Título: La mejor, quien desconcierta
Autor: Simon Brenncke e iinsanity
Portada: Roberto Cruz
Publicado en: Marzo 2017
Todo el mundo la miraba nervioso. Ya estaba acostumbrada a que la gente dudase de su capacidad por culpa de su edad pero ¿estará la doctora Rosalyn Hunter preparada para el reto que se le presenta esta noche? ¿O pagará con su cordura su atrevimiento?.
Nota del editor: Como ya comentámos en su colaboración anterior, agradecemos inmensamente el esfuerzo realizado por Simon para colaborar con nosotros, pues os recordamos que el español no es su lengua nativa.
¿Usted dice que soy demasiado joven? Sí, no es la primera vez que lo oigo; sin embargo, soy excelente en mi profesión. Me gustaría ser humilde, pero soy la mejor en todo Gotham City.
Me pidieron que interrogara a un detenido quien es... digamos, bastante particular. Todo el mundo estaba nervioso excepto yo, aunque hacer interrogatorios judiciales no es mi especialidad. Por lo poco que sabía, me esperaban la sorpresa, el suspense y la angustia. No tardarían en trastornarme la vida, pero en aquel momento no pensaba en nada de eso. En aquel momento sólo tenía que descubrir lo que escondía el detenido…
— ¿No eres un poco joven para este trabajo? —preguntó el hombre delante de mí.
Arrugué el entrecejo porque el tono en que hablaba delataba algo más que la sola sorpresa debida a mi edad. Algo mucho más profundo y que era la causa real de su preocupación. Porque turbado estaba, lo deduje claramente desde el momento que le había abierto la puerta y que él había puesto sus ojos en mí; podía sentirlo a pesar del mucho control de sí mismo que también emanaba de su persona. Pero no podía concretar la causa, y el hombre jugaba bien su papel; para un observador menos suspicaz, tal vez hubiera bastado la explicación que era sólo el haber esperado a una mujer hecha y derecha lo que le confundía.
Levantó una ceja y me echó una mirada de asombro. Se rascó la barba negra manchada de tonalidades grises. Desvió ligeramente la mirada, como si esquivara la indignación en mis ojos porque, aunque sentía que así entraba en su juego de escondite, la alusión a mi juventud siempre me contrariaba.
— ¿No ha leído mi tarjeta de identificación? Creo que mi fecha de nacimiento está incluso impresa en letras gruesas. ¿Me equivoco? —pregunté.
Fuera el que fuera el motivo de su desasosiego, él no lo mostraba con claridad. Realmente parecía subestimarme en razón de mis pocos años. Es que la gente siempre reaccionaba de la misma manera encontrándose conmigo por primera vez.
Admito que es difícil creer que una chica como yo pueda practicar semejante oficio. De promedio se necesitan cinco años para obtener un diploma de psicología. Yo apenas había necesitado dos. Pero de verdad todo me salía fácil en los estudios para este trabajo. Todo me resultaba lógico, todo tenía una explicación. Y si no la encontraba, me preciaba de buscarla con ahínco.
Crecí sin madre ni padre. Bueno, en realidad ya tendría que rectificar, porque me acuerdo de que la señora Perkins me decía siempre: que había vivido hasta los tres años con ellos. Sin embargo, se trata de un don de memoria excepcional si podemos regresar más allá de los tres años. Algunos disfrutan de eso, de los recuerdos de la primera fase, y seguramente la más tierna infancia. Pero no es uno de los dones con los cuales estoy dotada. Se puede decir que tengo una memoria fotográfica que me permite recordar muchos detalles de sucesos pasados, pero desgraciadamente esa capacidad no es consistente; más bien es caprichosa. En mi caso, decidió olvidarse de casi todas las impresiones de mis tres primeros años de vida. No obstante, hasta lo más lejos que alcanzan mis recuerdos, siempre he tenido este carácter serio, desembarazado de emociones. Un carácter analítico, pensativo. Reparé en esto cuando tenía trece años y nuestro profesor de Literatura nos mandó esbozar nuestra propia biografía. Yo siempre reflexionaba mucho – mi actividad predilecta era callarme y hundirme en mis pensamientos- y parece que la mirada seria que ponía sobre el mundo resultaba para muchos impresionante, incluso intimidatoria. Pero todavía no era más que una chica.
El hombre carraspeó y fijo sus ojos, antes vagabundos, en mí. Yo continuaba observándolo, algo absorta en mis pensamientos, pero siempre consciente de mi entorno. Sus ojos temblaron y delataron su vacilación. Estaba claro que no me tomaba en serio aunque tenía todas mis credenciales delante de sí en una carpeta. Yo no me movía ni un pelo y mi mirada insistía en obtener una respuesta de su parte. Finalmente tomó la palabra.
— ¿Estás haciendo tus prácticas aquí o algo así? ¿O eres realmente la doctora Hunter? — Tragó ruidosamente saliva. Sus ojos, difíciles de descifrar, escudriñaron los míos. Comenzó a teclear con los dedos en la mesa entre nosotros, mí mesa, con un ritmo rápido y regular.
Antes de responder, observé su comportamiento algunos segundos: estaba nervioso pero controlado. Me incliné hacia delante, fingiendo deletrear el nombre de la placa en su pecho, como si no lo supiera perfectamente.
—Oiga, Señor O'Neil, usted me hace perder el tiempo. Estoy aquí para hacer mi trabajo. Si se empeña en creer que no soy más que una becaria que gasta bromas, no me queda otro remedio que pedirle que se vaya y dejarle esperando a alguien quien no vendrá jamás porque la doctora Hunter soy yo. — Empleaba un tono muy natural y profesional, suprimiendo el enfado.
O'Neil frunció el ceño y las arrugas en su frente se hundieron en la piel seca. Por supuesto, el hombre no era el primero en dudar que yo fuera la psicóloga-psiquiatra que se proponía contratar. Sin embargo, siempre me enervaba sobremanera el tener que presentar toda clase de pruebas sobre que era realmente Roselynn Hunter.
Al menos, ya conociendo este tipo de trato, podía aguantarlo y esperar el desenlace de siempre: que finalmente me aceptasen a regañadientes, dando de una u otra manera a entender que me echarían a patadas en cuanto hubieran descubierto el truco de falsificación en mis papeles. Nunca lo descubrían, porque no existía. Y, hasta el día de hoy, siempre he podido recomendarme con resultados de trabajo excelentes. Sin embargo, muy pocos han mostrado los buenos modales de reconocer su impertinencia inicial o de disculparse por ella.
Así pues estaba allí, frente al señor O'Neil, tratando de aparecer profesional delante de un hombre de tanta importancia. No sabía exactamente por qué había acudido a mi despacho o para qué pero, aparentemente, el asunto era transcendental. Entonces, ¿cuál era el problema grave que le había caído encima? ¿Quizás quería confesarme que luchaba contra una enfermedad mental rara que le roía el cerebro?
Reprimí la sonrisa algo vengativa que afluyó a mis labios. Por supuesto, a la vista de aquella mirada no podía inferir nada sobre lo que le había traído aquí. Todo lo que sabía de este hombre era que se llamaba Peter O'Neil y que tenía cierta relación con la policía de la ciudad; relación de la cual yo ignoraba los pormenores porque, aparentemente, todo esto era 'top secret'. Era un hombre misterioso. Guardaba bien sus secretos pero a veces a mí me bastaba con una serie de gestos y palabras inadvertidas para ponerlos fin. Me propuse desvelar los suyos.
Después de algunos segundos reflexionando, él suspiró, sacudiendo los hombros. Elevé una ceja, aguardando impasible su respuesta.
—No puedo permitirme confiar este trabajo a una jovencita inexperta....
Un suspiro cargado de impaciencia subió por mi garganta. Mordí el labio inferior. —Basta —repliqué—. Le repito que sus dudas me hacen perder el tiempo. Tengo otras citas y asuntos importantes, tanto como los suyos. Si ha venido aquí para nada, salga de mi despacho y regrese sólo si está usted seguro de querer hablar con la doctora Hunter, que casualmente soy yo. Gracias y adiós. —No pude, o mejor, no quise contenerme más. Le espeté la despedida en su cara algo sorprendida.
Salté de mi silla y empecé a dar vueltas en mi despacho, recogiendo carpetas que yacían en todas partes, mostrando ostentosamente que para mí, él ya se había esfumado. Sin embargo, lo observaba por el rabillo del ojo. Estaba boquiabierto al mismo tiempo que su mirada quedaba clavada en mí, registrando cada uno de mis gestos. No, por cierto, ese hombre era cualquier cosa menos un tonto, aunque yo hubiera preferido calificarlo así, puesto que él había herido mi orgullo.
— ¿Señorita...?
—Hunter. Para usted doctora Hunter. H-U-N-T-E-R. Hunter —insistí, sin mirarlo, los brazos cargados de carpetas.
—Doctora Hunter. Vaya. ¿Cuántos años tiene exactamente? —me preguntó.
Las carpetas casi se me caen de las manos. Otra vez, detrás de la pregunta superficial por la edad, intuí una voz temblorosa e insegura, por alguna u otra razón.
Di fin al improvisado arreglo del despacho y volví la cabeza para mirarlo por encima del hombro.
—Dieciocho años, señor. Como le indiqué es algo que ya debería saber.
—Por Dios... —O'Neil bajó la cabeza. Quizás la desfachatez de mi respuesta le hizo comprender que yo no me dejaba engañar por su juego. Humedeció sus labios, delatando su creciente nerviosismo. Contempló algunos instantes el suelo del despacho, como reflexionando sobre cómo continuar esta entrevista. Más fuerte que nunca tuve la sensación que algo le pesaba, además del simple hecho que mi edad era probablemente algo no previsto en sus planes. Quería contratarme por una razón especial – sus esfuerzos de disimulo, aunque debía reconocer que delataban cierta maestría psicológica, perdían su valor ante mí – Me percaté claramente que el asunto debía tener una importancia extrema, incluso vital.
