Revista Opinión
Andy Robinson, La Vanguardia
Como explica Ed Luce en el Financial Times del pasado fin de semana, la respuesta estadounidense para la ciudad post industrial suele ser centros de convenciones, enormes estadios de deportes con nombres de marca multinacional, y, por supuesto, hoteles casino. Es la fórmula del capitalismo oligárquico en los puntos negros de la crisis, los downtowns desde Memphis a Detroit, en espiral de degradación, desempleo y despoblación. Naomi Klein lo calficó como la doctrina shock.
Luce , corresponsal del conservador diario financiero, habla de Gary en Indiana, en el extrarradio de Chicago. Tras abordar uno de los nuevos barcos casino amarrados en el lago Michigan, le da la bienvenida un crupier de Majestic Star Casino: “¡Bienvenido a Majestic Star!”, le dice· “Bienvenido a la America post industrial”, reflexiona Luce. Explica el declive de una orgullosa ciudad siderúrgica –lugar de nacimiento de Michael Jackson y de su vital soul-funk (también del premio Nobel Joe Stiglitz) - cuyo único recurso es tapar las narices e invitar a la industria del juego a generar algo de empleo basura e ingresos tributarios para prevenir la bancarrota municipal.
Lo que Luce ve en Gary, yo lo vi en Nueva orleans, tras la catástrofe bien rentabilizada del Katrina en el 2005, un ejemplo perfecto del shock doctrine en el cual el ciclón y las aguas del Misissipi, arrasaron toda normativa urbanística y medioambiental y toda regulación diseñada para prevenir el impacto degradante de la industria del juego, allanando el camino a la gigante de casinos Harrah’s. Mientras decenas de miles de damnificados mal vivían durante años en trailers prefabricados proporcionados como vivienda provisional por el estado federal, en el centro de Nueva Orleans se construyó en tiempo récord un mega hotel con 2.000 máquinas tragaperras de nombres como Stinking Rich (forrados) o House of the Dead (casa de los muertos). Pronto se llenaron de los traumatizados superviventes del diluvio . “El juego con máquinas –a diferencia del póquer o la ruleta– es para aislarte y meterte en una cáscara individual”, me dijo entonces el periodista y jugador empedernido Marc Cooper. El negocio de Harrah’s en Nueva Orleans se disparó un 20% en el primer año después del huracán pese a la desaparición de la mitad de los habitantes de la ciudad. Necesitada de cualquier clase de actividad económica, la ciudad ofreció vacaciones tributarias a Harrah’s y hasta le vendió la calle Fulton Street, que, bajo el criterio estético de los imaginieros de Harrah’s, se transformó en un bulevar temático basado en las Ramblas de Barcelona.
El shock doctrine ocurre ahora en la post crisis sin necesidad de huracanes. “Existe un consenso bastante amplio en EE.UU. en los ayuntamientos de ciudades en EE.UU. respecto a las virtudes del juego”, ironiza Luce. “Solo hace falta darles (a los casinos) una licencia y algunas desgravaciones tributarias”. Se percibe como un método rápido y fácil de crear empleo en tiempos de decisiones imposibles. Pero, al igual que Nueva Orleans, la entrada de los casinos en Gary, tampoco ha cortado la hemorragia. “Pese a todos los casinos, la población ha encogido desde 145.000 en 1980 hasta 80.000”. Luce habla con un trabajador de la construcción en Gary y le pregunta si conoce a gente que trabaja en el casino. El obrero solo conoce a un limpador en el hotel casino Ameristar. “Pero conoce a mucha gente que gasta lo poco que tiene en la mesa de black jack o las máquinas tragaperras”, advierte Luce.
Es más, muchos estudios demuestran que los casinos pueden hasta perjudicar los ingresos tributarios, prosigue . Según un estudio citado por Luce, cada dólar que se gana en un casino se ve anulado por los tres dólares que se gastan para contrarrestar el impacto negativo social de los casinos. “Los casinos pueden ser una forma de sustituir algunos de los empleos perdidos (debido a la competencia de) China, Brasil y otros países pero son también un imán para estafadores, chulos de prostitucion, drogas y gente que viven en los margenes de la sociedad”, explica el corresposnal del FT. Como en Nueva Orelans , la crisis y el paro deshacen la sociedad y crean el público marginado y traumatizado para los casinos y sus industrias auxiliares.
