Aquí entre nos… así como soy Santa Claus, los Reyes Magos y el ratón de los dientes, también a veces, soy “papá”.
Si ya llevan tiempo leyendo el blog, seguramente se habrán dado cuenta que mi marido viaja mucho. Al menos, mucho más de lo que me gustaría. Lo extraño como loca cuando no está… es el amor de mi vida, el padre de mis hijos, el encargado de matar arañas y cualquier otro bicho que se meta a nuestra casa y por último, el soporte técnico del blog. Cualquier eventualidad que tenga con Pingüicas, ahí está, al pie del cañón… salvo cuando está de viaje (pero si por ahí notaron que desaparecieron los huevos de Pascua y regresó el logo original de Pingüicas, pues ¿quién crees que lo hizo desde su cuarto de hotel en Uruguay? ¡Gracias, amor!).
En fin.
Mis hijos lo extrañan mucho cuando no está, pero hemos encontrado la manera de hacer que estos viajes se vuelvan una experiencia emocionante para ellos, utilizando el viejo truco del “regalo de abandono”. Ya se ha vuelto una costumbre: siempre que papá regresa de algún viaje, lo hace con un regalito para cada uno de ellos. Se trata de un detallito, algo simbólico que les hace saber a los niños que estuvo pensando en ellos mientras estaba lejos (y que además, los motiva a portarse bien… sé que no es nada pedagógico, pero a final de cuentas, funciona).
Bueno, esa es la historia que ellos conocen. Ahí les va a ustedes la verdad. Hay dos lugares a donde Beto viaja mucho: a Estados Unidos y a Uruguay.
Cuando va a Estados Unidos, no sólo nos trae un “regalo de abandono” a cada uno, sino que también suele llevar la lista de todo lo que “necesitamos” (ustedes comprenderán, me refiero a la inevitable lista del shopping). Creo que ―económicamente hablando― le convendría más renunciar que seguir viajando a Estados Unidos. Pero por suerte (suya), no viaja tanto para allá. A donde suele ir más seguido es a Uruguay.
Durante los primeros viajes, sí solía ir a buscar algún regalito para los niños. Sin embargo, ha ido tantas veces que ya prácticamente cubrió toda la gama de souvenirs uruguayos posibles. Ya todo lo que ve por allá es exactamente lo mismo que podría encontrar por acá (ay, esta globalización…), pero además, un poco más caro. La solución: al igual que con Santa, los Reyes Magos y el ratón Pérez, yo juego a ser “papá”.
Debo aclarar que no es que Beto no quiera ir a buscarles un regalito. Si es necesario, encuentra el tiempo para hacerlo, aunque sea en el aeropuerto. Simplemente es más práctico que yo “la haga de papá”, teniendo los regalitos listos para cuando él regresa.
Esta vez no fue la excepción. Hoy en la noche regresará de su viaje. Después de 11 días de no estar con su papá, los niños despertarán emocionados por verlo. Beto les dará a cada uno su regalo y yo veré la carita de sorpresa de Pablo, Pía y Luca (y de Beto, por supuesto), mientras abren su regalo para ver qué es.
No me importa ser “papá”. Me gusta. Y así le dejo tiempo libre a Beto para enfocar toda su energía en buscar en el único “regalito de abandono” en el que se tiene que concentrar… el mío, ¿verdad, amor?
¡Bienvenido a casa!