De nuevo, O'Neil suspiró pesadamente y alzó los ojos hacia mí.
—No me sobra tiempo para buscar a otra persona como usted —empezó, casi balbuceando—. Me han dado excelentes referencias suyas. Se dice que es la más calificada en su campo. No me negará que es natural que me incline a suponer que le falta algo de experiencia profesional pero tal vez su edad es la razón misma por la cual puedo confiar en usted. Quizás dentro de unos pocos años Gotham City le habrá corrompido, como a todos. Gotham City acaba con todos los ideales. No hay juventud que pueda resistírsele. —Se pasó una mano por la frente—. En resumidas cuentas, ahora no tengo otra opción que dirigirme a usted, doctora Hunter.
Cerré los ojos durante algunos momentos. Palabras, palabras. Estaba casi aliviada que él hubiera reconocido finalmente que yo era la doctora Hunter en persona. Abrí de nuevo los ojos. Bueno, ya sabía que finalmente tenía que reconocer que yo era yo, como todos los demás. Pero lo hizo mucho más rápido que los otros. Otra vez se traicionaba el asunto transcendental que no permitía demora, apremiaba, le quemaba los dedos. Su rapidez en aceptarme subrayó para mí la gravedad de su encargo.
—No lo dé más vueltas y vaya al grano, señor —contesté casi maquinalmente. Regresé a mi mesa, coloqué las carpetas sobre ella y me apoyé contra el respaldo de la silla.
—La policía necesita sus talentos para recoger información de un detenido que es... digamos, bastante tozudo —anunció.
Ladeé la cabeza.
—Usted acaba de hablar de mis competencias. ¿Es consciente que mi especialidad no consiste en dirigir interrogatorios? — ¿Por qué acudieron a mí cuando tenían sus propios agentes calificados para los interrogatorios? Además, en este campo sí que me faltaba experiencia, la cual en general, no sobraba, como no había costado nada al O'Neil de acertar. Mi edad, otra vez...
—Sí, por cierto —se animó el hombre—. Entre sus diversas calificaciones no se encuentra ninguna para los interrogatorios en el entorno del sistema penal. Y precisamente necesitamos una táctica nueva, insólita, algo fuera de las medidas habituales. —Ahora habló con mucha más determinación que al comienzo—. Es un hecho que todos nuestros especialistas han salido derrotados de la sala de interrogatorios, aniquilados, casi todos hundidos en la depresión. No sabemos cómo funciona el truco de este tipo. Nadie puede resistirle. Y casi no dice nada, o muy poco.
Yo era toda oídos.
— ¿Tengo bien entendido que ese hombre ha provocado un estado clínico de depresión en sus especialistas? —Por cierto, había algo que no encajaba con el detenido ese...
—Así es. —El hombre me miró fijamente, sin pestañear.
—Ah —contesté simplemente, tratando de esconder mi asombro. Después de todo, ¿no había venido a Gotham City para estudiar lo extraordinario? —Comprendo. —Mentira. No entendía nada—. Pero como acabo de decirle, no estoy calificada para los interrogatorios. Bueno, veo que ésta es la razón misma que le trae aquí, pero puede que necesite más tiempo para el trabajo que para lo que suelo hacer.
—Naturalmente. De hecho, le propongo que me acompañe ahora mismo, si es posible, a la Comisaria para una primera entrevista con el sujeto.
La precipitación me sorprendió un tanto, pero entreví un desafío, como si O’Neil quisiera ponerme a prueba.
—De acuerdo. Creo que puedo cerrar mi despacho un par de horas.
—Por supuesto —él precisó— Será remunerada debidamente.
Sonreí.
—Perfecto. Después de todo, si mi trabajo vale para algo, no debo hacer nada gratuitamente.
O'Neil frunció el ceño, rumiando sobre lo que estaba haciendo. ¿Acaso tenía escrúpulos? ¿Acaso le parecía escandaloso exponer a una jovencita, tan experta como fuera, al criminal, a su parecer, más temible de toda la ciudad? ¿Y, lo que era de más, sin informar a la chica sobre su identidad, tal si se tratase de un malhechor aún desconocido, y no de uno de los elementos más horrorosos de toda la ciudad? Aquel hombre le ponía los nervios de punta a O’Neil, incluso en ese momento, a pesar del ámbito en realidad bastante acogedor del despacho de la doctora Roselynn Hunter. Todavía no había hablado en persona con él y no se atrevería a hacerlo. Había visto el impacto que tenía sobre todos que le dirigían la palabra. Peter O’Neil se limitaba a seguir las conversaciones retorcidas a las cuales arrastraba a los especialistas, quedándose a salvo detrás del espejo de la sala de interrogatorios. Todas las manías del hombre, su voz grave y ronca, su expresión carente de una vida que la animase, los enigmas en los cuales se envolvía, hacían a O’Neil temerle como una enfermedad mortal. Cuando el hombre miraba hacia el espejo, por cierto no viendo más que su propio rostro reflejado, O'Neil sentía un escalofrío recorriéndole la columna vertebral. Tenía la impresión irreprimible que los ojos del detenido se clavaban directamente en los suyos, traspasaban su alma y cavaban en las profundidades de su espíritu. No, no se atrevería a tratar directamente con este hombre. Esta había sido una de las razones principales por las que reclamaba los servicios de la doctora Hunter, porque los especialistas al servicio de la Policía, por mucho que sabían de psicología, habían todos sucumbido.
Naturalmente, cuando O'Neil había puesto por primera vez sus ojos en la joven no habían podido creer que esa chica fuera la psiquiatra magistral que su informante le había recomendado. ¿Cómo una chica como ella iba a cargar con las artimañas endiabladas de ese hombre? Ciertamente, le habían asegurado que ella era la mejor en su campo, a pesar de su edad, y él no había hecho más preguntas, desentendiéndose de lo que el informante quería decir con “su edad”. Cielos, una chica.
Sin embargo, esta no fue la impresión que tuvo cuando vio el rostro de Hunter aparecer ante él, a medida que ella abría la puerta para dejarle entrar en su despacho. Se quedó corto en palabras. Tenía un rostro casi translúcido, las facciones apenas marcadas, de una delicadeza extrema, como un angelito. Como si ella no fuera hecha de carne, sino de porcelana. Sin pensárselo, no le dio la mano, por miedo que al estrecharla con la suya podría quebrarla. Sus grandes ojos de color marrón oscuro, casi negros, presentaban un contraste magnífico con la palidez reluciente de su piel. Sus largos cabellos, castaños con un matiz de cobre, acariciaban su nuca y caían suavemente sobre sus hombros. O’Neil se quedó como impactado por su aspecto. Ya la había visto demasiadas veces en los últimos meses. Siempre la misma fisiología y fisionomía.
Intentó esconder su nerviosismo, tratando de no centrarse demasiado en ella. Logró hacerlo y ella lo invitó a pasar a su despacho, con una voz calma, dulce y calurosa. Ella no parecía darse cuenta de nada. Por fin, así lo esperaba él.
En realidad, ya en este primer momento Roselynn sentía la confusión brotar en el pecho de O'Neil. Él la devoraba con los ojos. Ella se contuvo para no vislumbrar su propia confusión. O’Neil recuperó la compostura de inmediato y dejó de mirarla tan descaradamente. Ella, curiosa, invitó al hombre a su despacho. A partir de este instante sentía la desazón que O’Neil trataba de encubrir.
Ahora, unos quince minutos más tarde, O’Neil se levantó de la silla que había ocupado.
—Perfecto —concluyó. De repente parecía haberse liberado de la angustia de sus pensamientos—. Acompáñeme a la comisaría, por favor.
Roselynn no tuvo tiempo para contestarlo, ya que lo estaba siguiendo. Todavía sin saber demasiado por qué, a ella algo en este nuevo trabajo la excitaba sobre manera.
En la comisaría
Me concentré por mantener mi paso firme, esperando que resultara autoritario, y traté en vano de ignorar las miradas escandalizadas de los policías. “Sí “quise echarles a la cara “ soy la pequeña joven quien va a interrogar al preso que os está torturando.” ¿Qué más da?
Cerré los ojos por dos segundos, nada más, el tiempo de un breve respiro, andando por el largo pasillo en pos de Peter O'Neil, un pasillo que me parecía volverse demasiado largo. ¿Adónde me llevaba? A la sala de interrogatorios, por cierto. Como iba a interrogar, ¿dónde estaría yendo si no es allí?
Nuestro camino se acortó bruscamente cuando él me indicó de entrar en un ascensor. Busqué sus ojos y él sostuvo mi mirada durante varios segundos, sin parpadear. Pero luego la desvió.
En este momento, me di cuenta que, siguiéndolo a partir del despacho, había actuado sin reflexionar. Me había dejado llevar por una corazonada. ¿Desde cuándo me dejaba manejar así por los caprichos del instinto? Yo, siempre tan orgullosa de la impavidez de mi espíritu analítico. Harto claro estaba que O'Neil aún no me había contado ni la mitad.
Pero de ninguna forma quería dar marcha atrás. Tenía una reputación que defender, reputación que evidentemente ya se había extendido a la policía de Gotham, y también, siempre y todavía, una reputación a batir. La actitud profesional prohibía abandonar sin más ni menos una situación, por incómoda que fuese. ¿Y dónde podría sentirme más segura que en una comisaría? Al menos, en teoría.
