A finales del siglo pasado, el mundo empezaba a mirar con asombro el crecimiento espectacular de la economía china. Pocos lugares eran más simbólicos en este sentido que la ciudad de Shenzhen, que pasó en pocos años de contar con apenas treinta mil habitantes a más de diez millones. El ambiente en el que esta transformación frenética transcurría podría describirse como un caos organizado. Delisle llegó a la ciudad en 1997, para hacerse cargo de la dirección de un estudio de animación, cuando la deslocalización comenzaba a ser un término temido por los trabajadores de occidente.
Y como sucedía en Piongyang, el cómic resultante es una aguda mirada sobre una civilización exótica enfrentada a una transformación frenética. El capitalismo está recién llegado (a la mayoría de la gente le gustaría escaparse a la vecina Hong Kong, pero el flujo migratorio está estrictamente controlado por el gobierno chino), pero ya muestra su poder de fascinación sobre la mayoría de la población. La posibilidad de adquirir artículos hasta entonces nunca vistos o incluso la de enriquecerse rápidamente. El mercado se inunda de productos de lujo - relojes rolex, ropa cara... - aunque paradójicamente es difícil encontrar algunos bienes de primera necesidad. Los nuevos barrios surgen como setas, la gente se hacina en rascacielos recién construidos, algunos al ritmo de una planta diaria. En cualquier caso la presencia de Delisle no pasa inadvertida en Shenzhen, puesto que todavía nos hallamos en una época en la que los extranjeros escaseaban en la mayoría de las urbes chinas, a excepción de algunos pioneros que atisbaban la posibilidad de ser los primeros en hacer negocios con el gigante asiático.
Aquí hay también pequeñas reflexiones sobre el significado de la libertad, no tan profundas como en Piongyang, puesto que la dictadura china no llega a los niveles de represión brutal de la norcoreana, pero sí podemos sentir el espíritu del occidental enfrentado a un mundo extraño, que jamás podría llegar a comprender del todo. Shenzhen es descrita como una ciudad sucia, caótica y monótona. La principal diversión de sus habitantes es ir de compras, puesto que no se ofrecen muchas más posibilidades de ocio, aparte de descubrir nuevos restaurantes, aunque a veces esta última sea una actividad de alto riesgo. También puede leerse Shenzhen como una enorme advertencia - que por supuesto caería en saco roco - acerca del enorme riesgo de someter a la industria que produce bienes y servicios de una calidad razonable a la brutal bajada de costes, con la consiguiente rebaja de calidad, que ofrecía el joven capitalismo chino en aquel tiempo. Creo que Shenzhen sigue creciendo, aunque a menor ritmo. Lo que es seguro es que si Delisle volviera hoy día encontraría muchos cambios, aunque eso es garantía de que sus experiencias servirían para volver a ofrecernos un gran cómic.