mismo apartado la producción argentina Homenaje a la obra de Philip Henry Gosse (2020) ha logrado una Mención Especial. El Premio a la Mejor Ópera Prima ha sido para la coproducción franco-guineana Barrage d’arrêt fixe et fermé au niveau du carrefour Hamdalaye (Thomas Bauer, 2020), con una Mención Especial a Charm Circle (Nira Burstein, 2021), que también ha logrado el Premio del Público. COMPETICIÓN INTERNACIONALUno de los mejores documentales que hemos visto en esta sección es Constelações do Equador (Silas Tiny, 2020), que realiza una retrospectiva precisa de la crisis política desatada en 1967, cuando el Coronel Chukwemeka Odumegwu Ojukwu declaró la independencia del estado de Biafra de Nigeria, lo que provocó una respuesta contundente por parte del gobierno nigeriano, encabezado por Yakubu Gowon. El conflicto duró tres años y acabó con la vida de al menos 1 millón de personas, muchos de ellos a causa del hambre provocado por el bloqueo económico al que fue sometido el declarado nuevo país, y más tarde por la ocupación de las tropas y el exterminio en represalia por la rebeldía. La película está coproducida por Portugal y Santo Tomé y Príncipe, una pequeña nación insular (por entonces colonia portuguesa) que se convirtió en el origen del puente humanitario creado por la Joint Churches Ad (Ayuda Conjunta de las Iglesias), una organización religiosa que fletó dos aviones que, en peligrosos vuelos nocturnos, llevaban suministros y productos básicos a la región de Biafra, y participaron también en la evacuación de niños.En Constelações do Equador el director Silas Tiny, nacido en Santo Tomé cinco años después de que terminara la guerra de Biafra, realiza una bellísima y profunda incursión en la memoria a través de los recuerdos que han quedado de aquellos años. De hecho, los restos de los aviones que fueron utilizados para ese puente humanitario permanecen en el aeropuerto de Santo Tomás y Príncipe, como reductos sin el reconocimiento merecido de esta acción civil en ayuda a las víctimas del bloqueo. La mirada de Silas Tiny también se detiene en las fichas de los niños que fueron acogidos en su país, en las que se describen los traumas psicológicos que sufrieron muchos de ellos, captados originariamente para formar parte de las tropas militares de Biafra. Más que las propias entrevistas, la fuerza del documental radica en esas imágenes, en esa atmósfera opresiva que las acompaña, en las grabaciones de un reportaje de radio que entrevistó a los niños. Ellos son los protagonistas de la primera parte del documental, la más interesante, la más conmovedora sin necesidad de utilizar recursos dramáticos, mientras que posteriormente se realiza un relato de los hechos políticos y de la ayuda humanitaria, que cuentan dos pilotos que participaron en ella, y que también se apoya en fotografías de archivo de las acciones de rescate y de la evacuación de los niños. Los restos de los aviones, como esqueletos de la memoria, se muestran en su estado de abandono. El director tiene una singular capacidad para crear una narrativa clara que resulta emocionante, pero que al mismo tiempo es claramente informativa en torno a los hechos. Quizás por eso resulta decepcionante la utilización de una entrevista a un ex-soldado de la república de Biafra que narra su experiencia y su condición de testigo de la muerte de su hermano y la mutilación de su madre. Es una terrorífica descripción de la guerra, pero hasta ese momento Silas Tiny había conseguido provocar nuestra reflexión sin recurrir al drama explícito. No obstante, Constelações do Equador queda como uno de los documentales más escalofriantes que hemos visto este año. El presidente de Nigeria, Yakubu Gowon, declaró al final de la guerra que no había "ni vencedores ni vencidos". Pero quedó la huella del millón de personas asesinadas o muertas bajo sus órdenes. Otra crisis, en este caso más relacionada con la propia identidad, es la que protagonizan el director Vladimir Léon y su hermano Pierre Léon, que también es actor y director de cine, en Mes chers espions (Vladimir Léon, 2020), ganador de la Competición Estados Alterados del Festival de Mar del Plata. Ambos nacieron en Rusia, después de que sus abuelos fueran expulsados de Francia por sus posibles conexiones con los servicios secretos rusos. Aunque la historia nunca ha estado del todo clara, y desde hace años ambos hermanos vienen realizando investigaciones sobre lo que ocurrió realmente en las décadas de los años treinta y cuarenta, cuando su madre se vio obligada siendo pequeña a trasladarse desde la fastuosa ciudad francesa de París a la pequeña ciudad rusa de Kirs. "Todas las casas son de madera. Hay una iglesia, una biblioteca, una sala de cine. La ciudad está muy atrasada. La gente cree en los espíritus, la brujería y el mal de ojo. La vida es tranquila y aburrida", escribió en su diario Svetlana, la madre de los hermanos Léon.