Desde luego entré en el ascensor. O'Neil pulsó el botón. Mientras descendíamos, mil preguntas se agolpaban en mi cabeza. Pero temía que al formularlas solamente mancharía mi profesionalidad. Maldita profesionalidad. Siempre hay que mostrarse a la altura de todo. Más aún, siempre infundir a todos la ilusión de ser capaz de superarlo todo, de planear en un espacio inalcanzable donde uno se quedaba fuera de la influencia del cansancio y del desaliento. Sabía de sobra que, no solamente debido a mi edad sino también a mi apariencia frágil, todos sospechaban que no podría cargar con la dura realidad. Siempre estaba luchando contra esta impresión que evocaba en todos: que iba a romperme con el primer golpe que recibiera. Siempre tenía algo que compensar, bien por mi insuficiencia física, o por mis años biológicos o por la aparente fragilidad de un cuerpo de figurilla de porcelana. Lo peor era que mi sentimiento no era quimérico, sino que reflejaba demasiado bien los pensamientos de los demás sobre mí. Quizás habría hecho mejor de escuchar a mi tía y de hacerme modelo.
Sí, señor O’Neil, puedo cargar con esto, con el hecho que usted me haya escondido algo, y algo muy gordo. ¿Pero yo, actuando como una chiquilla impresionable, obedeciendo ciegamente a un capricho? Hombre, no. Como soy la profesionalidad en persona, no hay nada en ninguna situación que pueda sorprenderme, nada que no haya calculado. Con gusto voy a bajar al sótano de la comisaría donde solamente se interroga a los criminales más temibles, las leyendas sangrientas de Gotham, cuya custodia exige medidas de seguridad reforzadas. Allá abajo no encontraré a ningún criminal común. Pero, de verdad, ¿cómo iba a suponer otra cosa después de lo que O'Neil me había contado?
A partir del momento que las puertas del ascensor se cerraron, la atmósfera se volvió más densa. Vislumbré en el movimiento alborotado de los músculos de su cuerpo que mi nuevo cliente y patrón se tensó en su fuero interior. Me concentré sobre la raja entre las puertas del ascensor que descendía a la planta más baja. De vez en cuando sentía la mirada de O'Neil posarse sobre mí. Sentía como el silencio en el cubículo incrementaba su nerviosismo, tanto que se volvía opresivo. Sin duda, el hombre estaba tan incómodo con la situación como yo. Sentía a cada instante que él iba a liberarse finalmente lo que le preocupaba tanto. Pero lograba contenerse.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, O’Neil no me había dicho nada. Antes que él dejara el cubículo, creí entrever un reflejo de culpabilidad labrar las facciones de su rostro. De todas formas, si el peso del silencio del ascensor se levantó de sus hombros, otro peso se aplastó sobre él.
Yo también, naturalmente, sentía el estrés e incluso la angustia reinar en la planta del sótano. Actuaba como si lo ignorase, pero todos los presentes aquí abajo parecían tan marcados por el espanto que la zozobra casi podía olfatearse. Sentía, como en los corredores de arriba, los ojos incrédulos de los policías clavarse en mí. Acentué la impavidez en mi andar, la dureza en mi expresión facial. Quería que la primera impresión de este equipo sobre mí fuera la de una profesional, y traté que mi cuerpo la corroborara. Creí que en parte mi intento fue coronado de éxito. O'Neil andaba con un paso que parecía extrañamente indeciso, mientras que yo iba con determinación, aun desconociendo el lugar. A medida que nos adentrábamos en los pasillos, la presencia de los policías aminoraba y la oscuridad crecía. Nos acercábamos a las celdas donde se tenía a varios reclusos bajo llave, y yo no sabía todavía quién sería el con quien iba a tratar.
Desgraciadamente, la inquietud palpable de O'Neil terminó por ganarme también a mí. El hecho de nunca haber visto a ese hombre comenzó a desasosegarme algo, aunque limité las señales corporales que lo delatarían. Mi respiración permanecía tranquila, no sería la primera vez que debía ocuparme de un recluso psicópata. Ya había trabado amistad con el doctor Arkham e iba a menudo a su institución. En resumidas cuentas: nada nuevo.
Las luces enrarecían el corredor, lo que imponía un ambiente tétrico al lugar. Las sombras oscurecían los muros a nuestros lados, de forma que se producía la ilusión que alguien pudiera lanzarse sobre uno desde los rincones más escondidos. Sentía que a O'Neil le costaba mucho guardar su apariencia de sangre fría. Sonreí, aunque sin saber por qué. ¿Acaso me burlaba de su inquietud? Pero, de verdad, su reacción frente a todo esto era exagerada, casi patética. Hasta me pregunté cómo este hombre había escalado tanto en la jerarquía secreta de la Policía con un temperamento tan medroso. Pero mi sonrisa se borró cuando, al doblar una esquina del corredor, vi delante de nosotros una nueva aglomeración de policías y, entre ellos, al famoso comisario Gordon. Nos esperaban delante de una puerta metálica. Había también otra puerta a mi izquierda. Concluí que una daba acceso a la sala de interrogatorios y la otra a la sala de observación. Pronto iba a entrar por una de ellas con la posibilidad de salir con secuelas que podrían marcarme por el resto de mi vida. Tenía prisa, realmente. Tenía prisa de empezar con esto. Un caso tan complicado pondría a prueba todos mis conocimientos, toda mi experiencia. Un desafío para mí, quizás el mayor al cual jamás me había enfrentado. Un reto a superar.
Gordon frunció el ceño viéndome llegar por el pasillo, emergiendo entre las tinieblas. Los policías que lo rodeaban reaccionaron como todos los demás en la comisaría. Otra vez gente que debía convencer de mi valía. O'Neil se mantenía nerviosamente a mi lado e intercambió una mirada con Gordon que no logré descifrar. O'Neil tragó saliva con dificultad, pero mis ojos quedaron fijados en el comisario Gordon. Me dedicó una sonrisa indecisa, aparentemente él estaba también muy preocupado.
O'Neil se aclaró la garganta y tomó la palabra.
—Comisario, le presento a la doctora Hunter... sobre la participación de la cual hemos acordado...
Otra vez una mirada de connivencia con Gordon, como para mostrarle que él mismo había sentido tanta incomprensión al verme por primera vez como la que el comisario debía sentir en este momento. Sonreí otra vez, casi divertida por la reacción y las caras completamente azoradas de los policías. Sin embargo, transformé rápidamente mi sonrisa traviesa en una sonrisa sincera y alargué mi mano derecha al comisario.
—Roselynn Hunter, encantada de conocerle, comisario Gordon —declaré con una urbanidad irresistible.
Gordon mostró un breve instante de vacilación antes de estrecharme la mano.
—Gracias por haber venido, señorita Hunter. ¿Me permite hacerle una pequeña pregunta?
Un rayo fugaz de enfado destelló en mi pecho.
—Sí, ya soy mayor de edad. —De verdad, había esperado otro trato de la parte del comisario. No lo habría creído pendiente de prejuicios como los demás. Noté en las comisuras de los labios de Gordon un leve estremecimiento. ¿Me equivoqué o estaba realmente escondiendo una sonrisa?
—Gracias por aclarar el hecho, pero no hace falta —dijo—. Lo que yo quiero preguntarle es lo que usted ya sabe del caso. —Otra veloz mirada de complicidad con O'Neil.
Repensé lo que ya me había sido desvelado, y que en realidad era bastante poco. Me reproché otra vez de no haber pedido más información a O'Neil. No me quedaba más remedio que encubrir provisionalmente mi comportamiento inmaduro con la ilusión de la profesionalidad, la ilusión de haberlo previsto todo, de haber calculado cada uno de mis pasos.
—El señor O'Neil me dio a entender que se trata de un secreto administrativo, el cual no podía compartir conmigo sin comprometerse, salvo por los datos más básicos. Por el camino me aseguró que el asunto se esclarecería aquí en comisaría. De manera que, hasta ahora, no conozco más que el problema esencial: que nadie sabe sacar sea lo que sea del preso porque tiene una influencia perturbadora, hasta devastadora, sobre los especialistas de interrogatorio que se meten con él.
Gordon sólo asintió de la cabeza y exhaló con fuerza. Echó una mirada por encima del hombro a los policías detrás de él. Metió su mano en uno de los bolsillos de su chaqueta, luego volvió su mirada hacia mí. Viendo que yo continuaba estudiándolo, aplacó con esfuerzo sus facciones crispadas. Dijo finalmente:
—Bueno, es todo lo que necesita saber, doctora Hunter. —Removió en sus bolsillos, evidentemente buscando algo—. Desde luego, mi única obligación es esta: avisarle contra el recluso. —Sus ojos se hicieron fríos y serios, clavándose en los míos. En su mano izquierda apareció un aparato eléctrico, al instante no me di cuenta de qué se trataba, estando demasiado concentrada en lo que decía el comisario—. No le siga la corriente. Tratará de manipular su espíritu: no lo olvide, doctora Hunter. Entre por la puerta delante de usted, por favor. Y tome esto. —Puso delicadamente el aparato en mi mano. Se trataba simplemente de un auricular.
Lo metí cuidadosamente en mi oreja izquierda y levanté los ojos hacia el comisario Gordon. Él me apretó el brazo.
—Estaré en la sala de observación si usted necesita ayuda. —Me sorprendí de que no experimenté ni el contacto, ni las palabras como condescendientes. Al menos se atrevía a tocarme, mientras en general todos temían poder hacerme destellar en pedazos de porcelana.
Me volví hacia la puerta y mordí mi labio inferior. Por fin iba a interrogar a este hombre que todos se empeñaban en esconder bajo un velo de misterios. Pero otra vez la mano de Gordon me detuvo, esta vez poniéndose en mi hombro derecho. Una mano fuerte y reconfortante. Me volví para hacerle frente. Los otros policías se apartaron un poco, como si ellos no quisieran entremeterse en un momento de intimidad. De verdad Gordon se estaba poniendo paternal y yo conocía demasiado bien mi debilidad por figuras paternas. El hecho de que siempre hubiera echado de menos a un padre me hacía en este instante gozar de la preocupación honesta de este hombre. Lo sabía, pero, por lo tanto, no gozaba menos de la situación.
Él se inclinó y me susurró al oído:
—Una cosa más. Disponemos... de una ayuda suplementaria, escondida. Si algo imprevisto sobreviene, si él intenta algo feo, nuestra… ayuda suplementaria estará aquí para ponerle fuera de peligro.
Me concentré en la puerta metálica delante de mí. ¿Qué será esta ayuda suplementaria? ¿Por qué no mostrármela ahora? La curiosidad me picó, irresistiblemente.
Por fin toqué el picaporte y empujé la puerta.
Juego de preguntas
— ¿Nombre?
Me paré apenas haber franqueado el umbral. En mis espaldas oí el sonido aglutinante de la puerta recayendo en el marco. Luché contra un instinto básico que gritaba dentro de mí: “¡Huye!”
Carraspeé. Aún no me acerqué, por miedo que mis pasos resultaran tambaleantes. Pensé aceleradamente en una respuesta, pero lo único que me ocurrió fue:
— ¿No me toca a mí hacerle esta pregunta, señor?
Él ladeó la cabeza en dirección del espejo de observación.
— ¡Señor! —se burló el hombre—. Al menos me han enviado a alguien con modales.
Me obsequió con una de sus famosas sonrisas dementes, una sonrisa rebosante de dientes amarillos. Ahí estaba, el terrible Joker. Cesó bruscamente de sonreír viendo que yo no reaccioné a su cortesía macabra. Apoyó sus codos sobre la mesa delante de mí y arqueó las cejas, provocando que su maquillaje, ya gastado por la reclusión en la comisaria, se resquebrajase en la frente y las sienes. Sus ojos, rodeados de ojeras profundas, se hundieron en los míos, buscando un atisbo de emoción sobre el cual lanzarse como una fiera sobre su presa. Pero me controlé para no satisfacerlo en eso.
Creí comprender ahora la preocupación de O'Neil y del comisario. Seguramente temían que a causa de mi edad sucumbiría más fácilmente a la locura, y más rápido. Anhelé desmentir sus temores. De hecho, mi mirada no se desvió ni un pelo, resistiendo a la curiosidad impertinente del detenido quien escudriñaba todo mi cuerpo, cada uno de los rasgos de mi cara, como si yo fuera una mercancía y él buscara averiguar si valía el precio.
En realidad temblaba con una mezcla de miedo y excitación por poder enfrentarme a ese tipo. ¿Cuántos psicólogos tendrían la suerte de poder analizar uno de los espíritus más complejos de Gotham? Sí, el mismo impulso que me había animado a seguir a O'Neil a la comisaria fue también ahora el impulso que me infundió la energía necesaria para enfrentar la situación.
Avancé hacia la mesa con un paso igual. Retiré la silla opuesta al Joker y me senté en ella. Crucé mis piernas y coloqué delicadamente mis manos por encima de mis rodillas. Humedecí con la lengua el labio inferior. Empecé:
—Seguro usted ya sabe por qué he venido aquí. Desde el principio, voy a avisarle que no estoy aquí para perder mi tiempo. —Me compuse una mirada ligeramente lánguida.
Él se rasgó con la uña su mejilla cicatrizada y colorida con un magnífico rojo escarlata.
—Miau —maulló con una sonrisa sorna—. Sí, mi gato pequeño, me antoja por qué estás aquí... Dime... —Con un gesto demasiado rápido, el Joker se inclinó por encima de la mesa. De repente su rostro estuvo al lado del mío. Mi corazón se sobresaltó, mi cuerpo se entumeció al instante. Por el rabillo del ojo noté que su sonrisa pérfida se ensanchó desmesuradamente. Levanté una ceja, como para incitar al Joker a continuar. En realidad fue el único movimiento del cual fue capaz. Mi corazón continuaba a un ritmo desatado. — ¿Quieres saber cómo me hice estas cicatrices? — preguntó en un cuchicheo.
—No —contesté sencillamente. El aviso del señor Gordon de no entrar en su juego resonó en mi mente.
Él echó simplemente la cabeza atrás y prorrumpió en una carcajada exagerada, completamente inadecuada en la situación. Fue tan excesivo su acceso de hilaridad que tuvo que sentarse de nuevo, apretándose las costillas. Luego interrumpió sus carcajadas, tan repentinamente como las había soltado.
— ¿No quieres escuchar mi triste historia? —Sus ojos carentes de toda sensibilidad me traspasaban el alma.
—No —repetí.
El auricular vibró en mi oreja, agrediendo mi tímpano.
—Está bien. Recuerde que le he dicho de no entrar en su juego, de no provocarlo. Es la última cosa que hay que hacer con el Joker.
“No “pensé para mí “, usted no me ha dicho nada. “Pues si la transmisión por el auricular no alteraba considerablemente la voz, ésta no pertenecía al comisario Gordon. Pero ¿quién hablaba por el auricular?
Me entraron ganas de abalanzarme sobre el espejo y de gritar a la gente detrás que me dejasen hacer mi trabajo. Sabía cómo actuar gracias a mi experiencia con los residentes del Sanatorio de Arkham. Mis métodos no iban a cambiar por el solo hecho de que fuese el Joker, por temible que fuera. Además, ¿no me había asegurado el comisario que en caso de necesidad una ayuda suplementaria intervendría? El Joker era una amenaza inmediata pero mis reflexiones me serenaban por su realismo. Atacarme físicamente no le sería de ninguna utilidad.
La voz asaltó otra vez mi tímpano:
—El peligro del Joker es psicológico. No se cree en seguridad porque no atacará su cuerpo.
Como si hubiera leído mis pensamientos. Y no, no era el comisario Gordon. No había nada remotamente paternal en su tono. Una voz fría, dominante, enigmática.
Mi vanidad sempiterna me espoleó. “Te voy a enseñar, pequeño hombre en mi oreja, como se hacen bien las cosas.” Me esforcé por esbozar una sonrisa. El Joker arqueó una ceja, hendiendo el maquillaje desgastado, fingiendo sorpresa delante del repentino cambio de mi expresión.
—Admito que, en realidad, estoy bastante curiosa por saber cómo le ha pasado esto. —Me moví un poco en mi asiento, inclinándome hacia él, aunque guardando la distancia reconfortante de la mesa entre nosotros—. Sin embargo, no estoy aquí para complacer mi curiosidad personal. Estoy aquí para cumplir con un objetivo profesional, como sabe demasiado bien, señor. —Le dediqué una sonrisa sin compromiso y me dejé caer contra el respaldo de mi silla, en un gesto lánguido. Crucé mis brazos.
El Joker se rio sarcásticamente.
— ¿Ya te he visto en alguna parte? —preguntó, señalándome con el dedo.
No supe cómo interpretar la expresión de su cara. Me sorprendía por ser tan relajada. El Joker daba a entender que todo lo que pasaba aquí ya lo había previsto, que todo cabía en su plan. Dándome cuenta del hecho, un escalofrío me atravesó el cuerpo. Me controlé para reaccionar a su pregunta.
—No, no creo que nos hayamos visto nunca.
El auricular dio eco a mis pensamientos:
—Le hace perder su tiempo. Es su estrategia. Si no se resiste, él le atacará a usted en un momento desprevenido.
—No, no —negó el Joker. —Estoy seguro de ya haber visto tu cara. —Rebosó de un entusiasmo sádico.
— ¿Tal vez alguien día nos cruzamos en la calle? —sugerí irónicamente.
—No, no. —Aparentó estudiar detenidamente mi cara. —No, ya te he encontrado... digamos, en otra parte. Quizá en otras caras. Hay una similitud sorprendente entre muchas personas, ¿nunca te has fijado en esto? Solamente tienes que encontrar las personas correspondientes, pero ellas ya existen. Para dar con ellas se necesita una búsqueda intensiva, llevada a cabo con determinación de acero. Pero los resultados... —Meneó la cabeza, fingiendo incredulidad. — Extraordinarios. La hay en todas partes, la similitud entre los hombres. Y fíjate que la gente de apariencia física igual suele comportarse de manera igual. La similitud del comportamiento crece a medida que aumenta la similitud física. Entonces, no debes extrañarte si creo ya haberte encontrado. Puede ser, en otra persona, tal como tú, delicada, la piel lívida, el pelo castaño, algo cobrizo...
—Cuidado —me indicó, inútilmente, la voz fría del auricular.
Imitando al Joker, apoyé mis codos en la mesa de metal fría. Hice descansar mi barbilla en la palma de la mano. Me compuse un mohín infantil.
— ¿Acaso ya estamos jugando? ¿Cómo le parecería si jugáramos realmente? —pregunté con inflexión juguetona. Le dirigí otra sonrisa, la más sincera que pude evocar, aunque me antojaba que debía aparentarse más bien a una mueca grotesca. Él estalló en una carcajada desenfrenada.
— ¿Qué cree que está haciendo?— Las ondas sonoras del auricular se agolparon contra mi tímpano.
El enfado se apoderó de mí. Maldita falta me hacían sabios consejos decretados desde la seguridad de la sala de observación. Me arranqué el auricular de la oreja y lo arrojé negligentemente sobre la mesa.
Entreví, por el fragmento de un segundo, que un disgusto torció las facciones del Joker. Pero apenas podía estar seguro, porque ya comentó de manera aprobatoria:
—Por fin. Ya me pregunté cuánto tiempo más ibas a aguantar sus delirios. ¿Sabes? Desde el terremoto él ya no es siquiera la mitad de lo que era antes. Algo se ha roto en él.
