La salud de la escena española, repito, es excelente desde el punto de vista creativo. Y lo mismo en cuanto a la calidad de las propuestas y el cuidado con que se presentan. Lo que he visto así lo demuestra: Shirley Valentine, Orquesta de señoritas, ¿Quién teme a Virginia Woolf?, La vida es sueño, Babel, y las propuestas de Microteatro por dinero en colaboración con el canal de televisión Calle 13.
Shirley Valentine es un monólogo -¡qué devaluada está esta palabra por su aplicación a los stand up y similares! No es el caso- escrito por Willy Russell hace más de veinticinco años, y que ha dirigido en Madrid Manuel Iborra. Su protagonista es un ama de casa cuarentona de Liverpool que nos narra una vida monótona, aburrida y sobre todo ingrata, que cambia el día en que una amiga le propone viajar a Grecia. La obra lleva ya unos meses de gira por España, y varias semanas en el Maravillas de Madrid, donde un día sí y otro también cuelga el cartel de No hay billetes. ¿Por qué? Nunca se sabe por qué una función conecta con el público, pero buena parte del éxito de la función corresponde a Verónica Forqué, que se mete en la piel de esta mujer y consigue conquistar a los espectadores; su Shirley es divertida, ingeniosa, tierna, inocente, buena... Sobrelleva su existencia con resignación, con alegría incluso, su amargura es dulce, pero sabe en un momento dado romper y, después de muchos años viviendo para los demás, ser la protagonista de su propia vida. Verónica Forqué dibuja todos estos matices con un pincel suave. Su hablar revela el origen humilde de su personaje, el deseo de una nueva vida está en su mirada, y su luminoso optimismo llena la escena y se posa en el patio de butacas. Una interpretación magnífica.
Radicalmente diferente como obra es Babel, un laberinto de conductas escrita por el australiano Andrew Bovell y una obra que los aficionados al teatro apreciarán y degustarán más, porque es un texto enrevesado y difícil, que necesita de la atención constante del espectador y que es formalmente fascinante. Cuenta varias historias; la primera la de una doble pareja adúltera. La madeja de los personajes nos va llevando después a otras historias, conectadas todas entre sí, a veces por un simple detalle. Por eso es dramáticamente muy interesante, pero a mi juicio le falta en ocasiones emoción: algunas de las historias no llegan a conmover al espectador, que asiste a ellas como simple voyeur, sin entrar nunca en ellas ni identificarse con sus personajes. La dirección de Tamzin Townsend tiene el pulso necesario, habitual en la directora británica; se trata de una partitura compleja, tensa y con una tesitura de afinación complicada. Los cuatro intérpretes -Aitana Sánchez-Gijón, Pedro Casablanc, Jorge Bosch y Pilar Castro- la resuelven con brillantez, y especialmente esta última cuando interpreta a la paciente de una psicoanalista, en la historia mejor conseguida del espectáculo.Y dejo para futuras entradas el resto de las funciones, que me hacen seguir siendo optimista a pesar del 21 por ciento. Es un porcentaje muy pequeño comparado con el talento de nuestra gente del teatro.