Pero, por lo menos EE.UU. entiende el daño que puede hacer su modelo. Tiene conocimiento de causa. Consciente de los estragos que causará la recesion en la ciudad mercado, sin redes de protección social, sin controles urbanísticos por no decir nada de estéticos, con estados gobernados por el tea party, la Administración federal entiende que debe usar todas las herramientas de expansión contracíclica macreoconómica para evitar el colapso total y frenar la expansión del capitalismo casino. Por eso, tanto Obama como Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, han rechazado la ideología de austeridad y penitencia que nubla las mentes delirantes en el Congreso. La expansión del presupuesto federal y tres programas de expansión cuantitativa monetaria –ayudado por una dólar depreciado- han logrado impulsar la economía hacia una recuperación industrial. El empleo manufacturero sube por primera vez en muchos años. Jared Bernstein, ex asesor de Obama, me dijo en Washington en marzo que defiende políticas industriales al estilo asiático para que vuelva la inversión manufactura a EE.UU. Esto quizás ayudará a ciudades a defenderse ante los avances depredadores de los casinos.
Increíblemente, en Europa, tenemos, al igual que en EEUU, la selva del mercado monopolizado por lobbies y carteles, solo que nuestros gobernantes están atrapados en un paradigma economico prekeynesiano que adora la austeridad sádica al igual que lo adoraba Churchill, Hoover y Montagu Norman en los años veinte y treinta. Y Hoover – con toda sus fetiches en favor de la disciplina y el sacrificio – acabó por crear el caldo cultivo de la mafia. Ahora tenemos el corsé deflacionista del euro, el shock doctrine de la crisis, y tenemos a Sheldon Adelson. Por lo menos, en la Gran Depresión, los casinos estaban prohibidos.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización
Como explica Ed Luce en el Financial Times del pasado fin de semana, la respuesta estadounidense para la ciudad post industrial suele ser centros de convenciones, enormes estadios de deportes con nombres de marca multinacional, y, por supuesto, hoteles casino. Es la fórmula del capitalismo oligárquico en los puntos negros de la crisis, los downtowns desde Memphis a Detroit, en espiral de degradación, desempleo y despoblación. Naomi Klein lo calficó como la doctrina shock.
Luce , corresponsal del conservador diario financiero, habla de Gary en Indiana, en el extrarradio de Chicago. Tras abordar uno de los nuevos barcos casino amarrados en el lago Michigan, le da la bienvenida un crupier de Majestic Star Casino: “¡Bienvenido a Majestic Star!”, le dice· “Bienvenido a la America post industrial”, reflexiona Luce. Explica el declive de una orgullosa ciudad siderúrgica –lugar de nacimiento de Michael Jackson y de su vital soul-funk (también del premio Nobel Joe Stiglitz) - cuyo único recurso es tapar las narices e invitar a la industria del juego a generar algo de empleo basura e ingresos tributarios para prevenir la bancarrota municipal.
Lo que Luce ve en Gary, yo lo vi en Nueva orleans, tras la catástrofe bien rentabilizada del Katrina en el 2005, un ejemplo perfecto del shock doctrine en el cual el ciclón y las aguas del Misissipi, arrasaron toda normativa urbanística y medioambiental y toda regulación diseñada para prevenir el impacto degradante de la industria del juego, allanando el camino a la gigante de casinos Harrah’s. Mientras decenas de miles de damnificados mal vivían durante años en trailers prefabricados proporcionados como vivienda provisional por el estado federal, en el centro de Nueva Orleans se construyó en tiempo récord un mega hotel con 2.000 máquinas tragaperras de nombres como Stinking Rich (forrados) o House of the Dead (casa de los muertos). Pronto se llenaron de los traumatizados superviventes del diluvio . “El juego con máquinas –a diferencia del póquer o la ruleta– es para aislarte y meterte en una cáscara individual”, me dijo entonces el periodista y jugador empedernido Marc Cooper. El negocio de Harrah’s en Nueva Orleans se disparó un 20% en el primer año después del huracán pese a la desaparición de la mitad de los habitantes de la ciudad. Necesitada de cualquier clase de actividad económica, la ciudad ofreció vacaciones tributarias a Harrah’s y hasta le vendió la calle Fulton Street, que, bajo el criterio estético de los imaginieros de Harrah’s, se transformó en un bulevar temático basado en las Ramblas de Barcelona.
