Revista Cultura y Ocio

Si Dios existe, ¿no tiene perdón de Dios? Reflexión en el día del “Pentecostés teresiano”

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Si Dios existe, ¿no tiene perdón de Dios? Reflexión en el día del “Pentecostés teresiano”

Daniel de Pablo Maroto, ocd
  “La Santa” (Ávila) 

El presente comentario es una glosa larga a una frase leída en un artículo de Juan Manuel de Prada que remitía a unos versos del gran maestro de periodistas Manuel Alcántara, con motivo de su muerte: “No digo que sí o que no / Digo que si Dios existe / no tiene perdón de Dios” (XL – Semanal, 5-V-2019, p. 10). Tomo el dicho como suena sin investigar el sentido que le quiso dar el autor, aunque parece suficientemente evidente; para suavizar el dicho, cambio la afirmación por el interrogante y sobre ese supuesto, elaboro un discurso.

El autor —supongo— quiso decir que, si Dios existe, interviene poco en la marcha de la historia de los seres humanos que han conseguido un espectacular progreso científico y técnico, pero catastrófico en lo moral junto a un permanente fratricidio que no cesa. Muchos se siguen preguntando por qué no ha intervenido y evitado, por ejemplo, los grandes genocidios de la humanidad y no ha castigado a los culpables; por qué ese Dios existente no detiene las guerras y no evita las grandes catástrofes naturales: terremotos, volcanes, hambrunas por las sequías, pestes y tantas otras calamidades que afligen a la humanidad. Y así otras preguntas que proceden de la racionalidad humana.

Y, a otros niveles más cercanos y personales, también se interrogan por qué Dios no cumple la promesa de Cristo: “Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis porque quien pide recibe, a quien llama se le abre y quien busca encuentra”. ¡Cuantas gentes han perdido la fe porque se han fiado de la materialidad hiperbólica de estas palabras! Han creído en la infalibilidad de la oración de petición y, como Dios sigue en su silencio, no responde a los gritos de auxilio de sus hijos, concluyen que Dios es un ser inexistente.

Si fuese verdad que el Dios cristiano no solo escucha, sino cumple siempre nuestras peticiones como seguidores de Cristo, crearía una revolución de insospechadas y absurdas consecuencias. En primer lugar, todos se convertirían al cristianismo porque solucionaría todos sus problemas vitales; sobrarían los médicos y demás sanitarios, los fabricantes de medicamentos, los hospitales, los profesores, los agricultores y ganaderos; en fin, todos los que trabajan para solucionar los problemas de cada día. Viviríamos en un “mundo feliz” y “utópico” que no se encuentra en “ningún lagar”. La fe en él no tendría razón de ser porque la existencia de Dios era una evidencia.

Racionalmente, es explicable que el creyente en Dios tenga el sentimiento de que el omnipotente Dios podría remediar todos los males de la humanidad, pero el hombre y el mundo su hábitat dejarían de ser lo que son. Dios sería el gran manipulador, el hombre, una marioneta sin libertad manejada por él; y el creyente el gran egoísta que sirve a Dios porque y en la medida en que le sirve a él.

A este propósito, recuerdo un principio de la religión entre los romanos, convertida en una especie de contrato entre el creyente y la divinidad: Do ut des, “te doy para que me des”, es decir, te doy culto para que me favorezcas, de lo contrario, no me interesas. Algo de ese concepto utilitarista se filtra en la “Alianza” de Yahvé con el pueblo judío, pero tiene otras connotaciones que lo redimen del aparente egoísmo como lo explicaron los grandes profetas. En el cristianismo vivido de la manera más profunda rige otro principio: “Te doy porque me has dado primero”, pero no precisamente lo que yo te pido, sino lo que me conviene a largo plazo. En lo más profundo de la fe del creyente, se cumple lo del soneto anónimo que exalta el “amor puro” a Dios: “No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido… porque aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera”.

Ya en el profeta Isaías encontramos la solución a los problemas de los creyentes débiles y egoístas cuando pone en boca de Yahvé la siguiente sentencia: “Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos ni vuestros caminos son mis caminos, porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros” (Isaías, 55, 8-9).

Y el sabio y místico san Juan de la Cruz traduce con parecidas palabras los mismos sentimientos el texto bíblico:

“Porque no hay poder comprehender las verdades ocultas de Dios que hay en sus dichos y multitud de sentidos. Él está sobre el cielo y habla en caminos de eternidad; nosotros, ciegos sobre la tierra, y no entendemos sino vías de carne y tiempo” (Subida del Monte Carmelo, II, 20, 5).

De hecho, aunque parezca mentira a la inmensa mayoría, Dios sigue operativo en la historia mediante ciertos iluminados por el Espíritu Santo. Él sigue eligiendo a algunos —hombres y mujeres— para iniciar instituciones en el momento oportuno de la historia para remediar las necesidades más urgentes de la humanidad, religiosas y sociales: escuelas, hospitales, atención a pobres, ancianos desamparados, leprosos, minusválidos, etc. Son los que conocemos como “fundadores” de órdenes religiosas o instituciones de beneficencia. Los encontramos en todos los siglos, también en el nuestro, como santa Teresa de Calcuta, entre otros muchos. Por debajo de estos eximios ejemplares, existen otros más sencillos, así como sucesos extraños que filiamos al azar, a la casualidad, pero son actuaciones del Dios Providente a escala menor.

 Termino esta reflexión en el día de Pentecostés para los cristianos (este año de 2019, el 9 de junio) recordando a una elegida de manera especial por el Espíritu Santo: santa Teresa de Jesús, una presencia providencial en el siglo XVI en el que abundan los “profetas” del Dios viviente y activo en aquellos “tiempos recios” con la Iglesia “en grandes tempestades”. Ella, con la fuerza del Espíritu Santo y en torno a esta fiesta litúrgica, se “convirtió” de una vida mediocre y lánguida en el convento de La Encarnación de Ávila a una vida santa: se sintió libre de ataduras afectivas a los 39-40 años de edad. A partir de entonces, y por la fuerza de ese Espíritu, fue una de las mujeres más creadoras de la historia siendo fundadora de una Reforma religiosa y escritora de obras admirables que alaban creyentes y increyentes en ese Dios Providencia que actúa en la historia.

Gracias a otros ejemplares insignes, los cristianos seguimos creyendo en la acción del Espíritu Santo en el devenir de la historia y que sigue presente en la Iglesia, de manera invisible, silenciosa, misteriosa pero real; que sigue suscitando profetas que mantienen las brasas de la fe y la moral cristianas entre las cenizas que deja el ateísmo y la indiferencia religiosa. Porque está presente el Espíritu en nuestra historia, sigue habiendo mártires como en tiempos del imperio romano y sabios y santos, creadores de instituciones benéficas y providenciales.

Concluyendo. Miremos más en nuestra historia presente donde Dios actúa y oportunamente en muchos lugares mediante los profetas y carismáticos, que cuando se mantiene en el silencio de la aparente inoperancia del que le acusan los analistas superficiales y de los que exigen a Dios que obre donde y cuando no debe.

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