Título: Si a los tres años no
he vuelto
Autora: Ana R. Cañil
Editorial: Espasa
Año de publicación: 2011
Páginas: 399
ISBN: 9788467035940
Hay
un dicho que afirma que las prisas no son buenas consejeras. Y cada
día tengo más claro que, en lo que se refiere a libros, las
expectativas tampoco lo son. Después de descubrir a Ana R.
Cañil hace dos años con El coraje de Miss Redfield,
tenía muchas ganas de volver a leer algo suyo y Si
a los tres años no he vuelto
me atraía desde hace tiempo así que por fin le hice un hueco y me
la traje a casa de la biblioteca. Había
oído muy buenas opiniones de esta historia que no hacían más que
subir mis ya de por sí altísimas expectativas que tenía puestas en
ella.
Expectativas que, desgraciadamente, no se han cumplido del
todo. Siendo justa y sincera, no voy a decir que no me ha gustado,
pero, desde luego, no tanto como había imaginado. Me he llevado un
poco de decepción con esta obra. Voy a intentar explicaros por qué.
Las
protagonistas absolutas de esta historia son Jimena Bartolomé y
María Topete. Jimena es una joven de Rascafría, un pueblecito de la
sierra madrileña, donde sus padres, Carmen y Lorenzo, regentaban una
pensión. Su abuela, Justa, era la encargada de otra en El Paular.
Sus orígenes son humildes, pobres y rurales. Ella es ingenua, pero
muy inteligente. Joven, pero muy luchadora.
Por
su parte, María Topete pertenece a una familia aristocrática,
acostumbrada a vivir en el barrio de Salamanca de Madrid y a veranear
en San Sebastián, junto a la familia real, la aristocracia y la
burguesía. Su extensa familia, formada por siete chicas y tres
chicos, es tradicional y, por encima de todo, enormemente religiosa.
Ella es inteligente, pero no termina de encontrar su sitio. Ni en la
sociedad, donde siempre aspira a más, a mucho más, ni en su propia
casa, donde le cuesta encontrar marido pero tampoco quiere ser monja
del Sagrado Corazón de Jesús, como muchas de sus hermanas.
La
introducción de la vida de las dos protagonistas me ha resultado
demasiado extensa, ya que entre las dos partes ocupan 166 páginas en
las que el ritmo es lento, repetitivo y se echa en falta más acción,
más trama.
Jimena
abandona su pueblo, a sus padres y a sus hermanas cuando se enamora
perdidamente de Luis Masa, un joven comunista de familia burguesa
dispuesto a todo por sus ideales, con quien se marcha a vivir a
Madrid. Son felices, soñadores e idealistas. Pero la Guerra Civil y
la posguerra no es una época para soñar, ni siquiera para vivir ni
mucho menos para ser feliz. Es una época para sobrevivir.
Otro
de los aspectos que no me ha gustado es el poco protagonismo que
tiene Luis. Aunque al principio es una de las piezas clave de la
historia y creemos que vamos a ser testigos de sus avatares a lo
largo de todo el libro, no vuelve a aparecer hasta el final.
Es
un personaje que desde el principio me ha gustado mucho, igual que el
de Jimena, por eso he echado tanto de menos conocer su historia a lo
largo del libro. Una historia que, me ha dado la sensación, está
inflada, crea unas expectativas que luego no se cumplen, un clima,
una tensión, unos antecedentes que prometen mucho pero que luego se
quedan en nada o en casi nada. Puf, todo se evapora, la historia que
tanto prometía se convierte en humo.
Por
ser la mujer de un comunista, a la joven y embarazada Jimena la meten
presa en la cárcel de mujeres de Ventas, donde la funcionaria más
temida, la más respetada por el miedo que infunde es María Topete.
Quizá
lo mejor de esta novela sean los testimonios de las presas, sus
historias. Las torturas, las sacas, los fusilamientos junto a la
tapia del Cementerio del Este, el hambre, la enfermedad, la suciedad,
el miedo, el dolor, la desesperación, la humillación. Son las
perdedoras, las derrotadas, aunque en la mayoría de los casos su
único delito sea ser mujeres, hijas o hermanas de republicanos.
Pero,
a pesar de todo, ellas jamás se rinden. Son luchadoras y en medio de
todo ese horror en el que están atrapadas encuentran siempre un
hueco para la alegría, la esperanza, la solidaridad, el apoyo y la
camaradería.
El
otro aspecto que me ha gustado mucho es la descripción, el retrato
que la autora hace del Madrid de posguerra y, por encima de todo, de
las dos Españas. La de los perdedores, los derrotados, llena de
hambre, cartillas de racionamiento y estraperlo. Y la de los
vencedores de la Guerra Civil que, a pesar de haber ganado la guerra,
siguen sedientos de la sangre de los rojos. Esta es la España de las
beatas y las meapilas de doble moral, en la que la hipocresía y las
apariencias son lo más importante.
Las
dos Españas están muy bien reflejadas y perfiladas en todos los
personajes, así como la España intermedia, la más mayoritaria, la del silencio, la que representa Ramón, el hermano de Luis y toda la gente pragmática que, sin renunciar a sus orígenes, intenta amoldarse y sacar tajada de la nueva situación.
Mientras que Jimena, Luis, Petra, Trini, Angelita...
encarnan a la perfección la España republicana, Doña Elvira, y
María Topete simbolizan la España nacional. Son crueles, duras,
insensibles y, en el fondo, no son más que mujeres amargadas, que
nunca han sabido realmente encontrar su sitio en la alta sociedad que
no les acepta del todo, como ellas creen merecer, y, por encima de
todo, nunca han sabido lo que es el amor. Están resentidas y
podridas y dispuestas a pisotear a quien haga falta para intentar
sentirse un poco mejor.
A
pesar de todos los peros que he explicado, es una novela que me ha
dejado muchas escenas grabadas en la memoria y que, creo, no me
hubiese transmitido ni llegado tanto si la hubiese leído antes de
ser madre.
En
definitiva, Si a los tres
años no he vuelto me ha
parecido una novela que ofrece menos de lo que promete y que, al
menos a mí, no me ha aportado tanto como esperaba. Sin duda, ha sido
una espera demasiado larga que no ha merecido la pena...
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