El shock doctrine ocurre ahora en la post crisis sin necesidad de huracanes. “Existe un consenso bastante amplio en EE.UU. en los ayuntamientos de ciudades en EE.UU. respecto a las virtudes del juego”, ironiza Luce. “Solo hace falta darles (a los casinos) una licencia y algunas desgravaciones tributarias”. Se percibe como un método rápido y fácil de crear empleo en tiempos de decisiones imposibles. Pero, al igual que Nueva Orleans, la entrada de los casinos en Gary, tampoco ha cortado la hemorragia. “Pese a todos los casinos, la población ha encogido desde 145.000 en 1980 hasta 80.000”. Luce habla con un trabajador de la construcción en Gary y le pregunta si conoce a gente que trabaja en el casino. El obrero solo conoce a un limpador en el hotel casino Ameristar. “Pero conoce a mucha gente que gasta lo poco que tiene en la mesa de black jack o las máquinas tragaperras”, advierte Luce.
Es más, muchos estudios demuestran que los casinos pueden hasta perjudicar los ingresos tributarios, prosigue . Según un estudio citado por Luce, cada dólar que se gana en un casino se ve anulado por los tres dólares que se gastan para contrarrestar el impacto negativo social de los casinos. “Los casinos pueden ser una forma de sustituir algunos de los empleos perdidos (debido a la competencia de) China, Brasil y otros países pero son también un imán para estafadores, chulos de prostitucion, drogas y gente que viven en los margenes de la sociedad”, explica el corresposnal del FT. Como en Nueva Orelans , la crisis y el paro deshacen la sociedad y crean el público marginado y traumatizado para los casinos y sus industrias auxiliares.
Pero, por lo menos EE.UU. entiende el daño que puede hacer su modelo. Tiene conocimiento de causa. Consciente de los estragos que causará la recesion en la ciudad mercado, sin redes de protección social, sin controles urbanísticos por no decir nada de estéticos, con estados gobernados por el tea party, la Administración federal entiende que debe usar todas las herramientas de expansión contracíclica macreoconómica para evitar el colapso total y frenar la expansión del capitalismo casino. Por eso, tanto Obama como Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, han rechazado la ideología de austeridad y penitencia que nubla las mentes delirantes en el Congreso. La expansión del presupuesto federal y tres programas de expansión cuantitativa monetaria –ayudado por una dólar depreciado- han logrado impulsar la economía hacia una recuperación industrial. El empleo manufacturero sube por primera vez en muchos años. Jared Bernstein, ex asesor de Obama, me dijo en Washington en marzo que defiende políticas industriales al estilo asiático para que vuelva la inversión manufactura a EE.UU. Esto quizás ayudará a ciudades a defenderse ante los avances depredadores de los casinos.
Increíblemente, en Europa, tenemos, al igual que en EEUU, la selva del mercado monopolizado por lobbies y carteles, solo que nuestros gobernantes están atrapados en un paradigma economico prekeynesiano que adora la austeridad sádica al igual que lo adoraba Churchill, Hoover y Montagu Norman en los años veinte y treinta. Y Hoover – con toda sus fetiches en favor de la disciplina y el sacrificio – acabó por crear el caldo cultivo de la mafia. Ahora tenemos el corsé deflacionista del euro, el shock doctrine de la crisis, y tenemos a Sheldon Adelson. Por lo menos, en la Gran Depresión, los casinos estaban prohibidos.Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización