Una mirada íntima es la que ofrece la película Faith i Branko (Catherine Harte, 2020), estreno mundial en Sheffield que, más allá de la propia condición musical de sus protagonistas, cuenta una historia de amor que la directora ha rodado durante siete años. Esa es una de las virtudes de esta película, la capacidad de haber captado una mirada profundamente íntima de los dos protagonistas, mucho más que lo que resulta habitual en este tipo de producciones. La historia prácticamente comienza desde el momento en el que se conocen. En 2011 Faith, acordeonista inglesa, decide viajar a los Balcanes a empaparse de los ritmos de las comunidades gitanas, y allí conoce a Branko, violinista romaní que enseguida la seduce con su música pero también con ese aire entre ingenuo y divertido, y con el espíritu de comunidad de su familia. Son dos mundos completamente diferentes, pero que conectan desde el principio.
A partir de ahí, la directora nos ofrece una historia que podría ser de ficción, una crónica del amor y el desamor desde su colaboración musical que pronto se convierte en relación personal y matrimonio. Es un trabajo minucioso de reconstrucción de cientos de horas de grabación a lo largo de siete años. Faith i Branko formaron un dúo musical que publicó su primer álbum jace cuatro años, Gypsy lover (2016, Riverboat Records). El traslado de Branko desde su pequeño pueblo en los Balcanes hasta Inglaterra es, al principio, emocionante, pero poco a poco se acaba convirtiendo en decepcionante. Y estos momentos de familiaridad, en los que también hay espacio para la infidelidad, se convierten en los mejores logros de este documental, quizás la visión más intimista que hemos visto en cine de una pareja musical. Es cierto que la directora se retrae algo a la hora de mostrar el machismo de la comunidad romaní, dulcificando también los problemas mentales que tienen algunos miembros de la familia de Branko, lo que resta eficacia al conjunto. Pero es un trabajo notable que va más allá del simple retrato musical. Por terrenos más convencionales se mueve Elder's corner (Siji Awoyinka, 2020), un proyecto en el que el director, nigeriano nacido en Londres, reúne a parte de los supervivientes de una época gloriosa de la música africana, a pesar de la intensa historia que ha vivido su país de origen en las últimas décadas: desde la colonización de los 60 hasta la guerra civil en los 70. Nigeria es un país inestable en el que nunca ha sido fácil expresarse a través de la música, ni siquiera ahora: hace unos días un tribunal musulmán en el Norte de Nigeria condenaba a un cantante a la horca por el contenido "blasfemo" de una de sus canciones. Por tanto, esta repaso a algunos de los representantes de la música nigeriana de hace varias décadas, que fue el germen del popular afrobeat, es plenamente actual. Y necesario, porque ellos son supervivientes ya ancianos que van desapareciendo lentamente: el trompetista EC Arinze falleció a los 82 años en 2015, el baterista Tony Allen murió a los 70 años el pasado mes de abril. Interesante desde el punto de vista musical, el documental sin embargo utiliza un camino convencional de entrevistas mezcladas con música e imágenes de archivo. Es un trabajo de arqueología musical más destacado en su contenido que en su forma. También desde su veteranía nos habla la pianista argentina Margarita Fernández en el espléndido documental Medium (Edgardo Cozarinsky, 2020), que se presentó en el pasado Festival de Berlín y ahora forma parte de la programación de Sheffield Doc/Fest. A sus 93 años, Margarita Fernández es una figura especialmente conocida en los círculos culturales argentinos, aunque para nosotros la principal referencia es su participación, interpretándose a sí misma, en la película La vendedora de fósforos (Alejo Moguillansky, 2017). Pero este documental es, sobre todo, una celebración de la música, de la sutil delicadeza de unas manos ya ajadas sobre las teclas de un piano. Por eso el director lo primero que muestra para captar la atención del espectador es una imagen de Margarita Fernández tocando una pieza de su admirado Johannes Brahms. Y lo consigue. Así pasan los primeros diez minutos de la película, y ya nos tiene atrapados. El siguiente plano, tras el título, es una imagen de la pianista casi centenaria sentada bajo un árbol que suponemos debe ser más que centenario.
A partir de ahí, el documental nos ofrece un retrato íntimo, delicado, en cierto modo algo triste, sobre la tercera edad enfrentada a sus recuerdos. Y poco a poco vamos viendo algunos de los logros artísticos de la pianista, sus trabajos experimentales o su participación en la obra conceptual La pieza de Franz (Alberto Fischerman, 1973). Se habla mucho de arte, de Brahms, de Debussy, de su admiración por Verdi a partir del descubrimiento de su ópera "Simon Boccanegra"..., también de cine, como sus recuerdos sobre La reina Cristina de Suecia (Rouben Mamoulian, 1933): "Siempre recuerdo una escena de esa película. La escena en que la reina reflexiona sobre su abdicación. Para mí, Greta Garbo parecía caminar sobre el agua". Se habla poco de política, de dictadura (quizás por no desviar la atención). Es un documental que se construye en torno a la protagonista, y que reflexiona sobre la expresión artística, que a veces lleva a la ausencia: "Estuve más de diez años sin acercarme al piano, transitando caminos que me llevaban a la música por otros puntos. En ese tiempo estudié alemán, escribí una reflexión sobre el comportamiento actoral de Greta Garbo, hice arroz con leche y flan de ocho huevos con fondo quemado para mi marido". La película es un hermoso diálogo entre la música y las palabras.The Vasulka effect (Hrafnhildur Gunnarsdóttir, 2019) también es un documental sobre el arte y sus intersecciones, a través de las figuras de Steina y Woody Vasulka, un matrimonio formado por una islandesa y un checo que se conocieron en Praga y se trasladaron a Nueva York, donde iniciaron una trayectoria como pioneros del viodeoarte. Ellos fueron los artífices de un espacio artístico llamado The Kitchen que se convirtió en el lugar de encuentro de la eclosión artística de Nueva York en los años sesenta y setenta: allí dieron sus primeros conciertos Talking Heads, Beastie Boys o Laurie Anderson, allí realizó sus primeras exposiciones Robert Mapplethorpe cuando nadie quería mostrar sus obras. Sin embargo los Vasulkas estuvieron siempre en un plano secundario.
