Tomé el caballo para echarme cuanto antes al
camino.
La noche iluminada me condujo hasta el castillo con ligereza.
"Salve,
rey de los sueños". Y arrodillada a sus pies, juré fidelidad eterna.
Desde aquel día habito este reino de sombras
al servicio de mi señor.
Nada añoro porque todo lo bello del mundo duerme en mí.
No ha habido resquicio de arrepentimiento.
Aquel
viaje que emprendí fue un acierto.
La paz alargó sus brazos y me llamó soldado.
No
permitiré que mis párpados se abran de nuevo,
que la luz los atraviese con
su furia.
No sucumbiré
a tal tentación, pues con fe ciega creo.
Si despertara, sólo entonces moriría de
veras.
Bendecido sea mi sueño. Que cien años dure.