Ambos dirigieron hace años un documental sobre su padre y su madre, titulado Nissim dit Max (Vladimir Léon, Pierre Léon, 2004), en el que investigaban sobre el pasado comunista de ambos, especialmente de su padre, que fue corresponsal de la revista L'humanité en Moscú, pero con la particularidad de que sus padres estaban vivos y pudieron ser entrevistados. Sin embargo, nunca dieron muchos detalles sobre aspectos concretos de la vida de los abuelos maternos, o sobre el hecho de si realmente colaboraban con los servicios secretos rusos. De alguna forma, la muerte de su madre, hace pocos años, sirvió de catalizador para una nueva búsqueda, utilizando como punto de partida una vieja maleta que contenía documentos y fotografías de su infancia, y partiendo también de una entrevista a su madre en 2009. Pero Mes chers espions se convierte en un viaje no solo al pasado sino también físico a Rusia, un regreso a la madre patria, en el que tratan de definir con mayor rigor las huellas de su identidad. El documental está repleto de conversaciones entre los dos hermanos, Vladimir y Pierre, al calor de una botella de vodka, en el que reflexionan sobre los hallazgos que han encontrado y sobre las pistas que les puedan llevar a una conclusión sobre el pasado de sus abuelos. Pero la química entre ambos, la fluidez de una conversación que también muestra el conocimiento que ambos tienen de la historia familiar y política, resulta interesante. Incluso durante algunas entrevistas a quienes conocieron a su madre Svetlana cuando era pequeña, de la que tampoco se sacan grandes descubrimientos, hay una mirada que parece más interesada en el retrato de la Rusia contemporánea que el de la Rusia post Stalinista. Cuando por ejemplo en una reunión con viejas amigas de la infancia de su madre, la cámara se enfoca en el comportamiento de una de ellas, silenciosa, más interesada en la comida que en la propia conversación. Esos pequeños detalles captan la atención del espectador, dotan de cierto misterio a una escena convencional, elevan el punto de vista hacia un retrato más contemporáneo. Este interés del documental por conectar el pasado con el presente es uno de sus elementos más interesantes y se revela definitivamente en una conversación con jóvenes artistas y activistas rusos que hablan de qué forma se sienten reprimidos todavía en una Rusia que es, aparentemente, democrática. Mientras unos defienden que existe una especie de auto-censura en los artistas que no tiene que ver con un Estado represivo, otros sienten un control férreo que es invisible pero está muy presente: "Yo siento miedo cuando publico mis escritos", dice uno de ellos. "Escribiría de forma diferente si me sintiera libre. Todos los museos nacionales sufren la censura. Es imposible hablar del conflicto con Ucrania, no podemos hablar de temas relacionados con la comunidad LGTB. Hay muchas cosas que no se pueden discutir". Mes chers espions, por tanto, funciona como un excelente descubrimiento de los problemas de libertad de expresión que afronta la sociedad rusa contemporánea a partir de la investigación en torno a la falta de libertad de expresión que sufrió la Rusia del pasado. En el año 2005, una fallida privatización de la fábrica metalúrgica ITAS, en Croacia, acabó con la ocupación de la factoría por parte de sus trabajadores, que adoptaron un sistema de propiedad colectiva. Al contrario de lo que ocurrió en otras fábricas que también sufrieron las consecuencias de la era post-socialista, los trabajadores de ITAS no fueron desalojados, pero los diferentes gobiernos de Croacia los han mantenido fuera de su sistema de ayudas. En 2015, cuando se cumplía el décimo aniversario de la ocupación de la fábrica, el director Srđan Kovačević comenzó a rodar el documental Factory to the workers (Srđan Kovačević, 2020) para celebrar el éxito de la iniciativa, pero se encontró con una realidad completamente diferente que le llevó a permanecer durante dos años introduciendo su cámara en los numerosos problemas que ha ido afrontando la fábrica.