Comenta la directora islandesa Hrafnhildur Gunnarsdóttir que, cuando comenzó su documental, encontró al matrimonio sin demasiados recursos económicos, y asistió a lo largo de varios años a la recuperación de su trabajo, cuando en Reikiavik les dedicaron una exposición retrospectiva que tuvo mucha resonancia internacional, y que les llevó a ser reconocidos también en Praga y en otras ciudades del mundo (en España se recuerda su visita a LOOP 2017, el Festival de la Imagen de Barcelona). A través de los ingentes archivos visuales de la pareja, la película ofrece la memoria artística de una época de explosión artística, y ayuda a reconocer el trabajo de difusión que realizaron, concluyendo con una mirada optimista. Aunque Woody Vasulka falleció el pasado mes de diciembre, al menos asistió en sus últimos años a la recuperación de su papel fundamental en esta eclosión. Esta ausencia de reconocimiento también está presente en King Rocker (Michael Cumming, 2020), que está dedicado a Robert Lloyd, líder de dos bandas de rock, The Prefect y The Nightingales que, a pesar de llevar actuando desde hace más de cuatro décadas, nunca ha tenido el reconocimiento de las listas de éxito. Este mismo año The Nightingales ha publicado su último álbum, Four against fate (2020, Tiny Global Productions). El conductor del documental es el cómico inglés Stewart Lee, también guionista, que básicamente se centra en una serie de encuentros informales con Robert Lloyd. En este sentido, la película se plantea como una especie de cara B de los habituales rockumentaries dedicados a la trayectoria de grandes bandas musicales. Pero aquí se nos ofrece la visión del fracaso, o al menos de la falta de reconocimiento, aderezada con el sentido del humor que despliegan los dos protagonistas, Stewart Lee y Robert Lloyd. Es un documental construido con ironía, pero al que le falta algo de profundidad. Parece más un divertimento que pretende trasladarnos la afición del cómico por el trabajo del músico, y se queda a medio camino sepultado bajo su efecto humorístico.
Hasta Cuba nos lleva el cortometraje Uproar (Moe Najati, 2020), que se centra en una formación de mujeres llamadas Rumba Morena que tocan las percusiones en una sociedad en la que tradicionalmente la mujer tiene poco acceso a la música como artista. Imbuida por una mezcla de religiones, se concreta la particularidad de que los cubanos son casi los únicos en el mundo que pueden practicar varias religiones al mismo tiempo, siendo cristianos pero a la vez adorando a diferentes divinidades de origen africano como Obatalá, Babalú o Changó. Esta conexión con la religión precisamente es la que provoca ciertas creencias machistas, como la sociedad secreta Abakuá, a la que solamente pueden pertenecer hombres heterosexuales. También se dice que la mujer resta fuerza al tambor, que le extrae todo su poder musical. En medio de estas creencias, Rumba Morena se conforma como una formación que desafían esta tradición que relega lo no-masculino a la mera contemplación. Uproar se nos presenta como un documental que utiliza con inteligencia la música para hablar de un sentimiento profundo de machismo que se mantiene en determinados sectores de la sociedad cubana.
Por último, Universe (Sam Osborn, Nicholas Capezzera, 2020) tiene como punto de partida una anécdota para construir el perfil sobre uno de los músicos más importantes del jazz, el trompetista Wallace Rooney (que falleció el pasado mes de marzo por complicaciones derivadas del COVID19). El documental se centra en los ensayos para un concierto que recuperaba una partitura inédita, "The Universe Compositions", escrita por Wayne Shorter para Miles Davis Quintet que nunca se interpretó porque la formación se separó. En 2017 la partitura fue recuperada con la intención de estrenarla finalmente sobre un escenario, con Wallace Rooney, que fue el protegido de Miles Davis durante años, como solista.
Durante mucho tiempo, la sombra de Miles Davis ha perseguido a Wallace Rooney, al que cierta parte de la crítica consideraba un imitador, especialmente cuando las discográficas se empeñaron en impulsar su carrera tras la muerte del genio del jazz. El mismo Rooney confiesa en el documental que las compañías le llamaban, más que por su calidad como trompetista, por su conexión con Miles Davis. Hasta que demostró una personalidad propia que la crítica finalmente reconoció. Rodado en blanco y negro, que da al documental un efecto de clasicismo (con algunas inserciones en color cuando se muestran las portadas de los discos), Universe es básicamente un retrato íntimo y ciertamente logrado de una generación de músicos de jazz que revolucionaron el género. Al final, la figura de Miles Davis está ahí, siempre presente, pero es el propio Wallace Rooney el que cuenta anécdotas sobre él con admiración. Lo único que se echa de menos en el documental es la presencia de más música, y acaba siendo algo frustrante que, cuando se pasan casi 80 minutos hablando de "The Universe Compositions", no escuchemos nada del concierto.