¿De quién hablaba? Me mordí la lengua para no preguntárselo. Aquí la falta de información equivalía a debilidad. Me arrepentí instantáneamente de mi impulso y ya echaba de menos la presencia de la voz autoritaria. Otra vez había demostrado mi inmadurez y otra vez debía hacerlo pasar por un paso táctico. Los profesionales, por cierto, no se dejaban sobrecoger por emociones irreflexivas.
—Mmmm… ¿Jugamos? —repitió el Joker mi propósito—. ¿Por qué no? Pero depende de las reglas.
—Las reglas son muy simples —determiné.
La ‘ayuda suplementaria’, todo vestido de negro, se fundía en las sombras de la sala de observación, dispuesto a reaccionar a toda clase de eventualidades. Y con el pulso de un botón su voz inundaría el cuarto de Hunter y el Joker. Pues era lo que el Joker quería, lo había exigido una y otra vez durante las últimas semanas: hablar con Batman, cara a cara. Pero el Señor de la Noche, ordinariamente poco recalcitrante ante la perspectiva de meterse en el camino de los criminales, se negaba rotundamente a acceder al ruego del payaso.
Dos noches antes su aliado, el comisario Gordon, lo había llamado al Departamento de Policía, proyectando el enorme Bat-Señal en las nubes sombrías que planeaban sobre Gotham City. El Joker había sido encerrado recientemente en Sanatorio de Arkham y el comisario le explicó a Batman que el payaso lograba cultivar sus contactos desde su celda y organizar crímenes de gran escala – como su evasión, que debía producirse dentro de poco. Habían contratado a varios especialistas en interrogatorios, de Gotham y de todo el país, para hacerle revelar en qué consistía el fallo en el sistema de seguridad de Arkham y de esclarecer una serie de desapariciones que se vinculaban al Joker, por descomunal que fuera por su perfil criminal. Pero todos los especialistas habían sucumbido a la impaciencia, al terror, incluso a la locura. Y ahora todos sombreaban en la depresión, algunos con pronósticos lamentables.
El comisario pidió a Batman vigilar ante otra tentativa, porque no lograban descifrar los métodos psicológicos del Joker. Esperaban que él pudiera identificar los trucos del payaso o al menos distinguir el momento preciso para intervenir, antes que la mente del especialista sufriera un daño irreparable.
Batman, por supuesto, no había podido negarse al ruego del comisario. Había jurado siempre acudir a las llamadas de socorro de todos los ciudadanos de Gotham, y con mayor razón de los pocos policías íntegros que había. Sin embargo, le gustaba muy poco complacer así, aunque indirectamente, al Joker. Ya había aprendido que las exigencias del payaso no debían satisfacerse, porque entonces hasta el hombre de las mejores intenciones acababa enredado en un embrollo de mentiras y manías.
Aun así comprendía toda la inquietud de Gordon: la situación era inaguantable y debía terminar cuanto antes. Si no significaba ninguna diferencia si uno de los más peligrosos criminales de Gotham estaba detrás de las barras o libre (porque en ambos casos podía ejecutar sus crímenes) se había terminado definitivamente el control de las autoridades sobre la seguridad de la ciudad. Sin embargo, Batman había de reconocer a sí mismo que ya el solo hecho de tener al Joker detrás de las barras de una celda le aliviaba, aunque no tuviera más que una importancia simbólica. ¿Qué había pasado para que Batman se contentara con apariencias, él quien se había planteado hacer reinar la justicia y el bienestar en su cuidad, de liberarla de la miseria, de la corrupción, de la inseguridad perpetua? Alfred se lo había comentado hace poco. Lo había mirado fijamente, y, sin previo aviso, lo había confrontado con una verdad que él todavía no quería aceptar: “Algo ha cambiado, Master Wayne. Algo dentro de usted, desde el terremoto”.
Y ahora se hallaba en la sala de observación, algo apartado de los policías, escuchando una conversación pésima entre una joven psiquiatra y el preso. Viéndola entrar en el cuarto, el desconcierto no había sido menos marcado en Batman que en todos los demás, sólo que él lograba esconderlo mejor. Ya había oído, hacía unos pocos meses, de la llegada de una nueva psicóloga en Gotham, abriendo despacho. Asimismo sabía que ella había trabado amistad con Arkham. Pero hasta ahora no había puesto sus ojos en ella.
Gordon parecía jugar con el fuego pero no era temerario. Batman esperaba que el comisario se había aprovechado conscientemente de la... notable coincidencia. De todos modos, la decisión no era de su incumbencia.
Primero había creído que iba a asistir a un interrogatorio ordinario, de lo cual ya conocía las rutinas de memoria. Por supuesto, todos sabían que con el Joker no valía nada derogar de la ley y del código ético de la policía. Vacuas amenazas de tortura habrían hecho reír al payaso, y la perspectiva de quedar encerrado en su celda en Arkham no conllevaba ningún disgusto para él. No preguntaba por más y consideraba una molestia que lo habían sacado de su, como decía jocosamente, “residencia de vacaciones”.
Batman se había preparado para esta tarde. Había visto, incluso repetidas veces, las grabaciones de los interrogatorios que Gordon le había facilitado. Las había analizado en la Batcueva, junto con Alfred, sin que ellos hubieran logrado identificar une técnica específica. Incluso había pedido la ayuda de Oráculo, quien les había indicado algunas pistas prometedoras, pero que finalmente les habían aportado poco. Las técnicas del Joker, si técnicas eran y no un mero comportamiento instintivo, eran múltiples, complejas y completamente mezcladas, siempre adaptadas a la situación precisa del momento. El Joker se reveló, simplemente, como un hipnotizador poderoso. En un arrebato de admiración involuntaria, Oráculo le había llamado “el hipnotizador más diestro que jamás había visto entrar en acción”. Un gesto ínfimo, una palabra suelta, la alteración apenas perceptible en la entonación de la voz, nada más que un parpadear en un instante del cual todo dependía… el Joker no necesitaba más para quebrantar la voluntad de sus víctimas. No aplicaba ninguna teoría, no empleaba una técnica rutinaria, sino que se servía de todo, pero todo perfectamente ajustado al momento. Así fue que los especialistas de interrogatorios, por muy especialistas que fueran, terminaron sucumbiendo delante de él. La ciencia no podía medir fuerzas con el genio demoníaco del Joker.
Pero, en el caso de la joven, Batman se había dado cuenta desde las primeras frases intercambiadas que ella no sería una presa fácil para el payaso. Sus métodos eran diferentes, poco ortodoxos, hasta frescos. Insinuantes. Ella también vivía el interrogatorio en el Ahora y Aquí sin, aparentemente, recurrir a las rutinas habituales. Y Batman intuía también que ella no estaba cualificada para este trabajo en especial. Y quizás esto la salvaría.
Sin embargo, si los procedimientos habituales existían, no era por nada. Habían sido aprobados, modificados, mejorados ya a través de generaciones de investigadores en el campo. Y en general protegían al interrogador. Pero la joven estaba expuesta al espíritu peligroso del Joker, bailaba sobre la cuerda tendida por encima del abismo, se aventuraba hasta los repliegues del espíritu del otro. Se exponía a un riesgo terrible.
Batman escuchaba atentamente el intercambio. Casi había intervenido cuando el Joker se había aproximado muy cerca a la joven. Pero su dedo se había levantado del botón cuando se había fijado en la cara impasible de la chica. No mostraba miedo, en realidad no mostraba nada. En este estado de ecuanimidad esquivó una pregunta idiota y redundante del Joker con la cual quería provocarla. El Joker, por fin, no hizo nada, probablemente tan sorprendido de la actitud de la joven como el Caballero Oscuro.
Otra vez tuvo el impulso de terminar esta farsa del payaso cuando Hunter se arrancó el auricular, su contacto con él. Fue una insensatez por parte de la chica. Presumía demasiado de sus fuerzas si se creía capaz de afrontar al Joker a solas. Por el rabillo del ojo había notado un movimiento abortado del comisario. Se volvió hacia Gordon. Vio que una preocupación intensa agitaba sus facciones. Batman entrevió en ese momento que la escena le afectaba más al policía de lo que él hubiera admitido. El comisario, sintiendo la mirada inquisitiva del Hombre Murciélago, giró la cabeza en su dirección. Aún no había recuperado su máscara de frialdad profesional. Y Batman vislumbró la verdad en sus ojos.
—Por Dios, Gordon —se le escapó. — ¡Usted no sabía nada!
El comisario no lo negó. Sostuvo la mirada del Señor de la Noche, medio escondido en las sombras de la sala. En su expresión se mezclaban los remordimientos con una determinación feroz de contraatacar al Joker, después de haber visto quitar tantos de sus colegas la sala de interrogatorios con el cerebro hecho pedazos. Gordon carraspeó y dijo rápidamente:
—Estamos de acuerdo. No voy a permitir que le pase nada a la chica. Y usted no va a permitirlo tampoco. ¿Pero ya tenemos que intervenir? —La duda en su voz fue sincera. A Batman toda su experiencia pasada con Gordon le había enseñado que él nunca sacrificaría a nadie para calmar su sed de venganza de policía. Si había dejado pasar a la chica, a pesar de su apariencia física, fue porque realmente creía que se le ofreció una oportunidad para desequilibrar al Joker, tanto como todos ellos habían sido desestabilizados al verla llegar. —Dejo todo en sus manos, Batman —agregó Gordon y se volvió otra vez hacia el espejo.
Y por segunda vez el Caballero Oscuro levantó su pulgar del botón que conectaría de inmediato su voz con los altavoces dentro de la sala de interrogatorios. Esperaba con toda su alma que la chica supiera lo que estaba haciendo.
Batman fue bruscamente traído de vuelta al presente al reanudarse la conversación.