La historia de ITAS fue llevada también al cine hace unos años en el documental The factory is ours! (Vedrana Pribačić, 2017), que también tenía como protagonista a Varga, uno de los personajes más carismáticos del grupo de trabajadores. Pero en Factory of the workers la visión es más realista, y posiblemente también por eso más pesimista, porque al final los trabajadores mantienen a flote con dificultad el sistema de producción, que sufre problemas de fechas de entrega de materiales, negociaciones de contratos que no son tan beneficiosos como deberían ser, pagos de deudas a los bancos y, sobre todo, continuos retrasos en el pago de los salarios, que además no sobrepasan en muchos casos los 400€. El director consiguió ganarse la suficiente confianza de los trabajadores para poder incluir su cámara en asambleas de crisis, en discusiones y en rebeliones contra el director de la fábrica, al que acusaban de incompetencia. Hay un momento en el que la línea entre documental y ficción se difumina, no porque se note que las escenas estén construidas, sino porque los trabajadores retratados lo están de una forma tan íntima en sus relaciones personales que podría ser el guión de una película de ficción. Esta situación de constante crisis provoca también relaciones cada vez más tensas entre los obreros, porque al final la fábrica se convierte en una especie de microcosmos de la sociedad, en el que la desconfianza proviene precisamente de las diferencias sociales, de la separación ineludible entre los que llevan corbata y los que tienen las manos manchadas de grasa, que a veces tampoco parecen conscientes de la dificultad que suponen las negociaciones y el cumplimiento de los plazos negociados. Pero es una separación que ni siquiera se resuelve cuando Varga, representante sindical, se hace cargo de la dirección de la empresa, porque los problemas tienen que ver más con el absoluto desprecio de la instituciones, con el absoluto abandono de las administraciones públicas. Aunque no aparece en el documental, el director comentaba en el Q&A que hace unos meses el gobierno croata había respondido a una petición de subsidio solicitando los estudios como administrador de empresa que tenía Varga, lanzando la cultura del diploma para evitar la asunción de responsabilidades. Factory of the workers se convierte así en una espléndida crónica de las diferencias sociales, pero también del enfrentamiento de ideas entre los trabajadores más veteranos, con un sentido de solidaridad, y los más jóvenes e individualistas. "No es posible que nosotros contratemos a trabajadores jóvenes, les enseñemos, y después se acaben yendo porque otra fábrica les hace una oferta salarial mejor", se queja Varga. GHOSTS & APPARITIONS
Como señalamos al principio de esta crónica, Barataria (Julie Nguyen Van Qui, 2020) ha logrado el premio al Mejor Cortometraje, y está incluido en esta sección dedicada a documentales que tienen una temática en torno a lo que el festival denomina como un espacio intersticial, de alguna manera virtual, y de la capacidad del cine para explorar nociones y experiencias que provienen de la realidad. Curiosamente, además, en esta misma sección se incluía esa espléndida película All light, everywhere (2021) dirigida por Theo Anthony, que era uno de los miembros del jurado. La directora de origen vietnamita, afincada en Francia, pone su mirada en la urbanización El Quiñón (Seseña), uno de los espacios damnificados por el estallido de la burbuja inmobiliaria y que dejó sin terminar (y sin muchos de los servicios esenciales), Francisco Hernando, más conocido como Paco El Pocero. Ciertamente, si hablamos de esos espacios intersticiales, que se encuentran en mitad de lo que son y lo que no son, casi diríamos que entre la realidad y la irrealidad, El Quiñón es un ejemplo perfecto.
Pero la directora, que vivió en España varios años, cuando conoció la historia de esta urbanización, está más interesada en mostrar la vida cotidiana, de alguna forma monótona, de algunos de sus habitantes, en medio de la nada, que sin embargo se ha convertido en una especie de oasis en el desierto. Y esa posible irrealidad, como ese lugar imaginario de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605) de donde toma su título, también está provocada por el hecho de que algunos de estos habitantes manifiestan su satisfacción por vivir allí. Aproximadamente están censados unas 6.500 persona en El Quiñón, pero la población real es de 11.000, porque muchos de ellos prefieren seguir censados en Madrid. Son pisos de lujo que, debido a la crisis y su situación de ausencia de servicios básicos como un centro de salud, un colegio o las propias comunicaciones, a través de una carretera más o menos asfaltada, se han abaratado notablemente. Se pueden pagar unos 400€ por un piso de 100 metros cuadrados y varias habitaciones.
Pero a la directora le interesa más la vida cotidiana, dejando que el contexto de la situación de esa urbanización se nos muestre de forma secundaria a través de boletines de noticias. El rodaje coincidió con la campaña electoral de las Elecciones Generales de 2019, a punto de convertir a Vox en la tercera fuerza política en España, y esto provoca discusiones y debates entre algunos de los habitantes de la urbanización. De alguna manera hay una incertidumbre en el ambiente que funciona como metáfora de esa situación de extrañeza que se vive en El Quiñón. Los jóvenes practican el rap, o forman grupos de teatro, mientras los mayores se entretienen con las actividades que les aportan los nietos, o tomando una cerveza en el único bar de la urbanización. El tiempo pasa en mitad de una ciudad que solo lo es en el número de habitantes. No obstante, falta algo más de profundidad, porque da la impresión de que en los más de 45 minutos que dura este mediometraje, no se avanza demasiado en el mensaje, en lo que se pretende contar, o quizás es por la influencia de ese espacio entre el todo y la nada en el que se ha convertido uno de los ejemplos más flagrantes de la burbuja de ficción en la que vivió España durante muchos años.