Revista Cultura y Ocio

Shiloh

Publicado el 05 marzo 2012 por Brisne @Brisne72

Shiloh“Sandra nunca limpia el polvo. Tan solo ahora que su madre y su abuela van a venir a visitarla se da cuenta de las telarañas que hay en las esquinas del techo de cuarto de estar. Más tarde con perversa satisfacción, observa a una mosca que levanta el vuelo arrastrando una estela de polvo y un poco de pelo de gato. Su abuela siempre le dijo que quitase el polvo debajo de la cama, para que las pelotas de polvo no se pudiesen multiplicar y tomar posesión del lugar, tal como ella diría, como judíos errantes entre las flores” 
 Siempre he pensado que creemos conocer Norteamérica pero no lo conocemos. Vemos películas, conocemos Nueva York como si hubiésemos pasado allí las vacaciones del año pasado, pero no la conocemos. Muchos no identificamos Norteamérica con granjas, con gentes que lloran cuando han de llevar a sus abuelos a una residencia como en “Nancy Lulepepper” ni creerán que hay mujeres que se aficionan a los videojuegos en medio de un retiro espiritual como en “El Retiro”. Bobbie Ann Mason nos cuenta eso, vidas anónimas en lugares como Shiloh, en el centro de una América profunda tan alejado de las luces de Nueva York como nosotros mismos. Si deciden acompañarle no van a encontrar con luces resplandecientes, ni ciudades que nunca duermen, van a encontrarse con polvo en el camino, coca-cola, vallas, granjas, furgonetas y sueños. Muchos sueños. Héroes cotidianos que son un poco como ustedes y yo, gentes que sueñan despiertan con conseguir una casa o lograr desterrar las pelusas de debajo de la cama. Gentes cercanas y lejanas también. Los imaginaran en vaqueros, los verán con problemas que cualquiera podemos tener, mujeres en su mayoría que les hablarán con el lenguaje de la pérdida, de la ausencia, del hartazgo del matrimonio, del deseo del novio que no llega como cada viernes. Caminarán a su lado por caminos polvorientos, por casas sin barnizar, recogerán con ella los huevos frescos de las gallinas, les hablará en susurros de lo que somos, de lo que otros son y se verán en ella, yo me he visto, pese a la distancia, pese a saber que mi pueblo no es el suyo, pese a la distancia. Pese a todo eso, un poso de empatía me ha recorrido al leerla. Me he sentido identificada con las historias que nos cuenta, con las penas que les corroen el alma, con los problemas; un bulto en el pecho, un matrimonio acabado, la ausencia, el dolor, la abuela que pide las fresas del año 45, la memoria que se pierde. He disfrutado mucho recorriendo una América desconocida, lejana y cercana. Y como colofón, yo también espero que este año, el que se supone el último año en el calendario mayo pille a Tropo editando y a mí, leyéndoles.


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