—Las reglas son bastante simples —la joven Hunter comenzó a explicar, sirviéndose de una voz melosa y agradable—. Le hago una pregunta y usted contesta sin mentir. Luego le toca a usted de hacerme una pregunta, y a mí de responder la pura verdad, sea lo que sea que pregunte.
Batman cruzó los brazos, curioso por el procedimiento atrevido de la joven. A su lado Gordon y los otros policías de confianza se movieron algo incómodos. Al igual que él, no tenían ni idea cómo esta escena iba a acabar.
El Joker parecía reflexionar sobre las intenciones de la joven, pues ya hace tiempo que debía haberse hecho dueño de la situación. Al menos la chica le había forzado a considerar lo de entrar en su juego. Y fuera por instinto o fuera gracias a estudios previos sobre su caso, la chica había tocado el punto débil del payaso. ¿Qué payaso digno de su nombre no sería tentado de dejarse arrastrar cuando se le propone un juego? Y sí, ella lo había calculado bien porque el Joker formó con sus labios que parecían ensangrentados una sonrisa ancha y mostró sus dientes amarillentos.
— ¡De acuerdo! ¡Pero seré yo quien comience! —profirió. Cruzó sus dedos repetidas veces, delatando su excitación.
Hunter sonrió enigmáticamente y asintió con la cabeza.
— ¿Nombre? —repitió el Joker su pregunta del principio.
Esta vez, la sonrisa desapareció del rostro de la psicóloga.
Mis pensamientos se atropellaron en mi cabeza. ¿Podía revelarle, sin más ni menos, mi identidad? “¿Bueno, por qué no?” Por supuesto, yo solía hacer ningún misterio de ella. Probablemente él ya había visto mi nombre en la prensa cuando había abierto mi despacho. Y en mi tarjeta de visita, que repartía en todas ocasiones en todas partes, figuraba mi nombre. Entonces, ¿por qué dudar? Dije en tono neutral:
—Roselynn Hunter.
Una sonrisa retorcida desfiguró la cara del Joker. Levantó su dedo y lo sacudió delante de mi rostro.
—Oh, no, no... No digo que es mentira. Pero tampoco es la 'pura verdad', pues no es tu nombre completo. Ah, la 'pura verdad', ¿no es a ella a quien acabas de invocar?
La sangre se me heló en las venas. Era cierto lo que el Joker decía. Mi tía me había contado que según una tradición familiar los niños siempre recibieron tres nombres de pila, el uno propio, el otro de la madre o del padre y el tercero del abuelo o de la abuela, según el sexo. La respuesta del payaso me dejó desconcertada.
Supuse que era pura especulación, el acertar por azar, pero me dio un escalofrío la posibilidad que el Joker lo supiera. Ya pocos minutos antes me había ocurrido la misma idea: que él no solamente preveía todo – sino que ya había previsto todo.
Sentí que ya tardaba demasiado en reaccionar. Sentí que ya estaba perdiendo terreno. Y el Joker se aprovechó de mi flaqueza momentánea. Fue más rápido que yo y pronunció distintamente:
—Tú te llamas Roselynn Christine Josephine Hunter.
Otra vez el contacto del pulgar con la superficie del botón, otra vez la indecisión, y la retirada final del pulgar. Ella ya había avanzado más en su interrogatorio que todos los demás especialistas, no en cuanto al tiempo, porque solamente llevaba unos pocos minutos discutiendo con el Joker, sino en cuanto al factor sorpresa para el payaso. Por segunda vez, el Joker debía sentirse tan sorprendido como Batman ante de la resistencia de la chica. Aunque, en realidad, habría sido natural si ella hubiera abandonado el cuarto al instante mismo de entrar, nadie habría pensado en reprochárselo.
Notó, de soslayo, que Gordon se había puesto lívido. El comisario, al contratar a la chica, había cumplido con el plan del Joker, el plan de atraer a una nueva víctima. Le estaba ofreciendo a la chica en bandeja de plata, sin haber siquiera sospechado de su complicidad. Al haber superado la joven el primer momento de desconcierto, había creído poder atacar la altanería del Joker al dejarla a ella intentar el interrogatorio. En realidad no había hecho nada más que cumplir con el plan del Payaso.
—Batman —Gordon cuchicheó, la voz ronca—. Sáquela de allí.
Pero el Hombre Murciélago no acercó su pulgar al botón.
—No, todavía no. Ella está confundida pero resiste. —Trató de infundir una confianza en su voz que en realidad no sentía—. Creo que la chica comienza a confundirlo a él. —Tragó saliva antes de añadir: —De todos modos, él sabe que estoy aquí.
La mirada de Gordon vaciló pero se endureció al observar nuevamente a través del espejo la cara del Joker. Era indudable que su sonrisa había perdido algo de su gozo macabro.
Batman se dio cuenta que el plan tan sutilmente trazado por el Joker ya había sido frustrado por primera vez cuando Hunter se había arrancado el auricular, aunque el Joker había fingido halagarla por esta decisión. Ese hombre, con su endiablada inteligencia, había calculado de antemano y comprobado en el comportamiento algo nervioso de los policías, que el Caballero Oscuro andaba por la comisaría. Y por cierto, como el Joker conocía a su gran adversario, Batman exigiría la opción de intervenir antes de permitir que una inocente especialista en interrogatorios enloqueciera por sus trucos demoníacos; así él tendría ciertamente una conexión con el Murciélago, aunque se tratara de una intermediaria, mediante una víctima que el payaso trataría de destrozar para hacerle sufrir.
Pero la chica había interrumpido la conexión. Para el Joker, la confrontación con el Hombre Murciélago, presente en el tímpano de su víctima, se había acabado. Ya Batman estaba fuera de su alcance y su víctima había ascendido al estado de enemiga.
La doctora Hunter se inclinó por encima de la mesa; su rostro estaba ahora más alumbrado por la pequeña lámpara que colgaba del techo y que difundía un círculo de luz amarillenta. Dedicó al prisionero una sonrisa ancha, cruzando los brazos sobre la mesa.
—Usted no es un buen jugador —dijo en tono de reproche, afectando al mismo tiempo su aire juguetón. Pero la respiración acelerada moviendo su pecho delataba el alboroto que debía sentir por el conocimiento inexplicable del Joker de su nombre completo. —Creí que todo estaba claro. Usted pregunta, yo contesto. En verdad tengo pocas ganas de continuar jugando con usted. Ni siquiera es posible. El juego sin reglas no existe. —De repente se borró su sonrisa, sus ojos se endurecieron y espetó en la cara del Joker: — ¡Farsante! Se viste como payaso, pero no lo es ni de lejos.
El Joker se conmovió. Nada más que por un instante, pero suficiente para divisar que faltaba poco para que perdiera el equilibrio. Los rasgos de su rostro se estremecieron de ira. Si mantenía su sonrisa, la hacía parecer una verdadera mueca de odio. Abrió su boca, estuvo a punto de escupir algo feo en la cara de la joven pero se contuvo. Pestañeó varias veces. Recobró el control sobre sí mismo. Pero si su ordinaria sonrisa sarcástica no tardó en reaparecer, ahora era visible que había recibido una mella. No recobró su expresión de superioridad burlona. Al final, el Joker se calló; no dijo nada, pero era claro que, interiormente, bullía. Batman y los policías, en la sala de observación, no tenían ninguna duda que, en otras circunstancias, la vida de la joven Hunter estaría en peligro.
Hunter suspiró exageradamente y se recostó de nuevo contra la silla.
—Ah, pero hoy tengo mi día generoso y le doy otra oportunidad, señor, sí. Bueno, me toca a mí. No se apure, mi pregunta es muy sencilla: ¿Por qué se pone los colores que se pone?
Nadie en la sala de observación había esperado una pregunta semejante. Era tan inofensiva… El Caballero Oscuro frunció el ceño. ¿Qué pretendía la chica? ¿No tendría que averiguar lo que planificaba el Joker en su celda de Arkham y cómo lograba evitar los sistemas de seguridad? Tomó una larga inspiración. Observó a Hunter detenidamente. Ella estaba ahora más calmada que antes, casi serena. ¿Acaso había encontrado la clave para hacerse con el Joker? Tal vez su método resultaría tan indirecto como el mismo método perturbador del Joker.
Echando atrás su silla, el detenido su puso a reír. Roselynn ladeó la cabeza, aguardando pacientemente la respuesta.
El payaso giró la cabeza hacia el espejo de la sala. Gritó:
—Mis amigos, ¡me habéis echado una pequeña dicharachera por encima!
—Estás perdiendo, idiota —murmuró Gordon, en la otra sala.
—Sí —asintió Batman—. Pero ella haría bien en salir cuanto antes. Se está exponiendo demasiado. No hace falta que saque hoy mismo todos los secretos del Joker.
En realidad nadie se sorprendía más que yo de mi comportamiento controlado y de que, aparentemente, lograba abordar el desafío del Joker. Si seguía una estrategia, ésta era la de no acabar como los otros especialistas, con el cerebro desquiciado y vegetando en la depresión. No, estaba sumamente determinada a hacer frente al criminal.
—Entonces, ¿qué dice? ¿Por qué se pone los colores que se pone? ¿Cómo responde? —interrumpí la carcajada del Joker. Él me fulminó con la mirada.
—Pero de veras estoy seguro de ya haberte visto en alguna parte... pero no sé exactamente dónde, no sé... chica, ¡que me confundes!
Ante la falta de expresión total de la cara de la chica, Batman no dudó más.
—Ella no sabe nada —comentó, lanzando una mirada a Gordon.
—Nada de nada—confirmó el comisario—. Y me alegro. Su ignorancia la salvará.
—Mi pregunta, señor —insistí.
— ¡Ah, sí! Mi indumentaria algo especial...
—Los colores —rectifiqué—. ¿Por qué estos colores? Hay payasos en todos los colores.
Él señaló con el dedo su gran abrigo malva, su pelo verde y su maquillaje.
—Todo esto da miedo, ¿no lo crees? Lo hago para que la gente me vea, para que se fije en mí. Es como... ¡como un modo de derechos de autor sobre mis crímenes! Para que ningún impostor se haga pasar por mí. Sí... el copyright —terminó sobre un tono sincero.
Alcé las cejas. Yo también debía llevar un diablo dentro de mí. Si no, no habría respondido de manera tan provocativa.
—Es una idea muy interesante y me ayuda mucho a comprender su personalidad. Entonces, el famoso Joker es una diva, necesita un público, necesita que la gente lo reconozca en todas partes, depende de los demás como del aire que respira. Necesita que todo Gotham City lo tema como el autor de las atrocidades que ya ha cometido en la ciudad. Sí, lo comprendo. Usted me parece un niñito haciendo sus proezas risibles y dando patadas si sus padres no lo admiran. En realidad —rizó un mechón de sus cabellos cobrizos con el dedo, fingiendo indiferencia—, los niñitos así me dan asco.
Otro relámpago cruzó por los ojos del Joker, pero ya estaba mejor preparado. No perdió otra vez el control. Sin embargo, el aumento de su tensión fue palpable, incluso para los hombres en la otra sala. El cuerpo de Batman se tensó también, por instinto, como preparándose para parar los golpes que prevenía a cada instante abatirse sobre la chica. Gordon se acercó más a él, sumergiéndose también en las sombras.
—De verdad la muchacha está jugando con fuego —cuchicheó en voz sofocada—. Temo que vaya a quemarse si no la sacamos ahora. Pero Batman negó levemente con la cabeza.
—Todavía no.
Se callaron, porque sintieron ambos que el desenlace definitivo iba a suceder, determinando quien saldría victorioso del enfrentamiento en la sala de interrogatorios.
Durante algunos segundos el Joker se removió en su silla. Luego levantó los ojos al techo, revolcándose contra el respaldo haciendo vacilar peligrosamente sobre las patas traseras. Reflexionó otro instante más. Finalmente, reiteró:
—Por cierto, tu cara me parece muy familiar. Esto me confunde tanto... ¿tal vez eran tus padres que ya conocía?
Si él creía poder afectarme así, se engañaba.
— ¿Esa es su pregunta? —traté de clarificar.
—Sí.
—Bueno, es imposible que lo sepa a ciencia cierta, pero no creo que usted jamás viera a mis padres, señor. —Era demasiado joven cuando mis padres me abandonaron para que los pudiera recordar. Con un tono de fastidio, proseguí: —Partieron hacia no sé dónde. Buscaron una vida diferente, algo así. Algo esotérico, parece que había un gurú involucrado. Pero no tengo ninguna información válida. Nunca he intentado dar con ellos. Me dejaron con mi tía cuando tuve tres años. No me acuerdo de nada preciso en cuanto a ellos. Es como si nunca los habría conocido.
Respondiendo caí en la cuenta que la pregunta no podía ser más que una acción evasiva. Había un motivo ulterior detrás de ella, y el Joker me haría caer brutalmente sobre él. ¿Pero qué motivo?
—O quizás —él musitó, siguiendo mirando al techo—, tú me recuerdas una de esas chicas... esas... ya sabes...
—No —dije sencillamente. ¿De qué chicas hablaba? De todos modos, esto debía ser el punto al cual había querido llevarme. Pero no comprendí nada. ¿Acaso debía sentirme asustada por la sola mención de unas chicas ominosas?
Todavía reclinado en su silla, balanceando sobre las patas de atrás, el Joker bajó los ojos del techo hacia mí. Vi como sus ojos se dilataron. Evidentemente no había esperado que mi reacción fuera tan impávida.
—En realidad, es la suerte, nada más —comentó Gordon al lado de Batman—. Si ella hubiera investigado las desapariciones a partir de las indicaciones de los malditos periodistas, seguro que ya sabría todo. Ni O’Neil ni yo sabíamos de ella, es decir, de su aspecto. Y ahora no le hemos dicho nada para impedir que se empeñe en alguien procedimiento. Queríamos asegurarnos que tuviera un nuevo enfoque.
—Lo habéis conseguido. —Pero al mismo tiempo Batman hizo circular de nuevo su pulgar sobre el botón, súbitamente indeciso. A pesar de haber recomendado a Gordon que la joven continuara con su trabajo, dudaba si podía dejarla sola allí, sobre todo ahora cuando sentía que el momento determinante se acercaba volando…
—Me toca otra vez a mí —anunció la chica.
—No. —El Joker se echó bruscamente adelante. Las patas de la silla chocaron contra el suelo. Se inclinó sobre la mesa. —No, aquí se acaba el juego. Creo que es tiempo de explicarte algunas cosillas, pequeña.
—Oh, ¿no jugamos más? —imitó Hunter una expresión lastimera—. Usted sí es un aguafiestas...
—Cállate. —La voz fue incisiva. La sonrisa se desvaneció completamente del rostro del Joker, no quedaban más que las horrorosas cicatrices extendiendo horizontalmente su boca. Fue una voz irresistible, como pocos hombres podían mandarla. Una voz que aniquilaba de antemano todo intento de contradicción. Visiblemente el Joker dejó a Hunter con la palabra en la boca. “Cállate y escúchame, pequeñita.”
“¡Ahora!”—gritó otra voz, la voz imperiosa de su conciencia, en el espíritu de Bruce Wayne. Pero no pulsó el botón. Sintió la azorada mirada de Gordon clavándose en él, instándole a actuar, a poner un término a lo que fatalmente debía suceder. Pero algo le detuvo otra vez. Con la rapidez de un relámpago, todos los instantes claves de este breve interrogatorio pasaron a través de su espíritu. Comprendió que, hasta este punto, el Joker había fracasado porque no había logrado descifrar la personalidad de la joven, a pesar de su maestría psicológica. Claramente las suposiciones sobre las cuales había actuado se habían revelado falsas. Y como conocía al Joker, el payaso iba a jugar el todo por el todo. Pero por la manera que comenzó, Batman tuvo la premonición que se equivocaba otra vez.
—No —dijo a un comisario con los nervios de punta—. Ella va a resistir.
—Escúchame —repitió el Joker, insinuador—. Tú te crees terriblemente inteligente. Tú te crees capaz de superar todo, de sobrepasar a todos, de volar sobre todos. Para ti no hay más que tu orgullo, tu cerebro, tu intelectualidad. Te concibes por encima de la inmundicia del mundo, del mundo entero. El mundo, para ti, es todo lo que no es cerebral, la corporalidad, las emociones, las relaciones afectuosas. Tú no necesitas a nadie, ¿verdad? ¿Amigas? Habrías podido tenerlas, en pelotones, pero nunca has permitido que cualquiera se acercara a ti. ¿Un novio? Por Dios, ni hablar. Te habría robado todo el tiempo para cultivar tu cerebro precioso. Para ti no hay más que tus estudios, tus investigaciones, tu trabajo. No ves ningún sentido en todo lo demás. Todo lo demás, para ti, es un vacío. —Eructó las palabras como una ametralladora las balas. Fue un ataque concentrado, eruptivo, aterrador, destinado a herir la joven en el núcleo mismo de su personalidad—. Pero tú también has llegado al punto que debes reconocer que no puedes volar más alto, que tu espíritu está encadenado a tu cuerpo, que impone límites a tu anhelo de ascender que quedan infranqueables. No puedes subir más. Debes reconocer el dominio final del cuerpo. El dominio que trataste de rechazar durante todos estos años. Y como no puedes llegar más alto, estás forzada de mirar en tu derredor. Y no ves nada, nada sino el vacío que tú mismo has creado: sin familia, sin novio, sin amigos, sin afectos, sin un destino, sin una finalidad en tu vida. Descubres que estás sola y que tu vida no vale nada. Nada. Comprendes finalmente lo pequeña, lo insignificante, lo patética que eres. Una broma, un chiste, una extravagancia solitaria, nada más. Y la soledad te engulle.
El Joker se calló. Dejó al silencio que reverberara sus palabras acusadoras en el corazón de la joven. Esbozó de nuevo una de sus sonrisas malvadas, ensanchada por la certidumbre del triunfo.
Viendo que Hunter no reaccionaba, Gordon bajó la cabeza. En los últimos días ya había visto demasiadas veces repetirse la misma escena. El Joker sabía asestar sus golpes en lo más íntimo de la vida de su interlocutor, en su punto débil, que no sólo escondía del mundo sino incluso de sí mismo. Una vez herido ese punto, las víctimas se desplomaban.
En realidad Batman compartía el susto del comisario, pero aún no había abandonado la esperanza. Hunter estaba inmóvil. Ni siquiera pestañeaba. Tenía los ojos desenfocados, como si de repente se hubiera olvidado de su entorno. La boca un tanto abierta. Helada. Petrificada.
La sonrisa del Joker se amplificó todavía más. Echó una mirada de fingida lástima al espejo, mirando directamente en la dirección de Batman, como si sus ojos hubieran podido atravesar el espejo reflector. Se encogió de hombros y dijo:
—Creo que he estropeado a la pequeña. Y no es que lo quise, por cierto que no. Tenía una mente tan prometedora.
—Gracias, señor, y todavía la tiene.
El Joker giró violentamente la cabeza. Hunter, espabilada y aparentemente ilesa, se puso en pie. El tono juguetón se había quitado de su voz. Habló fríamente, sin plasmar ningún signo que la sentencia del Joker sobre su vida la hubiera afectado.
—Lamentablemente, usted acaba de violentar ciertos principios de ética básica en el comportamiento de los hombres. Usted me ha ofendido. Además, me hace perder mi tiempo. Entonces, para hoy, basta con las discusiones. Vendré otra vez mañana o durante la semana. Espero que entonces usted dé prueba de mejores intenciones.
Todos en la sala de observación se quedaron pasmados. La joven había logrado vencer el aplomo del Joker. Los labios del payaso se removieron alrededor de un vacío acústico. No encontró la respuesta perturbadora que de ordinario nunca le faltaba.
Pero a la observación aguda de Batman tampoco escapó la leve vacilación de Hunter cuando se dirigió a la puerta. Por supuesto, al Joker tampoco, percibiendo que algún daño había hecho. No obstante, se recuperó en un instante de su sorpresa y lanzó a las espaldas de la chica:
—Sí, hasta mañana, ¡mi pequeño genio! Eres la mejor, ya lo sabes, la mejor. Todos te envidian. Todos envidian a quien nadie quiere, y quien quiere a nadie. —Soltó una carcajada.
La mano de Hunter sobre el picaporte se detuvo por un segundo.
“No, chica” pensó Batman para sí” Casi lo has vencido. Ahora, no mires atrás. Vete de allí.” —Oyó como, a su lado, Gordon contuvo la respiración.
Finalmente, la joven giró el picaporte.
—Hasta mañana, entonces —comentó solamente en su voz impasible, sin mirar atrás. Y salió del cuarto.
Inmediatamente, los policías en la sala de observación festejaron. Se dieron palmadas en las espaldas, como si hubieran personalmente derrotado al Joker. El Joker reaccionó muy diferentemente. En un arrebato de ira, dio un puñetazo violento en la mesa. El estrépito metálico se propagó en el cuarto y restalló en los oídos de los observantes por los micrófonos. Luego el payaso se quedó quieto, la mirada perdida en algún punto del cuarto. Seguramente su mente febril ya tramaba nuevas maquinaciones.
Los policías se apresuraron a abandonar la sala de observación. En el corredor encontraron a Hunter adosada a la puerta que acababa de franquear. Estaba muy exhausta. Viéndola así los policías se dieron plenamente cuenta del estrés psicológico que había aguantado y de lo mucho que esta lucha con el Joker había presumido de sus fuerzas.
Todos se acercaron a ella, cautelosos, y le dieron la enhorabuena por el interrogatorio exitoso. Ella se desprendió de la puerta, intentando no dejar aparecer cuán agotada estaba, y acogió los halagos de los policías con una sonrisa. Incluso permitió al comisario Gordon abrazarla. Más aún, se permitió a sí misma de gozar de este gesto de afecto paternal de su parte. Escuchó su benévola bronca por su temeridad con la sumisión paciente de una buena hija, y rechazó amablemente su oferta de una entrevista de control con la psicóloga del Departamento. Pero entre dientes, de manera que solamente él la pudo oír, le cuchicheó:
—Sé que ustedes me han escondido algo muy gordo. Y quiero conocerlo ahora mismo.
Gordon contestó con una mueca, aunque no adoptara una expresión de rechazo. Evidentemente, ella exigía lo que él habría querido que no pidiera. Con gesto silencioso, el comisario la extrajo del grupo de policías entusiásticos, llevándola discretamente a un pequeño cuarto. Cerró la puerta y se acercó a una mesa, cubierta con papeles. Hurgó un poco entre la multitud de informes, protocolos, observaciones y otro material escrito que debía estar relacionado con el caso. Por fin, la mano de Gordon se paró sobre un sobre. Se volvió a la joven, su frente surcada de arrugas. Hunter se aproximó a la mesa y le clavó al hombre una mirada insistente en los ojos.
—Este caso termina ahora mismo para mí si usted sigue escondiéndome los detalles relevantes.
—No quisimos comprometer su enfoque original sobre el caso antes que hubiera habido un primer interrogatorio. —Pero ya lo dijo a manera de una disculpa. Sin embargo, todavía no levantaba su mano del sobre. Antes quería hacer una última tentativa para impedir que ella viera el contenido—. Y seguro lo que usted aprenderá cambiará su comportamiento, alterándolo, de forma que el preso pueda cerrarse incluso a usted. Y nosotros perderíamos la esperanza de hacer progresar en el caso.
Hunter suspiró hondamente.
—Lo repito: o usted me muestra lo que me esconde o me niego a colaborar con usted. Desde luego, sus preocupaciones son superfluas. Porque si no me entrega ahora mismo este sobre, no habrá más comportamiento de mí que pueda alterarse. Me iré por esta puerta y no volveré. —Señaló con un ademán enérgico la puerta.
Había una razón más por su enfado, además del hecho evidente que los policías le habían ocultado unas informaciones vitales. Por cierto el comisario decía la verdad: quería que su comportamiento fuera tan natural como posible en su interacción con el prisionero. Pero Roselynn sentía que en realidad Gordon se preocupaba más por ella que por hacer avanzar el caso y una tutela semejante no podía aguantar.
Durante un rato, chispas de voluntades contrarias echadas por los ojos de Hunter y de Gordon se entrechocaron. Finalmente, el hombre le entregó el sobre a la chica.
—Tómese su tiempo —agregó simplemente, sonando al mismo tiempo áspero y compasivo y se dirigió a la puerta.
En cuanto el comisario hubo salido, abrí apresuradamente el sobre. Nunca había podido resistir a los misterios, me los comía como unas golosinas exquisitas.
Pero este dulce era envenenado. Vertí el contenido del sobre por encima de la mesa – y ya unos pocos segundos después, me aferré con la mano al borde de la misma. Luché para guardar mi equilibrio. Un mareo me sobrecogió, estrellas fugaces brillaron ante mis ojos, el aire fue expulsado de mis pulmones, mis rodillas temblaron. La reacción fue instantánea, pero no duró mucho. Supe contenerme, ponerme la máscara de siempre, incluso ante mí misma.
Alcé la mirada de las fotos. Respiré hondamente, dejé correr mis ojos por el despacho. El mobiliario era cáustico, simplemente funcional. No había objetos personales, ni siquiera un calendario con imágenes o dibujos en la pared para embellecer algo el triste aspecto del pequeño cuarto subterráneo, con dos tubos fluorescentes en el techo que suministraban una claridad fría, y con el ronroneo del ventilador. Evidentemente no era el despacho de nadie, pero únicamente un lugar para despachar diversos trabajillos y quizás para preparar los interrogatorios.
Creí haberme tranquilizado bastante. Por supuesto, ahora todo encajaba, al comenzar por el nerviosismo de O’Neil y las miradas estupefactas de los policías en toda la comisaría. Y también se explicaba mejor la actitud a veces extrañamente descontrolada del preso, un individuo que yo, por lo que sabía antes de él, habría calificado no solamente como controlado, pero incluso como peligrosamente calculador. La amenaza inminente que había sentido ante él, a pesar de sus pruebas de auto-dominación, ella se explicaba ahora.
Bajé de nuevo la mirada. Y ordené las fotos sobre la mesa. A cada una estaba pegada una pegatina que llevaba escrito el nombre de la víctima y la fecha de su desaparición. Por cierto, había leído sobre el caso, aunque Gordon había de alguna manera logrado ocultar gran parte de las informaciones a la prensa. Hasta ahora, que yo supiera, no había sido publicada ninguna foto de las víctimas. Todas ellas habrían podido pasar por hermanas, incluso hermanas gemelas. El mismo cuerpo esbelto, la misma mezcla de candidez e astucia en la mirada – la forma de la cabeza, los rasgos de la cara, el color de los cabellos, de los ojos – todo se asemejaba hasta volverse imposible de distinguir. Y ahora sí que recordé una particularidad del caso que todos los periodistas habían rumiado: que las víctimas venían de muy lejos, de todo el país, pero que la comisaría de Gotham City encabezaba la investigación porque se suponía que el criminal era uno de sus ciudadanos.
Se trataba de una serie de asesinatos de chicas que se parecían exactamente a mí.
Fin.
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Nota del autor: Este fanfiction está basado en el fanfiction francés “Esprits tordus”, escrito por iinsanity y publicadoa en 2011. Se encuentra aquí. Comencé por traducir la historia de iinsanity, pero al pronto le impuso mi propio ritmo, perspectiva y final. Sin embargo, las partes de iinsanity retienen su propio peso, así que atribuyo la autoría también a él/ella.
El autor tambien quiere agradecer la labor de Sara Cendón Jorge a la hora de revisar y adaptar el texto.
SHOWCASE te permitirá jugar con personajes “cogidos” por otros autores y que tienen serie propia en Action Tales. Tan sólo tienes que seguir unas sencillas reglas:1. HISTORIAS QUE NO REQUIERAN CONTINUIDAD.: Historias icónicas, que el lector no tenga que leerse nada de antemano para entenderla. Tu historia debe de respetar la continuidad del universo DC y de Action Tales. Esto no es un “What if?” o un “Otros Mundos”, las historias deben de estar integradas en el Universo DC y deben de poder leerse por separado.2. DIFERENTES PERSONAJES EN DIFERENTES EPOCAS: Pues eso, se puede escribir historias ambientadas en cualquier época del universo DC sobre cualquier personaje o grupo (héroes, secundarios o villanos). Puedes escribir historias ambientadas en la actualidad o en la época en la que Supermán no estaba casado, Barry Allen era Flash, Batman lideraba a los Outsiders, la Liga de la Justicia tenía su base en un satélite… Tú imaginación pone el límite. Sólo recuerda, las historias deben de ser icónicas, sin continuidad por lo que recomendaría encarecidamente que no estuvieran ligadas a “eventos” concretos.3. NÚMEROS AUTOCONCLUSIVOS: Para favorecer la variedad de la serie, las historias deberán de ser autoconclusivas o como mucho, arcos arguméntales de DOS números. Si tu historia requiere más espacio, lo mejor es que le dediques una miniserie fuera de esta serie.